martes, 28 de julio de 2020

Zimerman en Granada: deambulando por Beethoven

Cerró el Festival de Granada el pasado domingo 26 con la conclusión del ciclo de los Conciertos para piano de Beethoven con Krystian Zimerman tocando y dirigiendo es un decir a la Orquesta Ciudad de Granada. Ya en la entrada anterior dije algo sobre los injustificados chantajes del pianista polaco para evitar que se le fotografiara. Vamos ahora a por los resultados del concierto. O con lo que a mí me pareció, para ser exactos.

Miren ustedes, Zimerman es el firmante de alguno de los más portentosos, indiscutibles y demoledores discos de piano que conozco: las Baladas de Chopin, la Sonata en Si menor de Liszt, los Preludios de Debussy y esas Sonatas de Brahms cuya circulación él ha prohibido por no estar, supuestamente, a la altura que se esperaba. Luego hay que aplaudir sus quizá no geniales, pero sí magníficas recreaciones de los conciertos chopinianos con Giulini, de los brahmnsianos con Bernstein y de los de Ravel con Boulez, más alguna otra cosa suelta: el Primero de Bartók, la Sinfonía nº 2 de Bernstein, aquellos maravillosos Schumann y Grieg con Karajan… Claro que también hay fiascos, como su Schubert, o alguna cosa horrorosa como aquello que salió cuando quiso dirigir él mismo, haciendo gala del peor gusto, los conciertos de Chopin.


¿Y Beethoven? Quienes le hemos escuchado en directo alguna de sus sonatas sabemos que con el de Bonn pincha de manera considerable: ni su sonido es beethoveniano ni su temperamento conecta con este universo. Alguien me recordará que yo mismo he elogiado sus conciertos para piano, pero lo cierto es que allí estaban nada menos que Leonard Bernstein y la Filarmónica de Viena: eso se notaba. Había sintonía, había ganas de hacer música, había un virtuosismo desbordante y había, sobre todo, mucha intuición. Frescura e inmediatez se ponían por delante de los pliegues expresivos, y no digamos los filosóficos, que toda esta música contiene.

Han pasado treinta y un años. A mi entender, Zimerman no ha avanzado un ápice en su comprensión de los dos últimos conciertos de la serie. Toca menos increíblemente bien que antes hubo algún momento algo marrullero y en lugar de un pedazo de director y de una orquesta divina ha estado él mismo dirigiendo a una formación más que digna, pero que necesitaba bastante más cosas que recibir indicaciones para las entradas. Necesitaba una interpretación.

Semejantes limitaciones quedaron en muy en evidencia en el Concierto nº 4. La orquesta no sonó mal, pero sí que sonó sin una “idea” detrás, es decir, sin una interpretación de las notas. En lo que al piano se refiere, el problema no me pareció tanto que el enfoque fuera excesivamente apolíneo sino que nuestro artista pasó de largo ante muchas bellezas de la partitura y, sobre todo, ante muchos de sus significados. Por descontado que hubo variedad en el sonido pianístico, variedad en el fraseo y atención al matiz, pero daba la impresión de que el artista no tenía muy claro lo que estaba haciendo. Mejor dicho, lo que quería hacer. Zimerman deambuló por Beethoven sin rumbo fijo, patinando en una cadenza insufrible por lo saltarina y pimpante, pero haciendo gala a ratos de un pianismo de mucha altura: esas tres mágicas notas con que acaba el segundo movimiento estuvieron colocadas exactamente en el lugar y con el sonido que solo los más grandes genios del piano saben hacerlo.

Muchísimo mejor el Emperador, porque aquí si había una idea: ofrecer una lectura gozosa, vital y eminentemente dionisíaca. De nuevo el pianista se movió por las notas con mucha más intuición que cálculo, con más virtuosismo en el sentido más amplio del término que conocimiento, pero con muchísimo arte, todo ello luchando contra un viento que se llevó las partituras y le hizo pasar un malo rato. Y apareció, inesperadamente, el Zimerman director que supo conseguir que la orquesta tocada con vitalidad y con entusiasmo.

Debajo de la mascarilla se intuía a un músico feliz, como seguramente lo estábamos todos por haber vivido esta pequeña fantasía de la “normalidad” que tardaremos mucho en recuperar.

No hay comentarios:

El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...