Esta es una Quinta que en buena medida continúa el sendero abierto por Harnoncourt, quien a su vez heredaba algunos aspectos de Toscanini: articulación ágil y muy incisiva, rítmica tan implacable como cuadriculada, gran relevancia de metales y percusión, y reivindicación de los aspectos más agresivos de la música beethoveniana frente a otras consideraciones. Pero Currentzis quiere, necesita ser distinto: como con la agógica no se puede apenas permitir nada, el maestro se dedica a ofrecer muchos, muchísimos juegos con las dinámicas. Constantemente y sin aportar nada en lo expresivo. Se trata, simplemente, de decir “mirad cuántas cosas nuevas descubro”. Pura pose.
Así las cosas, el Allegro con brio resulta tan agresivo como mareante: en lugar de concebir su genial arquitectura como un desarrollo orgánico de tensiones y distensiones, realiza una labor “deconstructiva” en la que la atención a los detalles impide ver el conjunto. La música no respira y todo queda en violencia gratuita.
El Andante con moto no quiere saber nada de cantabilidad, de humanismo, de sensualidad, de poesía… La indisimulada búsqueda de los máximos contrastes sonoros no oculta la falta de ideas expresivamente válidas. La música no emociona. La articulación “históricamente informada” no siempre resulta convincente y los trompeteríos llegan a molestar. Luego hay algún juego agógico, para que no se diga, pero el conjunto resulta tan vistoso como vacío y machacón. ¿De verdad que esto es lo que Beethoven quería, señor Currentzis?
Detestable el tercer movimiento. No es ya que suena “a banda de música”, lo que a lo mejor no es un desacierto. Es que suena castrense a más no poder, belicista en el peor de los sentidos. Si Karajan hace lo mismo –no, no anda muy lejos el salzburgués– uno piensa inmediatamente en los nazis desfilando, pero si lo hace Currenztis se habla de progresista renovación de una tradición obsoleta y mal fundamentada. ¡Venga ya, hombre! Por descontado, el trío carece de cualquier sentido del humor y se convierte en un ejercicio de virtuosismo –no voy a negar la claridad que consigue el maestro, como tampoco la enorme entrega de sus músicos– en el que la agresividad expresiva vuelve a imponerse.
El Finale arranca con una brutalidad por completo inadmisible, de un mal gusto que echa para atrás, y se desarrolla dentro de los mismos parámetros de vulgaridad, machaconería y violencia. Al fagot le han puesto un micrófono delante, con resultados de lo más discutibles: una cosa es que se escuchen sus intervenciones y otra muy distinta que adquiera protagonismo. En general, el equilibrio de planos resulta desafortunado. Por lo demás, ¡adiós al triunfo contra el destino, vivan las fuerzas armadas!
Esta Quinta gustará mucho a un determinado tipo de público. Aquel que, como Currenztis, se siente distinto a la mayoría de la humanidad, mucho más sensible que el común de los mortales y destinado a revelarles a estos la VERDAD, así con mayúsculas. Lástima que Sony Classical no haya decidido incluir junto al CD una pequeña muestra del perfume –390 euros el frasco, va en serio– que ha lanzado el maestro. Quedaría más clara su pertenencia a la categoría de producto exclusivo.
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