Arranca el disco con la orquestación de la Alborada del gracioso. El maestro catalán ya había grabado la página frente a la Nacional de España, en un disco editado nada menos que por Deutsche Grammophon. Al igual que aquella, esta es una interpretación de irreprochable idioma, atenta al color y las texturas, trazada con pinceles finos y muy acertada en lo expresivo por su equilibrio entre lo extrovertido y lo misterioso –llenos de sugerencias determinados pasajes de la sección central–. La diferencia con la anterior grabación viene sobre todo por parte del instrumento: si nuestra OCNE sonaba un tanto verbenera en el final, los parisinos se mueven en un nivel extraordinario y aportan unas maderas (¡qué contrafagot!) quizá insuperables para este repertorio. ¿Falta algo para alcanzar lo excepcional? Pues sí, exactamente lo mismo que en el resto de la parte orquestal del disco: un grado mayor de tensión interna, de chispa y de efervescencia, lo que no resulta incompatible con la visión netamente impresionista de Ravel que Pons propone.
Perianes ofrece a continuación una insuperable interpretación de Le Toumbeau de Couperin en la que, lejos de optar por la efervescencia clavecinística y de los claroscuros digamos que “barrocos”, apuesta por una óptica tan apolínea como poética que aúna de modo milagroso la más exquisita elegancia con una naturalidad plena, que ofrece belleza sonora a raudales y vuela con la más exquisita poesía sin dejar de interesarse por las atmósferas inquietantes que por momentos asoman en la escritura. Por supuesto que hay otras maneras más vitalistas y angulosas de acercarse a la página, pero desde la ortodoxia de “lo francés”, Perianes llega hasta lo más alto.
El Concierto en sol lo he comentado hace un par de días en la ampliación de la comparativa discográfica que me atreví a realizar de esta sublime página. Transcibo a continuación el texto:
Aunque parezca mentira, el de Nerva es todavía capaz de darle una vuelta de tuerca más a su interpretación y llevarla, armado de un sonido hermosísimo y de un toque de lo más variado, hasta lo más alto posible. Y lo hace no solo en un primer movimiento más paladeado, más creativo y más poético que el que registró con Orozco Estrada, sino también en un Adagio assai que seguramente, en lo que a la parte pianística se refiere –en la orquestal ahí sigue el milagro irrepetible de Martinon– apenas encuentra parangón. En el tercer movimiento de nuevo pueden preferirse enfoques más efervescentes, pero lo que está claro es que Perianes no busca triunfar de cara a la galería, sino hacer música. Josep Pons comienza defraudando un tanto: el arranque suena algo alicaído, sin el vigor rítmico ni la incisividad en el timbre que deberían hacer que sonara un tanto “a Petrushka”. Pero luego no solo va evidenciando una perfecta sintonía con el enfoque lírico e introvertido del solista, sino que demuestra enorme capacidad para generar atmósferas, crear mágicas texturas y bucear en los pliegues expresivos de los pentagramas. En el segundo mantiene a la perfección el pulso y construye con perfecta lógica; el lacerante clímax central no resulta tan apasionado como el de Orozco Estrada, pero sí que se alcanza con una planificación más depurada y mayor naturalidad. Además, Pons permite respirar con holgura a los maravillosos solistas de la orquesta parisina, cuyas maderas siguen sencillamente siendo las ideales para esta obra. En el Presto conclusivo deja a su aire a los solistas de la orquesta con resultados superlativos: no pueden ser todos ellos más acertados en la expresión, llena de burla e ironía pero sin perder elegancia ni sabor francés. Una toma sonora memorable redondea unos resultados de referencia.
En la versión orquestal de Le Toumbeau de Couperin, el maestro Pons termina de dejar claras sus virtudes e insuficiencias a la hora de interpretar a Ravel, al que decididamente aborda desde la más absoluta ortodoxia impresionista. Hay aquí sensualidad, delectación melódica, ternura y delicadeza, trazo elegantísmo y colores difuminados, así como texturas muy atractivas en las que las pinceladas ágiles y aéreas son determinantes. Pero también se evidencia una tendencia a sustituir lo bullicioso y lo risueño por lo excesivamente suave, una ausencia de suficiente tensión interna –Forlane algo flácida– y escasez de contrastes tanto sonoros como expresivos. En esta misma línea en la que melancolía y ensoñación se ponen por delante de otras consideraciones, Sergiu Celibidache –grabación con la Filarmónica de Múnich de 1984– alcanzó unos resultados históricos a los que Pons no logra acercarse. Tratándose de una muy buena interpretación, es lo que menos me ha gustado del disco.
Alborada del gracioso en versión pianística para terminar. Doce grabaciones distintas me he escuchado para atinar en el comentario. Nombres míticos como Gieseking o Richter han salido mal parados de la comparación. Los mejores son para mí Beatrice Rana y Javier Perianes, ofreciendo recreaciones tan excepcionales como distintas entre sí. Lejos de arrancar con el vigor rítmico y la extroversión con que lo hacen su compañera y la mayoría de los pianistas, nuestro artista opta por ir paladeando la música con delectación, apostando por los aspectos más misteriosos y sugerentes de esta música haciendo uso para ello de una pulsación de extraordinaria sensibilidad –difuminada, pero nunca blanda–, de un legato embriagador y de un portentoso sentido orgánico del fraseo, amén de esa incomparable concentración interior que caracteriza su arte. Así las cosas, no es la suya una interpretación fulgurante que mueven al aplauso inmediato, sino toda una indagación en lo que de sensualidad, de embrujo y de magia poética hay aquí, renunciando a todo exhibicionismo y fusionando de manera incomparable el más ortodoxo lenguaje impresionista con todo ese sabor español que Perianes domina como nadie.
A la postre, un disco muy notable por parte de Pons y excepcional en lo que a Perianes y –no sería justo olvidarla– a la orquesta se refiere. No se lo pierdan.
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