La Sinfonía nº 4 resulta irreprochable en su enfoque: el de Barletta sabe sacar a la luz lo que de sombrío y dramático tiene esta música respetando al cien por cien todo ese lirismo elegante y ese refinamiento que también posee. Y lo hace a través de una ejecución de asombrosa perfección técnica, realizada de un solo trazo y clara a más no poder, dotada además de una belleza sonora tan apolínea como ajena a cualquier narcisismo. El resultado es una interpretación de perfecto equilibrio entre fuerza expresiva, hondura y belleza formal. Ahora bien, a mi juicio le vendría muy bien un poco más de chispa, incluso de encanto. En este sentido, puede parecer en exceso distanciada, incluso un tanto escasa de esa sensualidad y esa emotividad a flor de piel que el universo musical de Schubert necesita, y que el propio Giulini ofrecerá en su grabación de 1993 frente a la Sinfónica de la Radio Bávara, más redonda que la presente en los movimentos centrales pero menos lograda en los extremos: este Allegro conclusivo es todo un prodigio por su manera de conjugar ansiedad y equilibrio. Pese a los reparos expuestos, no estoy seguro de conocer alguna interpretación globalmente superior a esta. La de Barenboim, tal vez.
El milagro de la lectura de la Sinfonía en si mayor D 759 es ofrecer la perfecta conjunción entre belleza formal, lirismo, sentido humanista y desgarro que necesita esta prodigiosa partitura. Giulini lo consigue con una técnica de batuta excepcional que hace empastar de manera muy cálida a la brillante Sinfónica de Chicago –le da extraordinario relieve a la cuerda grave– y le permite mantener la tensión interna mientras frasea con una naturalidad, una sensualidad y una fuerza poética asombrosas, pero sin nunca bajar la guardia ni olvidar el trasfondo trágico de la pieza; sin caer tampoco en la menor blandura o tentación de hedonismo sonoro. De nuevo, como en la sinfonía anteriormente comentada, se pueden preferir enfoques más a tumba abierta, más rebeldes y escarpados, pero esta interpretación a un mismo tiempo bellísima y profunda resulta modélica en su línea.
La calidad técnica de los registros ha parecido siempre espléndida en sus diferentes encarnaciones en compacto. Ahora bien, he comparado estas nuevas remasterizaciones con los CDs de la caja (¡imprescindible!) Giulini in America y me he sorprendido bastante. En la Trágica, el sonido aparenta ser mejor en CD. Pero solo eso, aparenta. La circunstancia de que en el compacto no se escuche el ligero soplido de fondo que sí se aprecia en el FLAC de alta definición y que contrabajos suenen en el disco muchísimo más robustos, indica que el primer ingeniero que hizo el trasvase a formato digital le metió mano al ecualizador reduciendo agudos y potenciando las frecuencias más bajas, distorsionando así el verdadero sonido del maestro italiano, que no era precisamente timorato a la hora de ofrecer densidad, pero ni mucho menos tan rugiente en la cuerda grave como un Solti. En la Incompleta no se nota tanto lo del soplido de fondo, pero sí la potenciación artificial de los graves.
Resumiendo: esta nueva edición, solo disponible en formato de descarga, es menos espectacular que la que circula en CD, pero a la postre resulta bastante más natural. Y ahora, a ver si se deciden a sacar la monumental Sinfonía nº 8.
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