Noventa y dos años contaba el mítico maestro cuando grabó esta Francesca. ¡Ahí es nada! Si bien la partitura le permite desplegar su enorme instinto para la teatralidad y lo espectacular, lo cierto es que se muestra en esta ocasión comedido en el mejor de los sentidos, ajeno al efectismo y al escándalo gratuito que son sus señas de identidad, desinteresado por llamar la atención –excepción hecha del golpe de gong final que se saca de la manga– y con ganas de hacer buena música. Ciertamente lo consigue, alcanzando un buen punto entre lirismo y acentos dramáticos, aunque también sea cierto que el primero se encuentra impregnado por cierta levedad, resultando dicho vuelo lírico superficial mucho antes que agónico, y que los segundos vienen dados más por el nerviosismo en el fraseo que por la planificación en las tensiones. Tampoco la claridad es la mayor posible, ni grande la riqueza de matices. A la postre, una digna interpretación sin más. La remasterización cuadrafónica ofrece un buen sonido, sin efectos especiales por detrás, pero pese a su bajísimo volumen no recoge toda la gama dinámica deseable.
Funcionan mejor las cosas en la Serenata para cuerdas, una muy notable interpretación, hermosa e irreprochablemente trazada, dicha sin la menor melifluidad y por completo ajena a tópicos. Ciertamente no ofrece la opulencia, la tersura sonora ni el entusiasmo de Karajan con la Filarmónica de Berlín, ni en modo alguno la tensión dramática de Barbirolli con la Sinfónica de Londres, pero globalmente los resultados son satisfactorios y lo serían aún más si no fuera porque el último movimiento se queda corto en vitalidad y fuerza expresiva.
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