lunes, 1 de julio de 2019

En Andalucía no sobran orquestas. Sobra demagogia.

He estado en muchos, muchísimos conciertos sinfónicos en el Teatro de la Maestranza. No recuerdo ni uno solo en el que la segunda parte concluyera con una explosión tan grande de júbilo por parte del público, casi todo él puesto enseguida en pie y con palmas “por sevillanas” que se prolongaron durante varios minutos, como en el monográfico Beethoven que ofrecieron el pasado 30 de junio Daniel Barenboim, su hijo Michael y la West-Eastern Divan Orchestra. Tampoco cuando el maestro interpretó en mayo de 1992 la misma Séptima sinfonía del de Bonn al frente nada menos que de la Filarmónica de Berlín. Este domingo el delirio fue absoluto.

 
Confiemos en que semejante circunstancia haga tomar conciencia del enorme valor de este patrimonio cultural que es la Fundación Barenboim-Said a los nuevos altos cargos de la Junta de Andalucía, que venturosamente andaban por allí. Y que estos hagan caso omiso a las voces que les andan pidiendo que cierren la referida fundación y, con ello, se acaben tanto las visitas de la WEDO (hay que recordarlo una vez más: aquí actúa gratis) como la Academia de Estudios Orquestales, los talleres en las escuelas y los conciertos protagonizados jóvenes en nuestra comunidad autónoma, así como las numerosas actividades que se patrocinan en Oriente Medio. Excusa falaz: la crisis económica de las orquestas andaluzas, sin duda digna de preocupación. Pero, ¿es que acaso no es precisamente el objetivo de todas estas actividades crear afición a la música y, con ello, ir formando ese nuevo público que reemplace al ya muy maduro que ocupa, cada vez en menor número, nuestras salas de concierto? ¿Cómo van a sobrevivir nuestras orquestas si se siguen quedando sin clientes? Desvestir a un santo para vestir a otros es un disparate.

Más grave me parece aún que haya por ahí quien insinúe veladamente que en Andalucía no podemos permitirnos tantas formaciones orquestales. Y no lo hacen refiriéndose a la de Barenboim, no, sino a las otras de financiación pública. A las de Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga. Que para qué tanto auditorio y tanto concierto. ¿No están acaso los discos? A estos habrá que repetirles algo que se cae por su propio peso. Que ellos saben, pero ocultan con astucia: esas orquestas no están ahí solo para satisfacer la demanda ya existente. También (¡y sobre todo!) lo están para crear afición, es decir, nueva demanda, y garantizarla para el futuro.

Miren ustedes, el del domingo fue el primer concierto para mi sobrina de ocho años. Estoy convencido de que no olvidará la experiencia, como tampoco lo hará la mucha gente que ha tomado contacto con la música sinfónica en vivo a través de los conciertos de la WEDO en Andalucía; o sea, de la mejor manera posible, con repertorio de la máxima calidad y con el más extraordinario director al frente. Claro que no menos trascendentales han sido los cientos de conciertos que las formaciones antes referidas han venido ofreciendo a lo largo de su existencia. Yo mismo, sin ir más lejos, me formé con las primeras temporadas de la ROSS. Sí, ya me gustaba la música desde antes. Pero, con total seguridad, si la Sinfónica de Sevilla no hubiera estado ahí, con su buen nivel de calidad y esas entradas baratas para estudiantes, yo no me hubiera convertido en el entusiasta melómano en el que en poco tiempo me transformé. Seguro. La experiencia en vivo –por todo, no solo por la calidad sonora– es insustituible. Con el futuro de nuestras orquestas no se debe jugar. Con el de ninguna de ellas. Ni antes, ni ahora.

Que se ofrezcan conciertos resulta imprescindible para la supervivencia de la afición. Debe haberlos en suficiente cantidad, con orquestas que trabajen por toda nuestra geografía. Y han de ser de calidad suficiente, con los mejores intérpretes con que se pueda contar para los programas de abono y con visitas puntuales de astros como Barenboim o los que, de vez en cuando, vienen al Festival de Granada. Que haya formación adecuada no es menos trascendental. La que realiza la Fundación Barenboim-Said, la de las escuelas privadas y (¡por descontado que en primer lugar!) la de nuestros muchas veces desatendidos conservatorios. Por no hablar de la que se realiza en los institutos de Secundaria, aunque en ellos la cosa está complicada: el ninguneo con que se trata a la materia en nuestros planes de estudio daría para unas cuantas entradas más en este blog.

Supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que la música clásica es muchísimo más que un entretenimiento para los ratos de ocio, o un placer sibarita para las personas cultas que pueden permitírselo. La música, la música llamada clásica, es un patrimonio importantísimo de nuestra civilización. Su conocimiento y disfrute en condiciones adecuadas es clave para la completa realización del ser humano, y por ende algo por lo que las administraciones públicas deben velar. No, en Andalucía no sobran orquestas. Lo que sobra es demagogia.

1 comentario:

Antonio Pérez Villena dijo...

Suscribo plenamente tus palabras Fernando, mal camino llevamos si empezamos con 'chovinismos' por aquello de las 'prioridades'... porque sin miras internacionales en el mundo de la música literalmente nos comeremos una mierda.

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