Se abre el programa con un soberbio preludio del acto I de Meistersinger: pocos directores –o ninguno– habrán conseguido desgranar esta pieza con mayor unidad entre sus diferentes secciones con que lo hace aquí el maestro checo, que traza la arquitectura con lógica, fluidez y naturalidad aplastantes dentro de el referido enfoque apolíneo en el mejor de los sentido, “clásico” si se quiere, lo que significa ajeno al arrebato e incluso un punto distanciado, pero en todo momento lleno de fuerza y de convicción. Se podrán preferir lecturas con mayor sentido del humor, también más visionarias, pero es difícil no rendirse ante la mezcla de nobleza y grandeza ajena a toda pompa que consigue Kubelik en esta recreación, por cierto que algo envejecida en lo que a la calidad de la toma se refiere.
Naturalidad, concentración y una perfecta lógica en la arquitectura de tensiones son las principales bazas de una interpretación del preludio del acto I de Lohengrin hermosa sin el menor narcisismo, que alcanza un clímax no del todo electrizante ni emotivo, pero sí revestido de esa particular combinación, presente también en Maestros, de elegancia y retórica sin pesadez.
El Idilio de Sigfrido recibe una lectura de apreciable depuración sonora y tan tierna como serena expresividad, alcanzando momentos verdaderamente mágicos de concentración y exquisitez, sobre todo hacia el principio y hacia el final; sin embargo, está bastante menos paladeada que la que el propio Kubelik grabó en 1979 para CBS (20’28'', frente a los 18’55'' de esta), con resultados referenciales.
Tristán e Isolda para terminar. El maestro checo nos sorprende con un preludio del acto I francamente lento (12'27'') y concentrado; se encuentra dicho con la lógica constructiva que caracteriza a su Wagner, pero extrañamente, y al mismo tiempo aunque resulte una paradoja, evidencia alguna frase un punto parsimoniosa. En lo expresivo también es una interpretación singular porque, siempre alejado del arrebato y de la vehemencia, ofrece una curiosa mezcla de pesimismo y dulzura. La Liebestod, de gran depuración sonora y muy paladeada (7’39), resulta estática antes que extática, pero en cualquier caso está dicha con singlar belleza y desde una distante serenidad contemplativa. Algo así como un Wagner “de anciano director”, sin realmente serlo: Don Rafael contaba cuarenta y nueve años.
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