miércoles, 6 de marzo de 2019

Más Shostakovich de Nelsons en Boston: Sexta y Séptima

Nueva entrega de la integral de sinfonías de Shostakovich a cargo de Andris Nelsons y la Sinfónica de Boston para Deutsche Grammophon: Sexta y Séptima en esta ocasión, registros realizados en vivo en 2017 con una toma sonora espléndida que ofrece graves impresionantes si se escucha no en CD sino en formato HD. Las interpretaciones presentan los mismos desequilibrios que las anteriores entregas, pero el nivel medio puede que sea ahora más alto, particularmente en el caso de la Sinfonía nº 6: quizá me haya gustado todavía más que la que ofreció en 2013 frente a la Filarmónica de Berlín y pude comentar aquí gracias a la Digital Concert Hall, hasta el punto de que se ha convertido en una de mis versiones de referencia.

 
Por descontado, ahí siguen para esta op. 54 el inigualable primer movimiento de Bernstein de 1986 y la visceralidad de Rozhdestvensky en los dos siguientes. Pero no recuerdo ninguna interpretación que logre semejante equilibrio entre los tres movimientos y, al mismo tiempo, ofrezca una ejecución tan perfecta como esta. El Largo arranca con enorme intensidad y se extiende a lo largo de 19’39 minutos manteniendo toda la tensión y ofreciendo frases muy valientes en la trompeta; el pesimismo es palpable, pero no hay resignación sino rebeldía. El Allegro central, además de estar dicho con absoluta convicción, resulta pasmoso desde el punto de vista técnico: quizá nunca, incluyendo la referida interpretación berlinesa, haya sido interpretado con semejante grado de virtuosismo, con limpieza y exactitud tan perfectas, con tal plasticidad en el colorido de las maderas, con arquitectura tan magistralmente planificada sin que la atención al detalle enturbie la feroz tensión que empuja la página hacia un Presto conclusivo que en manos de Nelsons alcanza el adecuado equilibrio entre lo dramático y lo circense; se pueden preferir interpretaciones con mayor mala leche, pero esta resulta inobjetable por mezcla de virtuosismo y fuerza expresiva.

La Leningrado recibe una lectura de nivel técnico increíblemente alto (¡cómo están todas las secciones de la Boston Symphony!), pero aquí en lo expresivo decepciona un poco el primer movimiento, quizá porque uno no puede quitarse de la cabeza aquella genial, irrepetible lectura de Bernstein en Chicago: al arranque le falta grandeza ominosa, la marcha –un prodigio en lo que a la gradación agógica y dinámica se refiere– resulta poco siniestra y carece de retranca en toda su primera mitad –incluso suena un tanto frivolona–, y el gran clímax suena antes épico que acongojante u opresivo. Más que notable el Moderato: ya se sabe que al Shostakovich de Nelsons no le van particularmente el sarcasmo ni el humor negro, pero desde una óptica más distanciada, más “clásica” si se quiere, el resultado es espléndido tanto por su convicción como por su trabajo puramente plástico. A las maderas hay que escucharlas para creerlas. Lo mejor de esta Leningrado llega con un Adagio que, sin ser el colmo de la desolación, combina belleza, humanismo y desolación con muy singular acierto, sin dejar de desplegar rabia en la sección central. Y espléndido el Allegro non troppo conclusivo, expuesto con fuerza bien controlada y  certero en la tremenda y dilatada coda: aquí la batuta se olvida de todo triunfalismo y se decanta por la ambigüedad y el regusto amargo.

Hay propinas. La Obertura festiva, podrían pensar algunos, es fácil de interpretar: basta con una buena orquesta. Pues no. En esta simpática obrita he visto estrellarse a dos músicos que admiro muchísimo, Plácido Domingo y John Williams, el uno con la Filarmónica de Viena y el otro con esta misma Sinfónica de Boston. Hay que ser gran director, y los dos citados no lo son. Nelsons sí que lo es y logra ofrecernos una interpretación expuesta con enorme virtuosismo y dicha con la mayor convicción, sin hinchar la música más de lo que se debe. Eso sí, ¡qué tremenda, increíblemente brillante recreación la que le he podido escuchar en toma radiofónica de 2018 a Riccardo Muti y la Chicago Symphony!

La otra propina consiste en una suite de la música incidental para la producción escénica de El Rey Lear que estrenó Grigori Kozintsev en 1941. Obra interesante, sin más: en absoluto forma parte de la mucha música mediocre que el autor escribió para la escena y la pantalla, pero tampoco es una de sus piezas indispensables. La interpretación parece inmejorable. Así pues, y a la espera de nuevas entregas, esta integral parece perfilarse como una de las más interesantes que existen. Seguiremos informando.

2 comentarios:

Cristian Muñoz Levill dijo...

Estimado Fernando:

Muchas gracias por su análisis: sin perjuicio de sus altibajos, el ciclo de Nelsons claramente se ha ganando un lugar respetable dentro de la discografía de Shostakovich.

Un abrazo!

Nemo dijo...

La única grabación de Nelsons que me apresuré a conseguir la de la Cuarta.
Me gusta mucho esa sinfonía, que requiere una buena grabación para ser disfrutada, y una disección meticulosa. Faltan grandes versiones de la misma.

El problema para mi con Nelsons es que la Primera, Quinta, Séptima, Octava, Novena, Décima y Decimoquinta están tan bien servidas ya en disco, incluso desde enfoques muy distintos si se quiere, que da pereza zambullirse en otra excursión por las obras. Si acaso me puede atraer por la calidad de sonido y si descubre matices olvidados en la partitura (aunque con Shostakovich es difícil descubrir demasiado). Las demás sinfonías me interesan menos, y también están magníficamente servidas. Creo que esperaré un poco a que complete el ciclo y tengamos una perspectiva más amplia. Pero tomo nota de esa Sexta.

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