Mendelssohn y
Tchaikovsky en los atriles para el programa de
Riccardo Chailly y la
Orquesta del Festival de Lucerna ofrecido en agosto de 2017 en la ciudad suiza y recogido por las cámaras y los micrófonos del sello Accentus. Shakespeare y Lord Byron en el trasfondo, porque de
El sueño de una noche de verano –los cinco números orquestales tradicionales, sin coro ni solistas vocales– y la
Sinfonía Manfred hablamos.
Está bien, incluso muy bien, este Mendelssohn del maestro italiano. Tiene vida y animación; el fraseo es ágil sin llegar a caer en el nerviosismo, el colorido considerablemente rico y los contrastes muy apreciables. La disección de la prodigiosa escritura mendelssohniana es excepcional y se clarifican o acentúan de manera interesante frases que hasta ahora pasaban desapercibidas. La expresión suele ser certera y en la Marcha nupcial se alcanza brillantez sin el menor exceso. Entonces, ¿qué le falta y que le sobra para ser una gran versión? Le faltan sensualidad y elevación poética, también un poquito de retranca, justo lo que ofrecía Otto Klemperer cuando se acercaba a esta obra maestra; el nocturno de Chailly, por ejemplo, acierta al ofrecer desazón pero no logra destilar esa carnalidad embriagadora que la música pide. Y le sobran algunos, demasiados quizá, detalles de preciosismo que bordean el amaneramiento: unos pianísimos imposibles por aquí, algún irritante portamento por acá, momentos de sonoridad en exceso liviana, alguna frase un pelín cursi… La sombra de Claudio Abbado es alargada.
Pocos reparos, salvando algún detalle sin importancia, se le pueden poner a interpretación de la tan interesante como desequilibrada
Sinfonía Manfredo. El trazo es irreprochable, las melodías se encuentran muy bien cantadas –nada de trivialidad ni de blandura–, el tratamiento de las texturas es prodigioso (¡maravillosas irisaciones de la cascada en la secuencia del hada!) y la exhibición de virtuosismo por parte de batuta y orquesta resulta todo un espectáculo. Notabilísima interpretación, pues, que solo cede ante la emotividad melódica de Rostropovich, la sana rusticidad de Markevitch y, sobre todo, la elevadísima inspiración de un Maazel y el carácter hiperdramático de Muti.
Eso sí, quizá esta interpretación de Chailly resulte, al menos en su formato en Blu-ray y en la pista multicanal, que es la que he escuchado, la número uno para acercarse a la obra. Sencillamente porque es la que mejor suena. De hecho, me parece muy dudoso que esta obra o la de Mendelssohn hayan sido alguna vez recogidas con una toma tan excepcional como la presente. Por eso, y pese a los reparos advertidos, les recomiendo conocer este lanzamiento.
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