Resulta inútil buscar reparos: alguna frase algo justita por el grave, quizá
un temperamento no del todo vibrante según qué música… Importa poco o nada,
porque la actuación que ofreció Carlos Mena el pasado sábado en el
Teatro de la Maestranza en un recital con páginas de Vivaldi y
Haendel junto a Veronica Cangemi y la Orquesta Barroca de
Sevilla es una de las cosas más gloriosas que yo haya escuchado en directo a
la voz humana. Por todo. El instrumento es maravilloso por su timbre sensual y
esmaltado, nada blanquecino, cosa no habitual en contratenores. Se muestra
homogéneo en su no pequeña extensión y corre sin problemas por la sala. Agudos e
intervalos están resueltos con una técnica de extraordinaria solidez. El canto
es cálido, natural, entregado; un legato maravilloso, un perfecto control de la
respiración y una admirable planificación del fraseo permite al de Vitoria
desplegar las melodías con una cantabilidad fuera de lo común. Hubo pianísimos
embriagadores, yo diría que de ciencia-ficción, y también reguladores de
verdadero infarto, pero jamás cediendo al narcisismo sino al servicio de la expresión sincera. Y si en alguno de los números pudo
echarse de menos –lo dije arriba– un poco más de inflamación, cuando le tocó
mostrarse recogido y amoroso rozó el cielo como solo lo hacen los
más grandes artistas del canto.
La soprano se mostró muy desigual a su lado. En el intermedio hablaba con
otros melómanos sobre esa generalizada afirmación de que los artistas saben mejor
que nadie cómo han estado. Llegamos a la conclusión de que no siempre es así.
Por poner ejemplos recientes, tengo la sensación de que Eric Crambes no es
consciente de cómo está dejando que desear últimamente en sus solos de violín al
frente de la ROSS; o de que José Luis Sola no se da cuenta de que su técnica es
precaria y de que no puede con el Orfeo de Gluck. Verónica Cangemi también anda despistada, porque si no resulta imposible explicar que
abriera el recital con la “navicella” vivaldiana popularizada por Bartoli:
aquello fue un despropósito. ¿Qué necesidad tiene de cantar una pieza que no
puede hacer de manera satisfactoria cuando es capaz de ofrecer maravillas
como un “Lascia ch'io pianga” de hermosísimas medias voces e interesantes
ornamentaciones? Porque la argentina es artista. Con voz muy pequeña y plagada
de desigualdades, ciertamente, y a estas alturas –le he escuchado discos que
demuestran que antes las cosas eran distintas– incapaz de resolver con
limpieza las agilidades, pero sabiendo decir con propiedad estilística, con
sensibilidad acariciadora y con cálida emoción. Más cómoda vocalmente en la
segunda parte del recital que en la primera, Cangemi ofreció algunas cosas
hermosísimas que quiero almacenar en mi memoria.
La Orquesta Barroca de Sevilla tuvo que luchar contra un auditorio en exceso
grande para la misma como es el Maestranza. A mi entender, la Sala Joaquín
Turina de Sevilla o el Villamarta de Jerez son mucho más adecuados. Aun así, y
tras algún problema de empaste en los primeros minutos, sonó con gran propiedad
bajo la dirección de Antoni Mercero, quien en su faceta de violín solista me ha
parecido un músico sensato y serio, capaz de hacer cantar con belleza –que no
con especial sensualidad– las melodías vivaldianas y de entender que ornamentar
no significa regalarnos molestos espasmos y contrastes amanerados; a mi
entender, el instrumentista vasco es muy superior a otros nombres del violín
barroco españoles y extranjeros más celebrados por ciertos melómanos
Como
director ya me ha gustado menos: el Vivaldi de la Orquesta Barroca de Sevilla me
ha parecido bajo su guía un tanto plano e insulso, falto de luz y de color,
aburriéndome en los dos conciertos ofrecidos (RV 155 y RV 565) y resultándome
digno sin más en las arias y dúos de Vivaldi. En Haendel sí que me convenció el
trabajo de Mercero, quien consiguió un punto de equilibrio en la articulación
que le permitió ofrecer agilidad sin ligereza mal entendida y claroscuros sin
excesos. El fraseo fue ortodoxo y musical, permitiendo explayarse en toda la
amplitud de su canto a un Carlos Mena que revalidó su categoría
como uno de los más grandes cantantes españoles de los últimos decenios.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
martes, 22 de enero de 2019
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