Sentado impasible ante el teclado, tocando con facilidad insultante y haciendo gala de una limpieza sonora extrema, el pianista ruso logra ofrecer a sus veinticinco años una interpretación no solo magníficamente tocada, sino también original en su concepto mayormente apolíneo; tenso y contrastado, pero ajeno al arrebato y a las altas temperaturas emocionales, sobre todo en un primer movimiento quizá más distante de la cuenta. Perfecto por el contrario el segundo, en perfecta sintonía con un Rattle extremadamente sensual y voluptuoso, cargado de esa nostalgia propia del autor pero sin caer en decadentismos. El tercero, desgranado con enorme amplitud –en general, toda la interpretación es más bien lenta– sin que resulte pesante, ambos artistas vuelven a guardar distancias, para triunfar por todo lo alto en una entregadísima recapitulación final. La excelencia de la orquesta –formidables solos de Pahud y compañía tras la cadenza– contribuye a redondear los resultados.
Y vamos ya por el nuevo disco, que bajo el título Destination Rachmaninov ofrece los Conciertos para piano nº 2 y 4. El primero de los citados se ha grabado en el mes de abril de este mismo año 2018. Se encuentra en la línea del nº 3, pero me ha gustado menos: el pianista ofrece una interpretación nuevamente apolínea, clásica en el mejor de los sentidos, de una impresionante depuración sonora, de apabullante claridad –la lentitud de los tempi ayuda– y muy bien planificada en sus tensiones, que mantiene demasiado las distancias y se encuentra en exceso alejada de la pasión. El maestro canadiense se amolda al concepto y refrena de manera considerable el ímpetu de su batuta, pero lo hace sabiendo ser voluptuoso, sensual y emotivo desde un absoluto control de lo que tiene por delante.
El Concierto nº 4 se grabó en vivo el mismo año que la Rapsodia Paganini del anterior disco, en 2015. Y es en esta página en la que más acierta el pianista ruso, más comprometido aquí en lo expresivo, menos distante, aunque no por ello menos dominador de los medios: el equilibrio al que llega entre control y pasión es perfecto, como también lo es su manera de atender a los aspectos más dramáticos del Largo, muy bien respaldado por un Nézet-Séguin que paladea la música con holgura y sabe ofrecer la pátina nostálgica y sombría que necesita el movimiento. El resultado es una de las mejores lecturas que conozco de la página, aunque por detrás de la maravilla de Ashkenazy con Previn.
Como propina del disco, tres números de la Partita para violín BWV 1006 de Bach en transcripción de Rachmaninov, interpretados por Trifonov con pulcritud extrema. Estaremos atentos a su devenir artístico.
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