Hace diez años estuve por primera vez en Gran Canaria. Tuve entonces la
oportunidad de escuchar a la estupenda OFGC en el Auditorio Alfredo Kraus, de lo
que pude dar cuenta brevemente
en
este blog. El pasado viernes pude por fin pasarme nuevamente por la isla y
repetir el rito de disfrutar a la Filarmónica en el soberbio edificio diseñado
por
Óscar Tusquets, esta vez con un programa dedicado a Haydn y a Mozart que
estuvo bajo la batuta de
Gérard Korsten, un señor al que solo conocía de
una
Elena Egipcíaca del sello Dynamic y del que, por tanto, podía esperarme
cualquier cosa en un repertorio tan delicado como este.
Pues bien, lo resultados me parecieron dignos de admiración. Y por completo
sobresalientes, yo diría que referenciales, en el caso de
Franz Joseph
Haydn: la interpretación de la
Sinfonía n.º 73, “la caza”, me pareció
superior a las dos que escuché previamente en disco, la muy digna de Adam
Fischer y la más que notable de Neville Marriner. ¿Y cómo fue el Haydn de
Korsten? Decir que, en el cinegético último movimiento –el que da título a la
página– los timbales usaron baquetas duras mientras que se juntaron trompetas
naturales con trompas de válvula, podría darnos una impresión inexacta. Porque
este, al margen de semejantes decisiones organológicas –que encuentro acertadas,
aunque habrá a quienes les parezcan incoherentes–, y también a margen de una
reducción del vibrato y de una incisividad en la articulación bastante moderadas,
fue un Haydn tradicional en el mejor de los sentidos. Es decir, de sonoridad
densa y musculada pero en absoluto masiva, de fraseo ágil mas no aéreo (¡qué
alivio!), de fraseo amplio y cantable, de expresión grave y cargada de pathos
–tremenda la introducción– sin caer en lo protobeethoveniano, y
lleno de encanto, de gracia, de sensualidad y de picardía sin confundir todo
ello con lo trivial o lo insípido, que es lo que le pasaba en discos a los dos
directores arriba citados. Korsten no quiso recrearse en delicadezas –aunque el
trazo fue fino– y se decidió a impregnar la partitura, toda ella, de una gozosa
rusticidad apropiadísima para el maravilloso universo de este compositor.
No me gustó tanto su labor en los
Conciertos para trompa nº 3 y
nº
2 –en este orden– de
Wolfgang Amadeus Mozart. Por descontado que el ya
veterano maestro siguió obteniendo un formidable rendimiento de una
Filarmónica de Gran Canaria que parecía sentirse muy a gusto bajo su
batuta, pero tengo la impresión, después de haber escuchado a Klemperer con
Civil y a Zukerman con Baummann, que esta música ofrece más posibilidades
poéticas: Korsten ofreció luminosa, amable y cálida belleza, sin más. El trompa
Felix Klieser le secundó a la perfección en su concepto haciendo gala de
un fraseo de enorme sensualidad que sedujo más por su capacidad para el canto
que para los claroscuros. En cualquier caso, derrochó musicalidad por
los cuatro costados. En lo puramente técnico su labor resultó admirable: que
hubiera algún desliz sin importancia se puede explicar por el frío
que esa noche en Las Palmas se colaba entre los dedos de nuestros pies. Ah, ¿es
que no se lo he dicho? Klieser no tiene brazos y toca con sus extremidades
inferiores, literalmente. Su éxito fue abrumador y estuvo plenamente
justificado. Propina de Rossini.
Para terminar,
Sinfonía nº 38 de Mozart. Es decir, ni más ni menos que la
Praga. Palabras mayores. Sin llegar al nivel excepcional de su Haydn, Korsten
triunfó a partir de una lúcida asimilación, aun sin necesidad de imitar al
maestro berlinés ni de acercarse a sus excesos, de las mejores lecciones de
Harnoncourt: teatralidad y claroscuros a tope, con enorme relevancia de metales
y percusión –de nuevo trompetas naturales y baquetas duras– mas guardando el adecuado equilibrio con una cuerda bien nutrida y empastada, todo ello dentro de un
concepto expresivo marcadamente operístico y muy alejado de
preciosismos, ligerezas y coqueterías que siguen haciendo estragos en el
universo interpretativo mozartiano. Gran concierto.
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