Por concepto, porque esta es una lectura intensa, rabiosa y visceral, marcadamente expresionista y de acentuados efectos teatrales, en la que se subrayan los aspectos más angulosos de la escritura y no se deja espacio a las languideces, ni a la blandura lírica ni a esos insoportables portamentos con que a veces se trufa esta música. Por realización, porque el maestro griego traza el discurso de manera decidida, sin puntos muertos, renunciando a preciosismos pero no con ello al detalle; porque equilibra bien los planos sonoros, despliega un colorido de enorme riqueza y da instrucciones precisas para llenar de significado todas y cada una de las intervenciones solistas. En este sentido, los músicos de su orquesta no son los más virtuosos y brillantes que uno pueda encontrar –la sección de metales no es la de Chicago precisamente–, pero tocan con una intensidad y un compromiso expresivo que parece les fuera la vida en ello.
Podemos matizar jugando a eso de las puntuaciones, que es una cosa bastante pueril pero muy útil para entendernos. Le pongo un nueve al Allegro energico inicial: decidido y vehemente, pero siempre controlado de manera admirable, dentro de un enfoque que acierta al ser más trágico que épico. Se puede estar en desacuerdo en cómo están aprovechados algunos pasajes o en cómo se resuelven determinadas transiciones, pero el resultado es globalmente espléndido. Un nueve y medio para el Scherzo que viene a continuación. Como apuntaba Riccardo Chailly, ubicarlo en segundo lugar obliga a la batuta a marcar diferencias con el movimiento precedente, lo que solo se puede conseguir llevándolo con rapidez y subrayando más que nunca sus aspectos virulentos, que es justo lo que hace un Currentzis como pez en el agua cuando se trata de combinar lo grotesco con lo angustioso y lo nihilista; impresionantes los solistas en sus onomatopéyicas y mordaces intervenciones, y un acierto dejar de lado los aspectos pintorescos y distendidos del landler.
Un ocho y medio e incluso un nueve para el sublime Andante moderato, al que se le podría pedir más sensualidad y una poesía aún más elevada, pero que acierta al olvidarse de hedonismos sonoros para intensificar la lacerante, no poco nihilista emoción que desprende. Y “solo” un ocho para el Finale, volcánico y lleno de rabia, pero a mi entender no del todo sincero, incluso un poco más ruidoso de la cuenta: aquí Currentzis no se muestra solo acertadamente teatral, que también, sino asimismo un poco teatrero. Nueve como nota media, por tanto, para esta interpretación que se acerca a las mejores cosas del maestro –geniales Purcell y Shostakovich– y nos hace olvidar, aunque sea temporalmente, los fiascos y los bodrios que también nos ha entregado.
Se me olvidaba comentar la toma: ofrece claridad, cuerpo y relieve, pero no toda la gama dinámica posible, y además adolece de cierto tinte metálico que parece consecuencia de haber sufrido una ecualización en busca de mayor brillantez. Lástima.
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