Dos ciclos tiene la Orquesta Sinfónica de Londres de las seis sinfonías de Carl Nielsen. El primero lo grabó para Unicorn con el maestro danés Ole Schmidt en el año 1974, utilizando como estudio la misma iglesia de St. Gilles en la que por las mismas fechas mi queridísimo Bernard Herrmann registraba para idéntico sello diferentes páginas cinematográficas y no cinematográficas. El segundo lo protagonizaba nada menos que Sir Colin Davis, siendo registrado en vivo y editado por LSO Live a partir de una serie de conciertos ofrecidos entre 2009 y 2011 en el Barbican Hall, es decir, justo al lado del templo gótico antes referido.
Aquí se acaban las similitudes, porque son dos ciclos que, dentro de su excelencia, resultan muy diferentes. Abreviando para quienes no quieran leer el texto completo: Schmidt aborda las partituras desde una especie de expresionismo que llega de manera muy inmediata al oyente pese a resultar algo tosco, mientras que Sir Colin, como no podía ser menos, apuesta por el trazo fino y la emotividad lírica, pero sin eludir en modo alguno tensiones sonoras y el dramatismo expresivo.
Ya en la Sinfonía nº 1 esas diferencias quedan claras. Ole Schmidt ofrece una interpretación de
trazo sólido, decidido, directo, de una adecuada rusticidad sonora y muy atenta
a las tensiones, pero escasa de flexibilidad e imaginación, no muy poética ni
emotiva, amén de algo gruesa en el trazo. La de Colin Davis posee las virtudes de la de Schmidt, pero añadiendo el refinamiento, la flexibilidad y el
vuelo lírico que allí se echaban en falta. Eso sí, el enfoque es clasicista en
el buen sentido, lo que significa que mira más al pasado y al presente, Elgar
incluido, que al futuro más o menos expresionista.
En la Sinfonía nº 2, "los cuatro temperamentos", Schmidt vuelve a combinar solidez y tensión dramática sin preocuparse demasiado de la tensión sonora, mientras que en el tercer movimiento, el dedicado al temperamento melancólico, resulta antes incandescente que sensual o emotivo. La de Sir Colin ofrece
exquisito gusto, fraseo holgado y nobleza equilibrada
con intensidad, aunque quizá resulta del todo idiomática. En este
sentido, al primer movimiento, maravillosamente dicho y con incandescentes picos
de tensión a los que se llega con lógica absoluta –sin necesidad de arrebatos, dejando respirar a la música– le falta un punto de rusticidad y carácter
escarpado. En el segundo las maneras británicas de Sir Colin en principio son
ideales para el temperamento flemático, aunque quizá su lírica visión, plena de sensualidad, resulte en exceso amable y contemplativa. En el tercero la cantabilidad, la poesía y la nobleza del maestro se imponen
sobre los aspectos más ardientes. Lo que menos bien funciona es el
cuarto, de nuevo paladeado sin prisas y con gran lógica constructiva, pero falto
de nervio.
Reconozcámoslo: la Sinfonía nº 3, "expansiva", no es de lo mejor del autor. La lectura de Ole Schmidt resulta encendida, briosa, encontrándose más atenta al trazo global que al detalle, y suena con una rusticidad apropiada que se ve acentuada por la estridencia de la toma. No
es muy imaginativa, pero sí comunicativa y sincera. Tras un muy notable primer
movimiento, Schmidt sabe remansarse para ofrecer las esencias pastorales del segundo
–solo correctos los dos solistas vocales– pero, pese a la excelencia del trazo,
no logra salvar la escasa inspiración de la segunda mitad de la obra.
No hay novedad con respecto a Sir Colin: como en el resto del
ciclo, interpretación ante todo musical, de gusto irreprochable y corte digamos
“clásico”, que alcanza un gran equilibrio entre cantabilidad, entusiasmo, suave
ironía y grandeza bien entendida; todo ello haciendo gala de una materialización sonora
perfectamente delineada y de una lógica irreprochable. Se pueden preferir
sonoridades más rústicas, enfoques más escarpadas y un sentido del humor más
vitriólico, pero en su estilo es espléndida. Bien la soprano y el barítono.
En la Sinfonía º 4, "inextingible", hay mucha competencia, empezando por un tal Herbert von Karajan. Ole Schmidt ofrece una interpretación de
sonoridad áspera y temperamento dramático, tendente a la virulencia expresionista, pero cayendo en el exceso de nervio y de crispación, sin aclarar del
todo la polifonía –en el último movimiento hay bastante barullo– ni frasear con
la grandeza debida. Entre tanto alto voltaje, el segundo movimiento se apacigua
de manera admirable y sabe ser no solo sensual, sino también sarcástico
e inquietante.
Extrañamente, a Sir Colin le
funcionan mejor los momentos más extrovertidos e impactantes de la página,
dichos con fuerza y grandeza, que los más
líricos, que en sus manos suenan en exceso apolíneos. Se aprecia, en este
sentido, cierta discontinuidad en el discurso. La LSO está imponente: ¡cómo ha mejorado el nivel de las orquestas en general a lo largo de las últimas décadas!
Schmidt ofrece una lectura rocosa, encendida y virulenta –magnífico el tratamiento de las maderas– de la Sinfonía nº 5, pero de nuevo se echan en falta sensualidad, emotividad lírica y, sobre todo, depuración sonora. Incluso grandeza: toda la acumulación de tensiones hacia el gran clímax final suena antes decibélica y masiva que bien delineada. La toma sonora pone demasiado en primer plano la caja, si bien en contrapartida ofrece una amplia gama dinámica ideal para esta partitura.
Sir Colin
ofrece de la Quinta la interpretación en él esperable, esto es, realizada desde un clasicismo
noble y elocuente, donde priman el equilibrio y la
cantabilidad impregnada de humanismo, como pone bien de manifiesto la
conmovedora, mágica manera de plantear el tema lírico del Adagio que ocupa la
segunda mitad del primer movimiento. Esto no le impide conducirlo
hasta un clímax lleno de tensión al que se llega con asombrosa naturalidad, ni
hacer lo propio con la fuga rápida del segundo movimiento –la fuga lenta está
planteada con una espiritualidad impregnada de desazón muy adecuada–; o con todo el
final. Podrán preferirse interpretaciones más viscerales, pero
en su línea resulta admirable. La toma sonora en SACD recoge muy bien la
espléndida sonoridad de orquesta, y particularmente la formidable labor dos
músicos extraordinarios, el clarinete y el solista de caja.
Como era de esperar, esa singularísima partitura que es la Sinfonía nº 6, "semplice", resulta mucho más adecuada para el temperamento del maestro británico que para el del danés. Aun así, Schmidt resulta muy atractivo por cargar las tintas en los
aspectos más escarpados del primer movimiento y, en general, por ofrecer un
sentido del humor mucho más gamberro y socarrón que el de su colega. Quizá la
primera parte del cuarto movimiento resulte un poco insípido, pero luego va
mejorando y ofrece un final con mucha fuerza.
Es Sir Colin el que, en cualquier caso, gana la partida. Y no solo porque su técnica soberbia le permite alcanzar un altísimo grado de refinamiento al tiempo que traza la arquitectura con una solidez impresionante, sino también porque ofrece dos enormes virtudes expresivas. La primera, calidez, emotividad y poesía en un grado sorprendente para una obra tan enigmática como esta, tan llena de ironía, de autoparodia y de malintencionado distanciamiento digamos que "antirromántico". La segunda, un sentido del humor semejante al que le ha permitido siempre a Sir Colin triunfar en la música de Haydn, es decir, aquel que encuentra el equilibrio entre elegancia y vulgaridad bien entendida, entre suave ironía y carácter burlón, entre equilibrio y desenfreno.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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