miércoles, 18 de julio de 2018

El moderno e incisivo Gershwin de Levine

Soy de los que piensan que James Levine es –era: este señor puede dar finalizada su carrera después de los últimos escándalos– un director más bien mediocre, por no decir vulgar, ruidoso y hortera, pero lo cierto es que algunas –pocas– de sus realizaciones me gustan. Es el caso de la Adriana Lecouvreur hace poco comentada, o del monográfico George Gershwin que, al frente de la Sinfónica de Chicago, fue registrado por los ingenieros de Deutsche Grammophon allá por julio de 1990, cuando el maestro se concentraba en el cénit de su prestigio y, además de ser dueño y señor musical del Metropolitan de Nueva York, grababa de todo al frente de las orquestas más distinguidas. El programa es precioso: Rhapsody in Blue –la versión de jazz band–, Cuban Overture, Catfish Row –es decir, la suite de Porgy and Bess– y An American in Paris.


No son estas unas lecturas al uso. Ciertamente hay en ellas mucho de brillantez, de espectáculo más o menos epidérmico y de esas cargas decibélicas que son marca de la casa. También de chispa, de teatralidad y de sentido del swing. Y Levine no se olvida de un cierto toque de descaro, de ese carácter arrabalero –entiéndase “de música callejera”– que esta música también necesita. Lo interesante es que, junto con todo ello, hay algo más: mucho nervio interno, una muy apreciable incisividad, una rítmica particularmente marcada y hasta cierta dosis de agresividad. Sin faltar al estilo, Levine subraya los aspectos más avanzados de este repertorio. Y lo hace con plena convicción, inyectando vitalidad y extroversión a manos llenas, todo ello en plena sintonía con una orquesta como ninguna otra: dudo mucho que nunca estas obras hayan sido mejor ejecutadas.

Dicho esto, a lo largo del CD encuentro irregularidades. Sin ir más lejos, en la Rhapsody in Blue. Esta recibe una interpretación no muy sensual pero sí de lo más efervescente, amén de llena de gancho, de colorido y de vistosidad, pero en la parte solista Levine –que toca con enorme solvencia en lo que a virtuosismo se refiere– no termina de convencer: en muchas de las frases, su sonido pianístico resulta más blando de la cuenta, o al menos poco adecuado para Gershwin, y en general necesita un fraseo más incisivo y rico en aristas, con las síncopas más marcadas y algo más dotado de agresividad digital.

Sin poseer la sección central más sensual posible –escúchese a Barenboim con la misma orquesta–, la Cuban Overture es todo ritmo, colorido e incisividad bien entendida. Porgy and Bess arranca con una fuerza y un sentido teatral desbordante, y de ahí apenas se baja; ni que decir tiene que Levine –faltaría más– saca la artillería en pleno durante la secuencia de la tormenta y no deja de recrearse en las increíbles posibilidades decibélicas de la formación norteamericana.

An American in Paris, finalmente, pierde ese fraseo curvilíneo, esa sensualidad refinadísima y esa depurada tímbrica a las que estábamos acostumbrados en la referencial grabación de Ozawa –tampoco conviene olvidar a Bernstein ni a Previn– para ganar en asperezas, en contrastes teatrales, en nervio y en espectacularidad, acercándose más bien a cierto “ruso en París” que una década antes había tenido inquietantes cosas musicales que decir en la propia capital francesa. Si los resultados no son redondos es debido a la dichosa costumbre del maestro a ofrecer brutales explosiones sonoras, planteadas con obvio deseo de apabullar y sin espacio para matices.

En cualquier caso, en este disco se dicen las suficientes cosas nuevas como para merecer nuestra atención. Más aún cuando se dicen a través de una orquesta excepcional y se recogen por una toma sonora, no lo he dicho aún, verdaderamente increíble.

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