Hay directores que cuando llegan a lo más alto en prestigio
realizan un enorme giro a peor: fue ya hace tiempo el caso de Claudio Abbado y
lo es ahora el de Riccardo Chailly. Pero también puede ocurrir lo contrario,
que es justamente lo que parece estar pasando con Daniel Harding. Incluso en un
compositor tan complicado –el más complicado de todos– como el de Wolfgang
Amadeus Mozart.
De él conocía un Don Giovanni
de 1999 que me gustó bien poco: repaso algunos tracks mientras escribo estas
líneas y me sigue pareciendo muy mediocre –siempre rígido, a veces cursi, con
frecuencia disparatado– dentro de su línea “historicista sin instrumentos
originales”. Normal: el chavalito contaba veinticuatro años y tenía que
demostrar que era más listo que nadie demostrando “la verdad” en la que
presuntamente nadie había reparado. Mucho más tarde le escuché un Idomeneo filmado en La Scala, ya de
2004, que me pareció interesantísimo por su teatralidad y su elevado sentido de
los contrastes, aunque también se apreciaban precipitaciones y no pocos
efectismos. Y anteayer sábado 21 le seguí en directo a través de la Digital Concert Hall un concierto con nada menos que la Filarmónica de Berlín todo él decidido
al de Salzburgo, y con nada menos la Misa
en Do menor como plato fuerte: me pareció globalmente magnífico.
¿En qué ha cambiado la cosa? El de Oxford sigue optando por
la fusión entre maneras de hacer históricamente informadas y orquestas de
instrumentos modernos –con baquetas duras, como por otra parte hoy resulta
felizmente habitual–, por los tempi rápidos y por acentuar los contrastes
teatrales, pero ahora no siente la necesidad de correr desesperadamente ni de
exagerar acentos. Tampoco de hacer sonar ácida a la cuerda o de renunciar al
legato. Y repara en que también es necesario dejar a la música respirar, trazar
las frases con flexibilidad y con sentido cantable, atender a la sensualidad,
recrearse en la belleza melódica y tímbrica… Sencillamente, este señor ya no
necesita ir de enfant terrible y ha
puesto su enorme técnica al servicio de un concepto menos radical, mucho más
rico y desde luego considerablemente más sensato. Ha madurado.
La brevísima Sinfonía
nº 32, con su aspecto de obertura italiana, resultaba ideal para abrir la
velada. Había escuchado tres grabaciones para prepararme la audición: la espléndida
de Krips, la muy notable de Pinnock y la floja de Ter Linden. La de Harding me
ha parecido más cercana al enfoque urgente y dramático de Pinnock que al más
noble y tradicional de Krips, pero supera al director del English Concert por
su manera de mezclar electricidad con carne sonora. Los resultados fueron
espléndidos.
Siguieron dos arias de concierto, dirigidas asimismo de
manera formidable. Misero! O sogno –
Aura, che intorno spiri contó
con el tenor Andrew Staples: voz muy
british y muy nasal, con todo lo que eso significa, pero intérprete de
exquisito gusto y perfecta línea mozartiana. Per questa bella mano se
benefició de un soberbio contrabajo obligatto, pero aquí el bajo Georg Zeppenfeld me pareció muy poco
interesante en lo vocal y en lo expresivo: cumplió sin más.
Los dos citados solistas se unieron a las notables Lucy Crowe y Olivia Vermeulen y al
excelente Coro de la Radio Sueca para interpretar –en su habitual versión
incompleta– la Misa en Do menor.
Lectura en absoluto protorromántica; nada gótica, poco mística y apenas
interesada por la suntuosidad de timbres y masas sonoras; pero sí tensa, llena
de fuerza interna, tensa a más no poder e impregnada de una congoja espiritual
que, si en los momentos más íntimos, puede carecer de ese punto de sensualidad
necesario para redondear los resultados, en los más extrovertidos llega a
resultar abrumadora por su escarpadísima rebeldía. ¡Qué impresionante, visionario
Qui tollis el que ofrece Harding sin
renunciar ni a la articulación historicista ni a la severidad neoclásica! Y
cuando debe resultar grandioso y triunfal ciertamente lo hace, pero de nuevo
manteniendo la agilidad y, eso es lo más interesante, sacando a la luz toda la
inquietud espiritual que albergan los pentagramas.
Ni que decir tiene que la Filarmónica de Berlín está
gloriosa ni que la musicalidad excelsa de todos sus solistas hace mucho por
elevar el nivel de esta interpretación que, sin ser perfecta, deja bien claro
que Daniel Harding es, pese a los pronósticos que muchos habíamos lanzado en su
momento, una de los directores más interesantes del panorama actual. También en
Mozart.
1 comentario:
Si no me lo dicen, no me doy cuenta: Staples era el tenor del soberbio Sueño de Geroncio de Barenboim en Decca. Pues eso.
Publicar un comentario