lunes, 23 de abril de 2018

Harding madura: gran Mozart con la Filarmónica de Berlín

Hay directores que cuando llegan a lo más alto en prestigio realizan un enorme giro a peor: fue ya hace tiempo el caso de Claudio Abbado y lo es ahora el de Riccardo Chailly. Pero también puede ocurrir lo contrario, que es justamente lo que parece estar pasando con Daniel Harding. Incluso en un compositor tan complicado –el más complicado de todos– como el de Wolfgang Amadeus Mozart. 


De él conocía un Don Giovanni de 1999 que me gustó bien poco: repaso algunos tracks mientras escribo estas líneas y me sigue pareciendo muy mediocre –siempre rígido, a veces cursi, con frecuencia disparatado– dentro de su línea “historicista sin instrumentos originales”. Normal: el chavalito contaba veinticuatro años y tenía que demostrar que era más listo que nadie demostrando “la verdad” en la que presuntamente nadie había reparado. Mucho más tarde le escuché un Idomeneo filmado en La Scala, ya de 2004, que me pareció interesantísimo por su teatralidad y su elevado sentido de los contrastes, aunque también se apreciaban precipitaciones y no pocos efectismos. Y anteayer sábado 21 le seguí en directo a través de la Digital Concert Hall un concierto con nada menos que la Filarmónica de Berlín todo él decidido al de Salzburgo, y con nada menos la Misa en Do menor como plato fuerte: me pareció globalmente magnífico.

¿En qué ha cambiado la cosa? El de Oxford sigue optando por la fusión entre maneras de hacer históricamente informadas y orquestas de instrumentos modernos –con baquetas duras, como por otra parte hoy resulta felizmente habitual–, por los tempi rápidos y por acentuar los contrastes teatrales, pero ahora no siente la necesidad de correr desesperadamente ni de exagerar acentos. Tampoco de hacer sonar ácida a la cuerda o de renunciar al legato. Y repara en que también es necesario dejar a la música respirar, trazar las frases con flexibilidad y con sentido cantable, atender a la sensualidad, recrearse en la belleza melódica y tímbrica… Sencillamente, este señor ya no necesita ir de enfant terrible y ha puesto su enorme técnica al servicio de un concepto menos radical, mucho más rico y desde luego considerablemente más sensato. Ha madurado.

La brevísima Sinfonía nº 32, con su aspecto de obertura italiana, resultaba ideal para abrir la velada. Había escuchado tres grabaciones para prepararme la audición: la espléndida de Krips, la muy notable de Pinnock y la floja de Ter Linden. La de Harding me ha parecido más cercana al enfoque urgente y dramático de Pinnock que al más noble y tradicional de Krips, pero supera al director del English Concert por su manera de mezclar electricidad con carne sonora. Los resultados fueron espléndidos.

Siguieron dos arias de concierto, dirigidas asimismo de manera formidable. Misero! O sognoAura, che intorno spiri contó con el tenor Andrew Staples: voz muy british y muy nasal, con todo lo que eso significa, pero intérprete de exquisito gusto y perfecta línea mozartiana. Per questa bella mano se benefició de un soberbio contrabajo obligatto, pero aquí el bajo Georg Zeppenfeld me pareció muy poco interesante en lo vocal y en lo expresivo: cumplió sin más.

Los dos citados solistas se unieron a las notables Lucy Crowe y Olivia Vermeulen y al excelente Coro de la Radio Sueca para interpretar –en su habitual versión incompleta– la Misa en Do menor. Lectura en absoluto protorromántica; nada gótica, poco mística y apenas interesada por la suntuosidad de timbres y masas sonoras; pero sí tensa, llena de fuerza interna, tensa a más no poder e impregnada de una congoja espiritual que, si en los momentos más íntimos, puede carecer de ese punto de sensualidad necesario para redondear los resultados, en los más extrovertidos llega a resultar abrumadora por su escarpadísima rebeldía. ¡Qué impresionante, visionario Qui tollis el que ofrece Harding sin renunciar ni a la articulación historicista ni a la severidad neoclásica! Y cuando debe resultar grandioso y triunfal ciertamente lo hace, pero de nuevo manteniendo la agilidad y, eso es lo más interesante, sacando a la luz toda la inquietud espiritual que albergan los pentagramas.

Ni que decir tiene que la Filarmónica de Berlín está gloriosa ni que la musicalidad excelsa de todos sus solistas hace mucho por elevar el nivel de esta interpretación que, sin ser perfecta, deja bien claro que Daniel Harding es, pese a los pronósticos que muchos habíamos lanzado en su momento, una de los directores más interesantes del panorama actual. También en Mozart.

1 comentario:

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Si no me lo dicen, no me doy cuenta: Staples era el tenor del soberbio Sueño de Geroncio de Barenboim en Decca. Pues eso.

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