lunes, 19 de febrero de 2018

Pena y alivio

Me ha dado mucha pena tener que cerrar este blog a comentarios, pero la presencia del troll resultaba insoportable. Porque este señor, Rafael de nombre y Bellón de apellido, no solo no ha sido capaz de atenerse a unas normas mínimas de comportamiento. Ha intentado utilizar este medio para crear una especie de “blog paralelo” con interminables recomendaciones de repertorios e intérpretes que no venían a cuento para hacer gala de su presunta erudición. Ha despreciado constantemente las opiniones de los demás, ha buscado crear la mayor polémica posible y ha tenido enfrentamientos –con otros autores de comentarios, más que conmigo– que resultaban mucho antes propios de un foro que de un blog. Ha saltado llenándonos de insultos, no solo en los comentarios sino también en diversas redes sociales, cada vez que educadamente se le llamaba la atención al respecto y se le pedía que recondujera la línea de sus intervenciones. Ha recurrido a la adulación rastrera para que se readmitiera su presencia. Y tras pocos días –a veces horas– de volvérsele a dar una oportunidad, ha vuelto al punto de partida para ir desarrollando la misma dinámica hasta concluir en una nueva bronca. Porque su verdadero objetivo era ser el centro de atención y disfrutar haciendo daño. Todo ello lo llevaba a cabo, además, haciendo uso de seudónimos cuando veía que bajo su nombre verdadero no se le hacía caso. Muchos de mis lectores estaban completamente hartos. Yo también.

Sí, ya sé que los comentarios estaban moderados y que podía eliminarlos cada vez que llegaban. Eso hice desde el penúltimo enfrentamiento con él. Pero este no ha sido un troll normal. Ha tenido –y seguro que sigue teniendo– una fijación obsesiva con el blog y/o con mi persona. Todos los días he recibido uno o varios mensajes suyos, y todos los días he tenido que eliminarlos. Tanto los que venían en plan adulador y presuntamente bienintencionado como los que incluían provocaciones y golpes bajos. Tanto los firmados con su nombre como los que llegaban con seudónimo (tenía su IP localizada y además era fácil reconocerlos). Quería dejarle claro que un servidor no iba a volver a hacer el idiota permitiéndole recomenzar la situación. Hasta que ayer le contesté; de buena manera, pero dejándole meridianamente claro que, por mucho que me lo pidiera, no iba a haber más oportunidades. Por amor propio y por respeto a mis lectores. La contestación suya, despreciativa, no se hizo esperar. Tampoco la réplica de otro lector y la inmediata contrarréplica airada del troll en cuestión. Y ya estallé, porque no estaba dispuesto a seguir aguantando semejante situación, a mi modo de ver –por el tono agresivo, por la infatigable constancia y por la utilización de pseudónimos– un ciberacoso en toda regla.

Cerrados los comentarios, acabado el problema. Quien quiera contrastar opiniones me puede encontrar con suma facilidad en Facebook o Twitter: allí tengo al troll baneado, y si volviese a asomarse haciendo gala de alguna de sus múltiples personalidades, sería facilísimo volver a bloquearle. Por eso mismo me siento aliviado. Podré dedicarme al blog con mayor concentración, ahora que no tengo que estar pendiente de a qué hora del día me va a entrar un mensaje más o menos adulador, más o menos insidioso. A la postre salgo ganando, y creo que ustedes también. Gracias por comprenderlo.

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