sábado, 2 de septiembre de 2017

La Iberia de Esteban Sánchez

Al hilo de la grabación de los dos primeros cuadernos a cargo de Claudio Arrau y Daniel Barenboim recientemente comentadas, he vuelto a escuchar la grabación completa de la Iberia de Isaac Albéniz registrada por Esteban Sánchez, con toma de sonido más bien problemática, para el sello Ensayo entre 1968 y 1969. Y he vuelto a quedar maravillado.

En ella hay que admirar el pianismo viril, recio y poderoso del artista extremeño, pleno de virtuosismo pero jamás mecánico, claro e incisivo en los pasajes rápidos, concentrado a más no poder en los más lentos, rico siempre en matices. Pero lo que interesa sobre todo es una concepción que deja a un lado atmósferas más o menos perfumadas, sensualidad y vuelo lírico –aunque no le falta precisamente cantabilidad a su fraseo– para poner de relieve los aspectos más angulosos y tensos de la escritura, a la que pone en directa relación con la tradición centroeuropea aun sin dejar de lado un sabor español que con él es ante todo racial, auténtico, con sabor a aguardiente y al más rancio cante jondo, sin pasar por el filtro de los francés.


En este sentido, en Evocación se puede echar de menos el vuelo poético de un Arrau o de una De Larrocha, y en El puerto puede también que le falte un punto de encanto, pero El Corpus Christi alcanza cotas de genialidad extrema por su manera de planificar y acentuar las tensiones hasta un clímax visionario más no poder, para luego descender a un final concentradísimo y, antes que evocador, inquietante. Rondeña posee muchísima garra, Almería ofrece un profundo sabor racial y Triana, acentuado con una enorme imaginación para la agógica y un increíble dominio de dinámica, desparramando fulgurantes cascadas de notas con tanta pasión controlada como desinterés por el efectismo vacuo, está llena de garbo sin dejar espacio al tópico.

Ya en los dos últimos cuadernos, El Albaicín resulta particularmente anguloso, aun otorgando particular sabor racial a sus secciones líricas. Hay mucho garbo en El Polo, aunque también –desde el mismo arranque– amargor y no pocas sombras. En Lavapiés uno no sabe si admirar más la agilidad con que el artista sortea, con un sonido de claridad y fuerza asombrosa, las terroríficas dificultades técnicas de la página, o la manera en la que acumula tensiones de manera implacable, tensiones que vuelven a alcanzar picos abrumadores en Málaga. En Jerez no se deja llevar por la ensoñación, apostando más bien por un embrujo lleno de desasosiego, para finalmente en Eritaña dejar respirar al oyente con la frescura de estas sevillanas lleno de salero. Pero sin bajar la guardia, claro está.

En fin, toda una experiencia. No diré que sea la mejor opción para acercarse por primera vez a la obra, pues para eso están las dos últimas grabaciones de De Larrocha. Pero sí que resulta imprescindible para percatarse de hasta dónde llega la grandeza de Albéniz. Se me olvidaba: en el sello Brilliant pueden comprar la reedición por cuatro perras.

3 comentarios:

Rafa dijo...

Un amigo pianista especializado en la suite prefiere a Esteban a Alicia (a la que considera no obstante una gran pianista). Otra lectura insólita de la obra que acabo de descubrir: la de la sutil mendelssohniana griega Rena Kyriakou.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Ni idea de Kyriakou. Se puede preferir Esteban a Alicia, pero entiendo que la visión de la cdatalana es más plural, más rica en concepto. También más fácil de asimilar, y sin duda más bella. La del extremeño es "muy fuerte" para según que paladares.

agustin dijo...

Albéniz es una de las mayores glorias de la música española, si no la mayor.
Esta obra me gusta más en versión orquestal, que creo que no hizo el propio Albeniz.
Albéniz fué un catalán de Gerona que siempre miró hacia España en su obra.
Eran otros tiempos en los que, al parecer, no existía el "problema catalán".
Saludos.

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