domingo, 23 de julio de 2017

Las sinfonías de Schumann por Haitink

Antes de acudir a Londres y escuchar, entre otras cosas, a Bernard Haitink interpretando la Segunda sinfonía de Robert Schumann, creí oportuno acercarme a la integral que el maestro holandés hizo junto a la Orquesta del Concertgebouw para Philips hace ya muchos años. Aquí les dejo mis impresiones, siguiendo el orden cronológico de grabación.


Fue la Renana la primera sinfonía que Haitink registró del ciclo, allá por noviembre de 1981. En ella quedan ya en evidencia sus maneras de hacer: control absoluto de los medios, apreciable depuración sonora, gran atención a la transparencia, pulso perfectamente sostenido y, sobre todo, esa objetividad de la que tanto se habla al calificar su arte. Esta no es otra cosa que un perfecto equilibrio entre forma y fondo, entre belleza sonora y expresión; una elegancia alejada de cualquier preciosismo, una brillantez ajena a la grandilocuencia; y también la renuncia a tanto a la espontaneidad y al arrebato puntual como a la tentación de subrayar unos aspectos determinados de la música con respecto a otros, evitando así que la visión propia de las cosas modifique la idea original del compositor.

Obviamente esto último implica un grado de distanciamiento, incluso de falta de riesgo, y por ende le mantiene habitualmente lejos de la genialidad de otros grandes directores. Pero hay que reconocer que en esta Renana, además de todo lo dicho, Haitink hace gala de una extraordinaria efusividad poética, particularmente en un primer movimiento lleno de grandeza y en un segundo hermosísimo, muy bien paladeado, que no se recrea en exceso en el balanceo de las olas pero tampoco se queda en la rigidez en la que caen otros directores importantes. El tercero no es el más sensual posible –este punto no fue nunca el fuerte de Haitink, precisamente por la susodicha objetividad–, pero el maestro consigue el milagro de ofrecer todas la delicadeza y finura que este complicado movimiento exige sin caer en en amaneramientos. Flojea el cuarto, carente de esa atmósfera inquietante –la Catedral de Colonia, se supone– y esa tensión dramática, por momentos visionaria, que se encuentra implícita en los geniales pentagramas. Irreprochable el movimiento conclusivo, entusiasta sin nerviosismo y, como en todo el ciclo, beneficiado por una orquesta en estado de gracia. Excelente la toma sonora, aunque a volumen bajísimo.

La Sinfonía nº 1 la registró en febrero de 1983. En ella vuelve Haitink a ofrecer su Schumann perfectamente delineado, elegante, de exquisito gusto y objetivo en el mejor de los sentidos, rehuyendo la visión esquizofrénica del compositor (Eusebius/Florestán), sin subrayar los contrastes que otros directores han marcado. No es el suyo un Schumann alado, efervescente y luminoso, pero tampoco resulta en exceso denso ni mirar hacia Brahms e incluso Bruckner: se encuentra en el punto justo de equilibrio. El problema es que esta sinfonía en concreto, no en balde “Primavera”, necesita una dosis adicional de frescura, de espontaneidad y de impulso juvenil –el experimento genial de Klemperer es un caso aparte– que el siempre un punto serio y distanciado maestro no logra conseguir, particularmente en un cuarto movimiento sin chispa suficiente. El Larghetto no parece el más profundo posible, pero está bellamente sonado y se encuentra fraseado con conmovedora cantabilidad.

En enero de 1984 grabó la Sinfonía nº 2. Hubiera sido una espléndida interpretación de no ser por el sublime Adagio espressivo, paladeado sin languideces y con amplia cantabilidad, pero dentro de un enfoque en exceso apolíneo que deja demasiado lejor precisamente eso, el carácter expresivo que pide a gritos. Expresivo y lleno de dolor. ¡Qué difícil olvidar la tensión lacerante que, haciendo gala de un increíble dominio de la agógica, Barenboim va construyendo en sus dos grabaciones discográficas y, más aún, la que algunos afortunados pudimos escucharle en directo ya hace años en el Teatro Real! El resto de la sinfonía la resuelve Haitink de manera notabilísima, encontrando ese complicadísimo punto de equilibrio entre ligereza y densidad –tanto sonora como expresiva– que demanda esta música, ofreciendo empuje bien controlado y culminando en un final vibrante, lleno de grandeza sin retórica. La de los Proms la comentaré en este blog cuando tenga la oportunidad de repasarla en el vídeo de la BBC.

Se cerró el ciclo en diciembre de 1984 con la la Sinfonía nº 4. De nuevo hay que admirar la excelsitud en la exposición de todos y cada uno de los planos instrumentales, la belleza nada meliflua que el maestro es capaz de extraer de su orquesta y el perfecto equilibrio entre agilidad y densidad sonora que necesita esta música. Pero lo cierto es que Haitink defrauda un tanto en la primera parte de la obra, quizá por adoptar unos tempi en exceso premiosos y optar por la extroversión y el empuje, sobrando algo de nervio en el primer movimiento y echándose de menos algo más de hondura, de calidez y de humanismo en el Andante. A partir de ahí las cosas funcionan a pedir boca, con un Scherzo vibrante, una transición irreprochable que culmina con la adecuada grandeza y un Finale de nuevo muy fogoso, pero sincero y muy bien controlado.

A la postre, un ciclo de muy alto nivel. ¿Otras posibilidades? Aquí he hablado de Szell y de Klemperer, integrales importantísimas aunque con sus desequilibrios. También de la de Paavo Järvi. A Kubelik, gran intérprete de Schumann, tengo que repasarlo. De momento quizá me quede con las dos integrales de Barenboim, aunque tampoco se encuentren exentas de desigualdades y su enfoque, para mi gusto, sea un punto más brahmsiano de la cuenta.

6 comentarios:

Nemo dijo...

No viene demasiado a cuento, pero estos días estoy repasando el ciclo Bruckner de Chistoph von Dohnanyi y me ha entusiasmado. Muy ortodoxo, rápido de tempi, literalista, pero con una particularidad: reequilibra las distintas familias intrumentales. La consecuencia es un color orquestal muy original, una claridad de las voces intermedias única y una transparencia sobresaliente. Un ejemplo, el viento madera en la coda de la Tercera Sinfonía. Muy creativo.

Este infravalorado, y desconocido, director tiene ciclos de Schumann, Brahms y Beethoven (Decca, con Cleveland), y ahora me pica mucho la curiosidad y seguiré explorando.

Sergio dijo...

Nemo, mí siempre me gustó este director. Su Mendelssohn me parece excelente.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

No creo que Dohnanyi sea precisamente un idiota. Tengo en enorme estima cosas como su Salome, su Lulu, su Mandarín o su Petruskha. También recuerdo una muy hermosa Cuarta de Mahler. Las sinfonía de Beethoven que le conozco, sin embargo, no me parece que tengan nada especial. Mi sensación es que su repertorio es el de finales del XIDX y principios del XX. Saludos.

agustin dijo...

En Schumann, KUBELIK difícil de mejorar.
En cuanto a las 4 sinfonías de Schumann, son 4 monumentos de la música pero no son para el gran público.
Saludos.

Rafa dijo...

Hola, Fernando, ¿qué opinas del ciclo de Inbal y de Inbal en general? Oigo a menudo su Berlioz, que me parece notable. También su Scriabin. ¿Y su Mahler? Buen verano.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Hola, Rafa. Lamento conocer mal la discogría de Inbal. Le rercuerdo en vídeo una Quinta de Mahler que no me gustó. Lo mismo su Décima. Le he escuchado algún Bruckner muy bueno, y también algún Berlioz.

La Segunda Escuela de Viena parece dársele muy bien. Las sinfonías de cámara de Schönberg en Philips son espléndidas. En directo le escuché Wozzeck en Lisboa, y me gustó mucho. La Lulu del Teatrl Real, no tanto. Lamento no poder ayudar más. Saludos.

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