La mañana del pasado domingo 30 de abril la
Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla ofrecía un “Concierto de feria” ideado y dirigido por el joven
maestro hispalense
José Colomé. El programa giraba en torno a la copla y
contaba con
Erika Leiva como solista, añadiendo páginas de zarzuela,
pasodobles y alguna que otra pieza orquestal entre las canciones. Todo ello poco
cercano a mi sensibilidad musical, con la excepción de la
Sevilla de
Isaac Albéniz. Sin embargo, me lo pasé estupendamente.
Me pareció un completo acierto que Colomé se esforzara por ofrecer las
orquestaciones originales de las coplas. Nada de batería más o menos pop, nada
de piano en plan hortera, nada de sintetizadores. Es decir, ninguno de los
horrores con que a veces se interpretan estas páginas. Y me pareció doble
acierto ralentizar de manera muy considerable los tempi. Es verdad que con ello
el maestro se arriesgaba a que alguna pieza sonada flácida y deslavazada, cosa
que ocurrió con la citada Sevilla de Albéniz; y a perder chispa, nervio y
espontaneidad, que es lo que pasó con el intermedio de
La boda de Luis
Alonso. Pero a cambio obtuvimos una extraordinaria clarificación del tejido
orquestal y un vuelo melódico prodigioso. Y todo ello lo puso en práctica Colomé
haciendo gala de una gran sensibilidad, apreciable atención al detalle y
evidente renuncia al escándalo gratuito, mientras que la ROSS estuvo bajo su
batuta dispuesta a sonar como en las mejores ocasiones. De este modo,
La
Giralda de Eduardo López Juarranz recordó a las marchas de la dinastía
Strauss que hacían furor por la misma época, el intermedio de
La leyenda del
beso sonó más voluptuoso que nunca y las coplas perdieron vulgaridad –la
vulgaridad con que a veces se las aborda, quiero decir– para ganar en
costumbrismo bien entendido, sensualidad y vuelo lírico.
A Erika Leiva no la conocía. Estoy ahora escuchando a través de Spotify un
par de discos que me parecen muy desafortunados, no por ella sino por las canciones y
sus arreglos. Pero en el concierto me pareció admirable. Con un defecto: con
frecuencia no se le entendía la letra, sobre todo en
Suspiros de España,
algo con lo que a lo mejor podría algo que ver el sonido amplificado. Lo demás,
lo tiene todo: voz preciosa, estilo perfecto, exquisito gusto cantando –elegante
pero sin renunciar a los arrebatos imprescindibles en este género– y un fiato
extensísimo que le permitió no solo hacer frente a los tempi impuestos por la
batuta, sino también ofrecer algunas de esas exhibiciones de cara a la galería
que entusiasman al personal. Además, se mueve en escena sin divismo (¡qué
diferencia con Estrella Morente, a la que tuvimos por aquí no hace mucho!) y
luce de maravilla los numerosos vestidos que se trajo para la ocasión. Porque no es una señora precisamente fea.
Especificando un poco, me gustó en
Cruz de Mayo y en
La
sombra vendo –chispa, salero, sevillanía bien entendida–, no tanto en
Suspiros de España y muchísimo en
Dime que me quieres, una
maravilla del Maestro Quiroga que recreó de manera sublime. Estuvo también
portentosa en otras dos joyas del mismo autor, el
Romance de la otra y
María de la O.
De propina,
Un rojo clavel –lentísima y dicha por Leiva con
un erotismo a flor de piel, aunque su voz no tenga la personalidad de la de “la
más grande”– y el pasodoble
Patio Banderas. El público del Teatro de la Maestranza deliraba. Yo mismo
salí entusiasmado. Habría que grabar un disco de coplas con estos mismos
artistas, de eso no me cabe la menor duda.
PS. Gracias a mis amigos V.A.M. y J.S.R. por sus consejos a la hora de adentrarne en este mundo de la copla.
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