sábado, 25 de febrero de 2017

Sobre la subjetividad de la crítica musical

En una entrada anterior se ha abierto un debate entre el músico y crítico Juan Ramón Lara y un servidor que me parece interesante para todos los lectores. Por ello he decidido trasladar a esta nueva entrada mi principal reflexión sobre el mismo: la necesaria subjetividad de la crítica de la interpretación musical.

Afirma el señor Lara que “difícilmente podemos compartir ideas que no pertenecen más que a un mundo interior: en este género no estamos escribiendo poesía”; reivindica “detalles concretos que hagan más deseable una que la otra, más allá de la "expresividad", la "musicalidad", "el alma" u otros conceptos inconcretos que me recuerdan a la "intensidad" en los deportes: un comodín que todo lo explica sin decir gran cosa”. Entiendo perfectamente estas reflexiones, pero no lo comparto. Intentaré explicar por qué.


En mi opinión, detrás de todas esas razones digamos que objetivas sobre la interpretación, léase “técnicas”, mensurables, como pueden ser el tempo, el vibrato, la agógica, la dinámica, la ornamentación y todo lo que ustedes quiera, hay otra cuestión. Intangible, por completo subjetiva e imposible de cuantificar de otra manera que no sea haciendo uso de términos más o menos “poéticos”: me estoy refiriendo a esa “expresividad” musical o a esa “intensidad” en los deportes que a mi interlocutor le parecen meros comodines. Porque pienso que, como han dicho algunos grandes músicos y probablemente pensamos muchos melómanos, la música está detrás de las notas.

¿Qué diferencia en esos aspectos “objetivos” a Claudio Arrau de Daniel Barenboim, pongamos por caso? Aparte de la mayor densidad del sonido del de Buenos Aires, creo que muy poco, pero son artistas muy diferentes en lo expresivo. Y grandísimos los dos, en mi opinión.

Pensemos ahora las sinfonías de Brahms por Barbirolli, por Böhm y por Giulini, todos ellos al frente de la misma orquesta, la Filarmónica de Viena. Me parecen tan maravillosas como radicalmente distintas entre sí: dramático el primero, marmóreo el segundo y enternecedoramente humanístico el tercero. Calificativos estos que algunos encontrarán inconcretos, insuficientes, quizá hasta ridículos, pero en los que muchísimos melómanos coincidimos. Y a algo ha de deberse semejante coincidencia. Por descontado, podemos y debemos hablar de si uno de estos señores hace sonar a la cuerda más aterciopelada (¿otro epíteto en exceso difuso?), el otro resulta mucho menos flexible en la agógica y el de más allá recurre a unos tempi muy dilatados (aquí sí, podemos usar algo tan científico como un cronómetro). Pero creo que lo que realmente importa está más allá y solo puede ser concretado, y por ende transmitido a los demás, con esos términos todo lo escurridizos que se quiera, pero muy significativos para la mayoría de los mortales.

Otro ejemplo: a Furtwängler se le suele calificar como “director filósofo”. ¿Y qué diantres es eso? Pues no lo sé, pero es algo que una enorme cantidad de aficionados vemos con claridad tanto en su época “de guerra” como en la última etapa de su carrera, muy distintas entre sí en lo formal y también en lo expresivo, pero todas ellas dichas desde un mismo prisma que solo puede ser calificado mediante esa “poesía” que el señor Lara rechaza, como seguramente lo hagan la mayoría de los intérpretes. Lógico y natural: la visión de los músicos por fuerza tiene que ser distinta de la de las personas que nos sentamos en el patio de butacas. De hecho, un maestro como Barenboim ha señalado repetidamente la imposibilidad de concretar con palabras la experiencia auditiva más allá de valores puramente musicales, aunque luego él mismo ha escrito sobre el arte de Furt –perdónenme que cite memoria– que éste es trágico en el mismo sentido de la tragedia griega, es decir, en la necesidad de descender hacia el abismo como ineludible camino hacia la redención. ¿Ven ustedes? Si no es de esta forma, es muy difícil describir la esencia del arte del inolvidable maestro alemán más allá de su flexibilidad en el tempo o del sentido orgánico del fraseo.

Lo diré de otra manera: los músicos –y también algunos críticos– suelen fijarse en los árboles, pero algunos melómanos preferimos ver el bosque. Y a cada uno el bosque nos puede causar una impresión muy diferente, por mucho que analicemos botánicamente cada uno de sus árboles. En fin, sé que mis palabras no podrán convencer a quienes sostienen opiniones divergentes, pero al menos he intentado hacer comprender mi postura.

24 comentarios:

Jorge Luis Argüero dijo...


Hola Señor Fernando

Por suerte, tengo las Sinfonías de Brahms grabadas por el Mtro. Giulini
con la Filarmónica de Viena y realmente, me resultan tan bellamente definidas,
de la manera que usted lo indica: "enternecedoramente humanístico"...

Así las "escucho" yo, por lo menos.-

A su vez, pienso que describir la música es (casi) como querer describir
un buen vino que nos agrada y a mí, se me terminan los adjetivos
más allá de...
"fresco, intenso, cuerpo medio, afrutado, sabroso, aromático...
"taninos dulces, marcada acidez, persistente...

Mejor voy por el camino más corto:
- Qué rico vino, este Malbec Argentino..!!

Saludos, mis amigos.-

Ismael G. Cabral dijo...

Secundo tu entrada de comienzo a final. A mí la música contemporánea me la enseñó a amar Francisco Ramos, con adjetivos y explicaciones certeras, no con tecnicismos, no desde dentro, desde fuera. Querer arrogarse la exclusividad de poder hablar de música, los músicos, es un muy extendido signo de arrogancia en el gremio.

FERITO dijo...

No me resisto a transcribir una frase de la excelente obra de Eugenio Trías, titulada "La imaginación sonora", que en su página 581 del apartado "Coda filosófica" dice: "El sonido dispone, merced a la música, de la capacidad de despertar emociones y pasiones en riguroso sentido kantiano, pero en la variante de las ideas musicales, ideas que hablan al corazón y a la inteligencia, al sentimiento y al pensamiento".

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias por vuestra participación.

Muy bien traída la cita a Trías. Ahí quería yo llegar: razón y emoción al mismo tiempo. Se puede y se debe hablar de composición e interpretación musical con argumentaciones científicas, técnicas, mensurables, pero también es imprescindible hacerlo desde la subjetividad de las sensaciones, porque hay una parte fundamental de la experiencia estética que es inaprensible mediante otro tipo de aproximación. Cierto es que ambas partes están unidas, y que probablemente el crítico tenga la obligación de encontrar ese enlace entre ambas, es decir, de explicar el porqué técnico de tal resultado expresivo, como hice yo en la otra entrada al hablar de la Catedral de Chartres o hizo el señor Lara al explicar por qué el Bach de la Beyer le gusta más que el de Szeryng. Pero a veces no se puede, e incluso diría que no es necesario, y ahí vuelvo al texto de esta misma entrada: ¿dónde están las diferencias técnicas entre el Brahms de Barbirolli, el de Böhm y el de Giulini?

Iría aún más lejos: quedarnos en la técnica (ojo que digo técnica, no virtuosismo) puede confundir. Si nos fijamos en aspectos como los instrumentos utilizados, los tempi o la articulación, pondríamos en un mismo saco a Gardiner, a Pinnock, a Norrington y a Brüggen, pongamos por caso. Las diferencias formales entre ellos, que existen y son evidentes, no resultan excesivas y en principio les sitúan alejadísimos de eso que se llama “la gran tradición”. Sin embargo, en lo expresivo no pueden ser más distintos. Para explicar esa diferencia no nos queda más remedio que aplicar calificativos como “frío” (John), “elegante” (Trevor), “juguetón” (Roger) o “adusto” (Frans), por ejemplo. Sensaciones tan subjetivas como reconocibles, independientemente de que se puedan o no compartir.

Ismael, a mí la pintura contemporánea me enseñó a amarla el recién jubilado Enrique Valdivieso en sus clases de la carrera. Sus clases eran particularmente “poéticas”. Cierto es que me hubiera gustado mayor profundización conceptual y que eso he tenido que buscármelo más tarde por mi cuenta, pero sin su “poesía” nunca hubiera podido acceder, por ejemplo, a tu admirado Mark Rothko, en cuya sala de la Tate Modern puedo llevarme mucho tiempo. Pintura “espiritual”, sí. ¿Y cómo traducir esa “espiritualidad” a factores puramente técnicos? Bien difícil.

Volviendo a Sevilla: si uno va a la imprescindible exposición actualmente en los Venerables puede ver, entre otras obras maestras, unas Santa Justa y Santa Rufina absolutamente sensacionales debidas al pincel del genial Murillo, pero también una Santa Ana con la Virgen del mismo autor que, siendo un gran cuadro, resulta un pelín cursi. ¡Déjese de comodines y demuéstreme usted la cursilería aludiendo a la composición, a los colores, a la pincelada, me dirían un pintor en la misma línea del señor Lara! Pues mire, no sé; no son muy diferentes de los que utiliza el propio Bartolomé Esteban en las dos santas arriba citadas, pero a mí aquellas me resultan impresionantes y esta otra obra bastante menos.

Al final, el asunto es como lo del vino que agudamente comenta don Jorge Luis. Recuerdo ahora que en una firma de autógrafos Jordi Savall me dijo, hace años, que todo este asunto de la interpretación hay que valorarlo como la comida: “tú la pruebas y, si te gusta, es que es buena”. Va a ser así de simple. Saludos.

Pablo dijo...
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Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por la pregunta.

La respuesta se encuentra en mi anterior réplica: si Enrique Valdivieso no me hubiera transmitido sus impresiones subjetivas sobre la obra de Rothko, de Kandinsky o de Millares, pongamos por caso, muy difícilmente se hubiera abierto mi sensibilidad hacia esos artistas como lo hizo. Por descontado, luego yo puedo (y debo) informarme sobre la vida de los artistas, sobre los valores puramente plásticos de cada uno de ellos o sobre sus respectivos contextos histórico-artísticos, e incluso puedo encontrar valores expresivos muy diferentes a los que me transmitió mi profesor. Pero sin él, no hubiera se me hubiera abierto la puerta a ese mundo maravilloso.

Creo que la sensibilidad estética de los seres humanos no es algo que brote de manera espontánea y autosuficiente. Necesitamos a los otros para desarrollarla. Dice usted que cuando lee textos sobre música quiere que le "aporten detalles técnicos, históricos y musicológicos, incluso anécdotas y curiosidades". Coincido en que cuando yo leo textos sobre música o sobre cualquier otro tipo de arte también quiero eso. Pero quiero asimismo (¡y necesito!) que me digan qué es lo que sienten ante esa determinada experiencia artística. Posiblemente me descubran cosas nuevas, me abran perfectivas diferentes; o quizá discrepe abiertamente, pero en este caso me obligará a realizar un esfuerzo reflexivo que reafirme y consolide mi impresión inicial y me permitirá profundizar en mis gustos.

Decididamente, creo que los seres humanos necesitamos compartir nuestras experiencias estéticas. Y compartiéndolas, ayudarnos a ahondar en ellas. Un saludo.

Pablo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Es que, a mi entender, el valor de la crítica artística va mucho más allá de lo meramente informativo. Por eso mismo no es lo mismo un crítico musical que un musicólogo o que un profesor de conservatorio. Ni es lo mismo un historiador del arte que un crítico de arte, aunque sean disciplinas relacionadas. Otra cosa es que a veces leamos críticas musicales que parezcan escritas por un profesor de canto, pongamos por caso, y te alaben a un cantante que te parezca extremadamente frío al tiempo que te pongan a caer de un burro a alguien extremadamente comunicativo porque no ha cantado "así" o "asao". Saludos.

Juan Ramón Lara dijo...

Estimado Sr. López:

La verdadera música está detrás de las notas escritas, por supuesto (de hecho está en el sonido), pero no por ello habita en los mundos de la subjetividad y lo inasible. Al menos no para la música anterior a 1800. Como bien sabrá, en la época barroca todos los sentimientos y la manera de estimularlos estaban tabuladísimos, y la interpretación igualmente tenía un corpus de normas establecidas que para esa música –como diríamos hoy– funcionan muy bien, sin necesidad de acudir a ideas sublimes; sí acudían a ideas concretas, a estados de ánimo compartibles, y sabían cómo hacerlos sonar. Esto que digo no solamente es la verdad histórica para esa música, sino que la enriquece y transmite mejor el mensaje musical porque es coherente con él. El bosque se hace con árboles.

Los intérpretes entran en ese proceso exactamente igual que una folclórica usa recursos expresivos para subrayar los sentimientos implícitos en el texto de la copla que canta. De hecho, de una manera parecidísima. En el fondo ese viejo mundo preindustrial no nos es tan ajeno. Ahí, evidentemente, el crítico sí puede manejar conceptos objetivos, sin reducirse por un lado a las meras cuestiones técnicas de una clase de conservatorio pero tampoco acudir a conceptos filosóficos ajenos a la música. De hecho Burney, Matheson y tantos otros lo hacían, con toda naturalidad.

Yo casi todas estas ideas las extendería al mundo de la música romántica, aunque lo conozco peor y me abstendré de juzgar si ahí hay que acudir a ideas extramusicales. Por demás cada cual escribe y lee como desea, y cada manera de hacerlo tiene su lugar en este mundillo; pero el mío no es contar lo inefable, tarea que me parece de lo más complicada: ya dije que no soy poeta.

Un cordial saludo.
Juan Ramón Lara

PS: por ejemplo, creo que soy capaz de explicar con razones musicales (en todos los sentidos) por qué esto de Furtwangler me parece de una pobreza espantosa. Si me hablan de filosofía no sabría explicarlo.
https://www.youtube.com/watch?v=4s1OFwAlMMw

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias por explicar tan razonadamente su postura, señor Lara. Creo que nos comprendemos, pero obviamente discrepamos. En cualquier caso, espero que todos (usted, yo y los lectores) obtengamos de este debate ideas enriquecedoras.

Un cordial saludo.

PD: como bien puede imaginar, a mí esto de Furt me parece extraordinariamente genial. Y no soy capaz de explicárselo con razones musicales, claro.

Julio Salvador Belda Vaguer dijo...

Queridos amigos todos. Hace tiempo este mismo debate lo tuvimos entre un grupito de amigos intentando clasificar las interpretaciones de las sinfonías de Beethoven. Hubo algunas coincidencias pero muchísimas más discrepancias. El motivo, creo está en el mismo misterio del objeto al que habla la música, el corazón.
Se da por supuesto que todo aquel que se pone al frente de una oorquesta sinfónica tiene una formación técnica y humanística que seguramente supera en mucho a la de cualquiera de nosotros. ¿Qué nos hace valorar más a uno que a otro director o intérprete? Nuestro propio corazón y sentimiento. Y eso no es técnico, gracias a Dios.
La belleza de lo indescriptible en la música está en algo muy simple, la sensación que te produce. Como un amigo decía antes, si te gusta es que es bueno.
Y por cierto, Furtwängler es absolutamente indescriptible :-)
Muchas gracias Fernando.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias a ti, Julio. Coincidimos plenamente.

Juan Ramón Lara dijo...

Pues sí. está claro que no hay nada más que añadir. Cordialmente.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Estimado Juan Ramón, no me gustaría que se tomase mi último mensaje como un "punto y final, hasta aquí hemos llegado". Está usted invitado a ofrecer las reflexiones que considere oportunas, que siempre serán de provecho para mí y para los posibles lectores independientemente de que estemos de acuerdo o no, de que nuestros respectivos puntos de partida son diametralmente opuestos y de que con toda probabilidad una gran cantidad de interpretaciones que a mí me parecen maravillosas le resultarán a usted paupérrimas, y viceversa (Furtwangler y la Beyer no son más que ejemplos aislados de una lista tal vez muy larga, al menos en el repertorio anterior a 1800).

Simplemente, en esta argumentación me quedaba poco que añadir salvo un punto de tristeza, también de extrañeza, que he expresado en un post posterior. Porque lamento comprobar que mis gustos interpretativos, que nunca he considerado excéntricos, no son en absoluto compartidos por una cantidad muy creciente de personas, sobre todo en una Sevilla donde la HIP se ha impuesto de manera exclusiva sin que nadie se atreva a ofrecer alternativas. Pero entiendo que están en su derecho, los músicos y el público, a reivindicar semejante línea, como yo lo estoy de defender mis gustos aunque sea con razonamientos que para usted y para otros tengan escasísimo peso. Un cordial saludo.

Juan Ramón Lara dijo...

Créame que no tienen tan escaso peso para mí sus opiniones (aunque después de algunas cosas ahora escritas he de confesar que algo menos), ni mi breve mensaje respondía a su cierre de la polémica –que me parece muy razonable para no eternizarnos–, ni, al menos para mi persona, la HIP es la única manera de interpretar la música de ninguna época; cuando menos digamos que no soy partidario de la HIP-línea dura, y que me parece que en arte todo, o casi todo, es posible.

Mi mensaje iba por otro lado: tras leer mensajes (suyos y del Sr. Belda, particularmente, pero también algún otro) entregados al subjetivismo radical y al "corazón" (por no decir al irracionalismo) ocurre que no tengo, literalmente, nada más que añadir. Llegados a ese terreno antiargumentativo no veo la forma de distinguir a Fürtwangler de Andy y Lucas, dicho sea con todo respeto a ellos, a ustedes y a los fans de estos últimos, a los que la música les llega mucho "al corazón".

Un cordial saludo
JRLara

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Le entiendo. No creo que el señor Belda, como yo tampoco lo hago, confunda el subjetivismo con el "todo vale", porque entonces estamos apañados. Distinguir a Furtwaengler de los tales Andy y Lucas (jamás les he escuchado) debe de ser tan fácil como diferenciar El Quijote de Cincuenta sombras de Grey (de esta cosa he leído una página: más que suficiente).

Dicho esto, y por hacer referencia a la última entrada de este blog, ¿cómo diferenciar la Quinta de Shostakovich de Andris Nelsons que me ha defraudado de la de Bernard Haitink que tanto me gusta? Ahí no hay cuestión organológica ni históricamente informada que valga. Ni siquiera en estos dos casos podemos hablar de mayor o menor flexibilidad en el tempo, ni de mayor o menor aspereza o empaste en los metales, por ejemplo (lo que sí nos permitiría diferenciar a estos dos maestros de un Mravinski o un Bernstein en la misma obra). Ahí, enfrentando a Nelsons con Haitink y buscando sus diferencias, tan sobrios ellos dos, tan increíblemente buenos construyendo la arquitectura, tan rigurosos, solo cabe hablar de expresión pura y dura, y solo salen ese tipo de adjetivos tan propios de las críticas subjetivas que usted rechaza: frío o emotivo, suavemente irónico o más bien sarcástico, contenido en el dolor o más bien rebelde, opresivo o neutro... Sí, vale, hay críticos que cogerán la partitura y dirán que tal señor aquí hace fff en lugar de ff, o que se inventa tal rubato y le queda estupendamente, o que no se escucha bien el juego del flautín con el resto de las maderas... Pero me parece a mí que el meollo del asunto no radica en tales circunstancias.

Otro ejemplo. Esta mañana he vuelto a escuchar, después de muchos años, el Réquiem de Berlioz. Me ha vuelto a parecer una obra pesadota y de inspiración muy irregular, con cosas bellísimas pero sin que el conjunto funcione. ¿Y cómo justifico yo esto técnicamente? De hecho, estoy convencido de que algunos musicólogos podrán revelar montones de detalles magistrales en la escritura berlioziana. Pero lo cierto es que a mí, y me temo que a muchos melómanos, esta obra dista de entusiasmarme. Y esa apreciación pertenece, sí, al reino de lo subjetivo. Un cordial saludo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Permítanme todos ustedes que, para explicarme mejor, les traiga un ejemplo de comparativa discográfica que me parece modélica y de la que creo haber aprendido muchísimo: la que sobre la Sinfonía nº 15 de Shostakovich hizo José Luis Pérez de Arteaga en el número de febrero de 1993 de la revista Scherzo. La pueden leer en el siguiente enlace, de l apágina 56 en adelante.

http://www.scherzo.es/hemeroteca/1993-02-071.pdf

Arteaga sabía leer música sin problemas y no era precisamente un desconocedor de los entresijos técnicos de la obra del autor de La nariz. Sin embargo, aparte de la extrema atención al minutaje de cada una de las versiones que reseña y de alguna cita muy aislada a algún compás de la partitura en éste o aquél director, sus valoraciones están precisamente en esa línea subjetiva de la que estamos tratando. De hecho, se podría decir que Arteaga recurre constantemente a esa "poesía" que a mi interlocutor Juan Ramón Lara no le gusta, pero que a mí me resulta extremadamente reveladora y me permite, precisamente, acercarme a lo que de inefable hay en la experiencia musical. ¡Ojalá pudiéramos todos explicarnos igual de bien que como aquí lo hizo el recientemente desaparecido Don José Luis! Este es, sin duda, el tipo de crítica que a mí más me gusta leer, y que más me enriquece como melómano y como persona. Saludos.



Juan Ramón Lara dijo...

Ya he escrito mal "Furtwängler". Se nota que lo escribo poco.

El tema de los minutajes me parece muy revelador –típico asunto "objetivo" en el que se hace hincapié... porque no se puede hacer en otro: el tempo no es en modo alguno asunto tan relevante–, pero dejémoslo. En esa crítica de Arteaga se ven afirmaciones con mucho de objetivas –por tanto compartibles e incluso algunas falsables–: habla de citas musicales, o de ciertos sentimientos perfectamente transmisibles por pura retórica musical, también interpretativa, o de agógica, o de clímax... También hay afirmaciones que resumen con cierta licencia metafórica cuestiones bastante objetivas y por tanto compartibles (una tímbrica descarnada, p.ej., o que la música "no muere" pese a un, entiendo, "morendo" en la partitura: palabras así, en efecto, uno las encuentra hasta en las partituras). Y, por último, algunas afirmaciones que me parecen más aventureras o poéticas que contrastables, pero que creo que son las menos y también ayudan a colorear la crítica, que no pretendo yo consista en escribir un ensayo técnico o un manual para aprendices de dirección de orquesta.

Yo no estoy en contra de lo poético y lo subjetivo en torno a la música; eso faltaba en un arte como este. El problema es que si nos volcamos con todo el equipo a ese terreno ya no hacemos crítica, sino comentarios líricos, que tienen su público y su momento, pero pertenecen a otro género y me parecen más útiles para un programa de radio, por ejemplo. En el fondo tal vez estemos hablando de géneros literarios; eso sí, si uno se dedica al comentario lírico creo que debe ser extremadamente cauto, incluso abstenerse, en la descalificación del profesional de la música: en el terreno subjetivo no hay defensa posible.

Saludos,
JRLara

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias por la paciencia de leer el artículo de Arteaga y por sus sesudas aportaciones, que seguro que a todos nos serán útiles para reflexionar.

Dicho esto, sus últimas líneas ponen el dedo en la llaga. Toda esta polémica se ha montado porque hay personas que consideran un verdadero atrevimiento que alguien no músico, es decir, sin conocimientos técnicos, descalifique a alguien como Amandine Beyer. En el fondo, es eso. Es el famoso "¿y usted quién es para decir cosas semejantes si jamás se ha subido a un escenario?" que todos los que escribimos críticas musicales, o como queramos llamar a esto, hemos escuchado repetidamente.

Permítame otro ejemplo tirando de hemeroteca. Crítica de las Sonatas para violín y clave de Bach a cargo de Reinhard Goebel y Robert Hill en el nº de septiembre de 1990 en la revista Ritmo, página 66.

El ejemplar que se puede localizar en este enlace: http://prensahistorica.mcu.es/arce/es/publicaciones/numeros_por_mes.cmd?anyo=1990&idPublicacion=1000644

Solo un fragmento: "Goebel (...) tiene que hacer algo diferente, y cuanto más excéntrico mejor. (...) Goebel transforma todos los movimientos rápidos de estas Sonatas en un "moto perpetuo" desprovisto de todo sentido tocado a velocidades supersónicas. Las muchas bellezas contenidas en los lentos se pierden en medio del tráfogo de tirones, adornos y suspiros de Goebel, que machaca literalmente una de las más inspiradas músicas camerísticas bachianas, el tercer movimiento de la Sonata núm. 5."

¿Y quién escribía estas "barbaridades"? Pues Luis Carlos Gago, una de las más justamente respetadas figuras de la crítica musical española y uno de los mayores conocedores de la obra bachiana en nuestro país. Aprovecho para decir que no conozco a este señor ni siquiera de vista, y que lo mismo ha cambiado de opinión con lo que ha llovido desde entonces hasta ahora. Incluso puede que adore a Amandine Beyer, vayan ustedes a saber. Pero eso es lo que escribió. Ignoro si los chicos de Musica Antiqua Köln bombardearon con anónimos la redacción de la revista.

El mismo autor escribía en el nº de febrero de 1989 de la misma revista, página, 55, sobre las Sonatas para violín y piano de Brahms por Gidon Kremer y Valery Afanassiev:

http://prensahistorica.mcu.es/arce/es/publicaciones/numeros_por_mes.cmd?anyo=1989&idPublicacion=1000644

Ahí se leen cosas como "dos pipiolos con cara de intelectualoides", "tortura-audición", "bochornoso espectáculo de oír cómo estos dos intrépidos aventureros destrozan (....)" e incluso "asinus ad liram". ¿Criterios objetivos del crítico? La lentitud extrema, el "arco gracil y acariciante" y la "pulsación pianística posimpresionista". Ya está. No he escuchado esta versiones, pero me parece muy bien que se expresara como lo hizo. A lo mejor ahora Gago escribiría de manera más suave, con la moderación que (dicen) concede el paso de los años, pero si esto es lo que pensaba en ese momento, ¿por qué no decirlo claramente? Al fin y al cabo, Kremer era una estrella de la DG, como la Beyer lo es, al parecer, en los círculos HIP. Y no creo que cobren precisamente barato por sus actuaciones. No estamos hablando de descalificar a un chavalito que empieza ni un concierto benéfico, sino a gente que graba discos y al que las agencias, las discográficas y algunos críticos nos quieren vender como una maravilla. ¿No tenemos derecho a patalear y mostrar nuestro desacuerdo?

Otra cosa, claro está, es que alguien diga que Gago y Arteaga son sabios y los pobres que escribimos en blog poco menos que unos pencos. Tal vez sea verdad, así que los músicos pueden respirar tranquilos.

Un cordial saludo.

Hadewijch de Amberes dijo...

Usted sabrá si es un penco, pero su obstinada "cosificación" de determinados artistas anteponiendo el artículo "la" me parece un recurso del todo innecesario.

¿Por qué "la Beyer" y no "el Furtwängler" o "el Goebels"?

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

La Callas, la Tebaldi... Pero no el Domingo o el Kraus.

Gracias por su profunda aportación. Qué haríamos sin usted.

Juan Ramón Lara dijo...

Gracias por los agradecimientos, ante todo. Ah, y a mí lo de "la ..." me gusta, qué le voy a hacer.

Seguramente Gago se haya moderado un poco porque con los años uno aprende, se arrepiente de cosas que dijo cuando estaba menos preparado y se da cuenta de que la ignorancia es muy atrevida.

No niego que este tipo de críticas sean muy divertidas para el público, más mientras más inalcanzablemente idolatrado se considera al artista en cuestión; y que sirvan para hacer carrera a algunos jóvenes críticos locales (ahora hay uno que ha tomado ejemplo de párrafos como los que usted cita, con frecuencia con un objetivo parecido al que elige el Sr. Gago tras su anual viaje allá por septiembre: ya ha conseguido ser conocido, claro). Sin embargo, acuerdos y desacuerdos personales aparte (se lució con Goebel mi a veces admirado sr. Gago, por ejemplo con lo de los, cómo no, tempos), esas frases me parecen llenas de párrafos no ya arbitrarios, subjetivísimos e injustificables, sino más allá de la falta de educación y respeto personal. ¿"Cara de intelectualoides"? ¿"Asinus ad lyram"? ¿"Intrépidos aventureros destrozan"? (dijo la sartén al cazo) ¿Tiene un artista que aguantar semejantes insultos personales en público? ¿Tiene que soportar siquiera descalificaciones artísticas acerbas cuando no están sostenidas por el menor criterio objetivo, y por tanto no hay arma con la que las pueda contestar? ("A mí no me gusta". Y punto. Y luego hablo de su "pulsación pianísica posimpresionista", como si eso fuera algo).

Evidentemente el "décalage" entre los años de esfuerzo necesarios para grabar unas sonatas de Brahms en DG y los que pueda llevar algún crítico siquiera ante el ordenador hace más feo el asunto, aunque no seré yo, ni mucho menos, quien niegue el derecho a opinar y escribir sobre arte sin ser artista: el arte se hace para el que lo recibe, y un aficionado (o sea, no artista profesional) ilustrado puede tener todas las armas necesarias para juzgar, o casi todas. De hecho, ya ve, a mí mismo me han afeado criticar a un violagambista sin haber tocado las mismas obras del tal concierto.

¿Por qué en el cine (de Hollywood) sí y en la música (clásica) no? Pues seguramente por lo que usted se imagina: Spielberg no va a leer jamás las críticas del Sr. X del Diario de Alicante, pero cualquier crítico de la llamada música clásica acabrá antes o después a menos de cinco metros de uno de sus criticados. Podemos mirarlo como coacción acobardante para los que conocemos a muchos músicos (y quién no, con lo pequeño que es este mundo), o como vacuna contra las faltas de respeto personales y las críticas infundadas emitidas desde la imprudencia, como alguna que cita arriba. Cada cual piense lo que crea.

Saludos cordiales
JRLara

PD: Créame que en esto de la música antigua poquitos se hacen millonarios. De hecho yo solo conozco a uno, y ya lo era de antes.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Fernando por las opiniones "subjetivas" que nos transmites en las entradas de este tu blog, a la crítica musical lo que se le debe pedir ante todo es que sea convincente, además de honesta, y si puede ser, por pedir que no quede, también erudita. Y bienvenidos sean los "conceptos subjetivos" sin con ellos conseguimos expresar de forma más completa lo que nos transmite una obra o interpretación. Lo dicho, enhorabuena por tu blog y te animo a seguir adelante con la magnífica labor que haces.

Y por supuesto, Furtwängler es, simplemente, inalcanzable. The Best.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias, Anónimo. Se agradecen mucho sus palabras después de todo lo que me ha caído por aquí, a lo que hay que sumar los insultos que en internet nos está regalando el crítico Pablo J. Vayón (Diario de Sevilla, Scherzo) tanto a un servidor como a un amigo y colega de mi misma línea. Parece que este señor no se conforma con alabar desmesudaramente a músicos que a mí me parecen del peor gusto (Beyer, Onofri, Zapico, Artefactum), sino que además necesita ridiculizarnos ante sus seguidores sus redes sociales, muchos de ellos, no por casualidad, músicos profesionales que se dedican a esto de la música antigua en Sevilla.

En cualquier caso, y aunque la batalla en Sevilla está perdida, yo espero seguir aquí, defendiendo unas maneras muy concretas de entender tanto la interpretación como la crítica musical. Unas maneras en las que, efectivamente, Furtwängler ha sido lo más grande que se ha conocido en los últimos cien años. Un cordial saludo.

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