El que sí convence plenamente es Bělohlávek. Como su colega Iván Fischer, se encuentra más cerca de la opulencia sonora y del vuelo lírico de Dohnányi que de la rusticidad, la frescura y el sentido rítmico de un Kubelik, pero el maestro checo supera al de Budapest en sinceridad –más intensidad e inmediatez– e inspiración –aquí no hay tendencia a la languidez–, como también en el tratamiento de la orquesta, más equilibrada en los planos, con mayor claridad y ofreciendo una considerable depuración sonora. Canta además Bělohlávek las melodías con enorme delectación (¡más de setenta y cinco minutos!) sin que se le caiga el pulso, ofrece en algunas danzas –en la primera, sin ir más lejos– multitud de detalles creativos y, lo más interesante, aporta un regusto amargo y dramático en las que más se prestan a ello: aunque los aspectos luminosos y festivos de esta música no se encuentran relegados, el actual titular de la Filarmónica Checa nos descubre aspectos muy interesantes y abren nuevas posibilidades que miran hacia el Dvorák más introvertido y personal sin limitarse a equiparar lirismo con delectación melódica, ni introversión con carácter contemplativo.
Resumiendo: Kubelik y Dohnányi, muy diferentes y complementarios entre sí, firman las dos interpretaciones imprescindibles. Szell y Bělohlávek nos entregan versiones personales que enriquecen nuestra visión de la obra. Iván Fischer, aun ofreciendo una recreación notable, queda por detrás de todos ellos.
1 comentario:
Es una obra menos atendida, pero la Suite checa, en especial por Dorati y Detroit (1981), es Dvorák del mejor.
Publicar un comentario