Curioso compacto este, registrado para Deutsche Grammophon en septiembre de 1991, en el que Andrei Gavrilov interpreta las
Cuatro Baladas y la
Sonata nº 2 de Frédéric Chopin. Y digo curioso porque muy pocos años antes había grabado un disco con exactamente el mismo repertorio para el sello EMI. ¿Para qué la repetición? No tengo idea. Tampoco conozco aquel primer registro, así que vamos a por este otro, un tanto decepcionante. Y es que como lección de virtuosismo –agilidad digital, amplitud
y regulación de las dinámicas, planificación de las tensiones, belleza sonora– estas lecturas parecen insuperables, mas en lo que a sensibilidad se refiere, lo
cierto es que el pianista moscovita no termina de sintonizar con la poesía
chopiniana.
En las
Baladas aborda los pasajes íntimos con concentración en el fraseo y
delicadeza en absoluto meliflua, pero sin toda la sensualidad, emotividad y
humanismo que esta música pide. Más a gusto se muestra en los pasajes
tempestuosos, muy contrastados con los anteriores y atentos a subrayar los
aspectos más angulosos de la escritura chopiniana, expuestos con
una nitidez pasmosa. En la
Balada nº 1, por cierto, debemos destacar la atrevida manera que tiene de resaltar los aspectos más angulosos y
modernos de los acordes finales, casi anunciando la música del Prokofiev que
tanto ama el pianista.
Se puede decir algo parecido con respecto a la
Sonata para piano nº 2. La técnica de Gavrilov –no solo en lo que a dedos se
refiere– es impresionante, pero la óptica expresiva no termina de convencer.
Diríase incluso que menos que en las Baladas. Los dos primeros movimientos resultan en
exceso angulosos, nerviosos inclusos, mientras que la Marcha fúnebre,
increíblemente bien planificada en dinámicas y tensiones, no resulta del todo
atmosférica ni visionaria, como tampoco lo suficientemente emotiva en su
bellísimamente tocada sección central. Al breve Presto conclusivo, dicho con
insólita limpieza y subrayando aristas, le otorga un aire especialmente
caleidoscópico que subraya su insultante modernidad.
La toma es soberbia, pero no estoy seguro de poder recomendar con entusiasmo el disco.¿Mis versiones favoritas?
Zimerman para las Baladas, Kissin para la Sonata.
2 comentarios:
El Chopin de los rusos tiene una densidad especial (Gilels, Richter...), que contrasta con la escuela francesa (Cortot, François, Yves Nat...). Un recuerdo para Nikita Magaloff, que tuvo los bemoles de grabar la primera integral discográfica de la obra del polonés.
https://www.allmusic.com/album/chopin-complete-piano-works-mw0002165153
https://elpais.com/diario/1992/12/27/cultura/725410804_850215.html
Y no olvidemos a Cherkassky, que bajo la batuta de Ashkenazy (otro que tal...) grabó la obra más chopiniana no compuesta por Federico: el Concierto para piano nº 4 (1864) de Anton Rubinstein.
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