Comenzó la velada con una espléndida recreación del vals Oro y plata de Franz Lehár en la que Axelrod sorprendió muy gratamente fraseando con calidez, nobleza y un enorme vuelo melódico, además de con un gusto exquisito. La ROSS le sonó francamente bien, con una cuerda muy empastada y un buen equilibrio entre familias. Por cierto: se escucha bastante mejor en el Paraíso, donde estuve anoche, que en el patio de butacas.
Tchaikovski a continuación. Polonesa y Vals de Eugenio Oneguin me recordaron un poco a las grabaciones de 1973 de Leopold Stokowski, y no lo digo como elogio: vistosas y un tanto broncas en lo sonoro. Sin embargo, Axelrod superó con creces al mítico y sobrevalorado maestro en lo que a delectación melódica se refiere: ¡qué maravillosas frases en los violonchelos!
Sencillamete magnífico, aunque en una línea voluptuosa, sensual y ensoñada antes que otra cosa, el Vals de las flores, solo emborronado por un pequeño capricho del maestro en la coda. Mención aparte merece Daniela Iolkicheva por su deslubrante solo de arpa en la página de El Cascanueces; a ella le debo, dicho sea de paso, haber descubierto hace muchísimos años esa música maravillosa que es el citado vals de Oneguin en uno de aquellos conciertos dominicales en la Sala Apolo de los que guardo grato recuerdo.
Los mejores momentos del concierto estuvieron en la suite del Rosenkavalier. Procuré quitarme de la mente el milagro que le escuché a Kirill Petrenko en Múnich el verano pasado y disfruté muchísimo con el exquisito tratamiento tímbrico, la enorme concentración y la magia poética que John Axelrod desplegó en momentos clave como la entrada del Caballero y, sobre todo, el clímax ("In Gottes Namen") del sublime trío escrito por Richard Strauss. No me gustaron, sin embargo, el tratamiento del "Ohne mich" y ni el resto de las músicas relacionadas con Ochs. Y también debo advertir que encontré la suite, boicoteada por la toses de un sector del público que no tenía ni puñetera idea de qué clase de música sublime estaba escuchando, bastante discontinua en el trazo, a veces con escasa gracia y no muy vienesa que digamos. Axelrod tuvo la desafortunada idea de rematarla con un exageradísimo regulador que no venía a cuento.
Justo lo mismo hizo al cerrar la primera de las propinas, la Danza rusa del Cascanueces. Estupenda, sin embargo, la Danza del hada del azúcar, con una admirable Tatiana Postnikova a la celesta. La inevitable Marcha Radetzki, magníficamente interpretada, cerró un concierto con suficientes cosas buenas como para salir de él muy satisfecho.
PD. Que se hayan arreglado los problemas financieros de la ROSS es muy buena noticia. Y que haya fallecido Prêtre, una muy triste. Otro más que se nos va.
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