Frente a los muy irregulares resultados del Daphnis del mismo año comentado en este blog, las interpretaciones son todas de gran altura: aquí el maestro de origen oriental no se deja llevar por el exceso de nerviosismo ni desatiende las texturas. Ahora bien, se pueden no compartir las premisas en las que se basa el Ravel de Ozawa. Y es que éste es ante todo elegante, delicado, sensual y refinado en extremo.
No me vayan a malinterpretar: uno se queda fascinado por el fraseo curvilíneo, diríase que Art Nouveau, del que hace gala la batuta. Por su desarrolladísimo sentido del color, suave y difuminado, nunca incisivo, y por ende perfecto para el impresionismo. Y por las enormes dosis de belleza sonora que sabe extraer de su maravillosa orquesta, que suena aérea sin perder plasticidad ni opulencia cuando la necesita. Pero al final uno puede acabar un poco harto de tanta suavidad y de tan escasos contrastes, y echar de menos lo que exactamente por las mismas fechas hacía Jean Martinon con la Orquesta de París en grabaciones para EMI que todo buen melómano debe tener en su discoteca. Por no hablar de las interpretaciones muy distintas a éstas que en ese mismo año (menuda cosecha la del 74!) registraba Pierre Boulez, por cierto con una toma cuadrafónica bastante más espectacular pero mucho menos limpia que la que ahora recupera Pentatone.
Dicho todo esto, podemos descender un poco al detalle. Le tombeau de Couperin recibe una interpretación fluida y elegante, de enorme depuración sonora, en la que la orquesta suena con un punto de agilidad y ligereza muy adecuado para la obra. Esta además necesita ese toque de coquetería digamos que “rococó” que para un maestro como Ozawa es muy fácil de obtener, aunque uno pueda preferir un punto extra de incisividad. Muy francesa la lectura del Menuet Antique con riqueza de acentos, pero también con su punto de distanciamiento; otra cosa es que Ozawa no se muestre del todo valiente ante las texturas algo socarronas propuestas por el compositor y ofrezca un humor más sutil y bienhumorado que otra cosa.
A la postre, recomendaría este disco muy especialmente a los amantes de la alta fidelidad, porque el trabajo de los ingenieros de sonido de la Deutsche Grammophon de aquella época y el de los de Pentatone en fechas mucho más recientes es de quitarse el sombrero. Pero que conste que el contenido musical, con todos los reparos expuestos, es de enorme calidad. Merece la pena la compra.
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