Cuando residía en la Sierra de Segura
iba con una cierta regularidad a Madrid y Valencia y podía disfrutar
música sinfónica en directo. Este año es imposible: trabajo por
las tardes y los fines de semana nada hay en muchos quilómetros a la
redonda, salvo alguna excepción aislada como la soporífera Novena de
Beethoven del otro día en el Villamarta. Acudir puntualmente a
Madrid el fin de semana pasado para escuchar a Barenboim me ofrecía
la oportunidad de recuperar mi antigua costumbre de escuchar
conciertos matinales de la Orquesta Nacional de España. Conciertos
que habitualmente retrasmitía Radio Nacional de España y que al
parecer ahora ya no recogen sus micrófonos: desdichada decisión,
sea quien fuere el que la haya tomado (ignoro si las exigencias
económicas vienen de una parte o de la otra).
El programa del pasado día 27 se
llamaba El mestizaje, título que a mi entender solo convenía a su
primera parte. Y la más interesante a la postre, porque la
interpretación de la Sinfonia nº1 de Schumann que ofreció
el maestro Clemens Schuldt pudo disfrutarse, estuvo correctamente
trazada –sin precipitaciones y sin ese excesivo nerviosismo que aqueja a
algunas interpretaciones schumannianas–, y estuvo dotada de vida, de
animación y de comunicatividad, pero se quedó bastante alicorta en
lo que a poesía se refiere y tampoco evidenció la depuración
sonora deseable. Lo de antes es lo que tuvo mucho interés.
En primer lugar, por el placer de
escuchar el Concert Romanesc de Ligeti, una obra temprana que
además de resultar muy valiosa para conocer las raíces del
genial artista húngaro, es una preciosidad en sí misma: folclore
magníficamente llevado a la orquesta por un compositor que instrumenta de maravilla y ya empieza a intuir los novedosos senderos que más
tarde recorrerá. Schuldt la dirigió de manera irreprochable y obtuvo de la
Nacional un sonido bastante más satisfactorio que el de la última
ocasión en que la pude escuchar en directo.
En segundo lugar, por lo mucho que se
pudo disfrutar del Concierto para violín de Esteban Benzecry, un
señor que nació en 1970 en Lisboa, se crió en Buenos Aires y se
nacionalizó francés, pero que –como explica Benjamín G. Rosado en
sus notas– mezcla en su música tanto “lo uno” como “lo otro”,
es decir, lo porteño y lo parisino. Y también “lo de más allá”,
en este caso más acá: el flamenco es directa referencia en el
primer movimiento de esta página, que surgió como pieza
independiente cuando era compositor residente en la Casa de Velázquez
de Madrid. Los aromas del tango impregnan
de manera muy evidente el segundo movimiento, para ofrecer en el
tercero unas “evocaciones de un mundo perdido” que no es otro que
el de la América precolombina, aquí recreada de manera muy
pictórica, diríamos que cinematográfica. Sí, lo están
adivinando. Esta es una música muy fácil de escuchar, hecha con la
evidente intención de gustar a todo el mundo, y probablemente
alberga poca sustancia bajo su brillante superficie, pero se
encuentra estupendamente escrita, utiliza los recursos con enorme
sabiduría, resulta inteligente en su eclecticismo y es de un
irreprochable buen gusto: nada que ver con algunos bodrios igualmente
interculturales que se escuchan por ahí.
Claro que no podemos restarle méritos
a la excelencia de la interpretación, con un Schuldt y una ONE
totalmente entregados al virtuosismo sin mácula y a la intensidad
expresiva del violinista serbio Nemanja Radulović, precisamente la
persona para la que fue escrita la partitura. Su sonido afilado y su
temperamento volcánico –recuerda no poco a Malikian, también por la
pelambrera– se ven bien acompañados por una gran capacidad para
cantar la música con sensibilidad y delectación melódica, pero sin
rastro de de narcisismo. Disfrute total.
PD. Los de la OCNE dejan hacer fotografías, obviamente sin flash. Sabia decisión.
PD. Los de la OCNE dejan hacer fotografías, obviamente sin flash. Sabia decisión.
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