En el Bartók lo que asombra de Lang Lang no es solo la insultante facilidad con la que parece tocar una partitura de dificultad extrema, hasta el punto de que probablemente nunca se haya escuchado a ningún otro pianista una ejecución tan ágil y nítida en la digitación. Deslumbra también su capacidad para modelar el sonido desde los fortísimos más atronadores hasta las más sutiles veladuras, desde lo muy percutivo hasta lo sutilmente impresionista. Y lo hace igualmente su manera de frasear combinando cantabilidad y flexibilidad con una tensión interna que no deja lugar a tomar aliento. Pero lo que le encumbra a lo más alto es la riqueza, inteligencia y sensiblidad de sus matices, ofreciendo multitud de acentos que revelan que esta obra ofrece posibilidades expresivas que van más allá del mero contraste entre la fiereza de los movimientos extremos y el carácter nocturno del central, pues se encarga de explorar muy especialmente el lirismo y la sensualidad que subyacen los pentagramas.
Rattle dirige a su portentosa orquesta con mano firme, energía muy controlada y gran atención al detalle, aunque sin subrayar aristas ni resultar virulento; en este sentido, se echan de menos la energía, la incisividad y el colorido de un Solti –con Ashkenazy–, quizá también su imaginación en algunos pasajes. En cualquier caso, su técnica y su convicción terminan triunfando, sobre todo cuando se trata, como en el caso del solista, de poner de relieve los aspectos más líricos de la partitura de Bartók, o de demostrar que los pasajes más virtuosísticos –por ejemplo, el “canto de pájaros” que es eje del simétrico Adagio– están llenos de poesía.
En la partitura de Prokofiev no se puede decir que la dirección sea creativa o reveladora, pero sí perfecta por su estilo –a medio camino entre lo tardorromántico y lo moderno–, por su sentido del ritmo, por su portentoso sentido del color –el que necesita Prokofiev, con aspereza y sensualidad en su punto justo–, y por su convicción en todas y cada una de las diferentes atmósferas expresivas que desarrolla la partitura, desde la ironía más amable que sarcástica –con la que sin duda encaja la personalidad del maestro– hasta el lirismo de altos vuelos de la sección central del último movimiento, en el que se consigue un clímax –pura nostalgia doliente, como suele ocurrir en el autor– de enorme emotividad, pasando por un tema con variaciones maravillosamente paladeado por la batuta. Aparte, claro está, hay que admirar una portentosa puesta en sonidos con la que tiene mucho que ver no solo la técnica de Sir Simon, sino también el virtuosismo parece que sin límites de la orquesta berlinesa, posiblemente en su mejor momento.
Y de Lang Lang, ¿pues qué quieren que les diga? Nos vuelve a dejar pasmados no solo por poseer agilidad digital, potencia sonora y resistencia física suficientes para “dar las notas”, lo que no es precisamente fácil, sino también para modelar el sonido, ofrecer los más variados colores, acertar con la expresión exacta –desenfado, ironía, carácter lúdico, lirismo nostálgico y garra dramática– y encontrar el acento apropiado para el momento justo sin resultar rebuscado ni perder la decisión en el trazo. Todo ello pareciendo no realizar esfuerzo alguno.
Una cosa: si aún no tienen en su discoteca este producto, no se compren el CD. Adquieran el Blu-ray. Éste incluye los dos registros en alta resolución, tanto en surround como en dos canales, más la filmación completa del Prokofiev –la grabación en audio corresponde al 13 y 14 de abril de 2013, el vídeo parece corresponder solo al segundo día– y un documental.
2 comentarios:
¿Solti con Ashkenazy sería una versión de referencia para los conciertos de Bartok?
Yo creo que para tener los tres conciertos en un solo disco esa opción y la de Boulez, muy distintas y complementarias entre sí, son ideales. Para tener "la mejor" de cada uno habría que comprar demasiados discos sueltos. Espero publicar proximamente una discografía del Concierto nº 2. Saludos cordiales.
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