Lago de los cisnes y La bella durmiente sí que son dos verdaderas obras maestras, y escucharlas en directo, aunque sea en sus respectivas suites, resulta un verdadero placer. Pero aquí Wilson estuvo menos afortunado. De hecho, aún no sé si me convencieron sus interpretaciones. Me gustó que hiciera uso de tempi lentos que permitieron clarificar las texturas y dejar respirar a la música; también que apostara por el pathos, por la densidad sonora y por la profundidad dramática antes que por esa ligereza más o menos delicada y amable con que a veces se aborda este repertorio; y más aún que cantara las melodías con una naturalidad y una intensidad ejemplares, porque eso potenció lo mejor de esta música. Tampoco me dejó de complacer que su sentido del humor tuviera un punto de recochineo y sana rusticidad muy convenientes. Pero no me gustó que el fraseo fuera parco en matices, que se atendiese poquísimo a la variedad de la gama dinámica y, sobre todo, que se apostase de manera decidida no ya por el forte, sino por el "megafortísimo", hasta el punto de que la acumulación decibélica llegaba a molestar. Disfruté mucho a ratos, pero por momentos me sobresalté en mi asiento.
¿Y la orquesta? Pues verán, en otras ocasiones en las que la he escuchado aprecié limitaciones, pero la noche del viernes la encontré en una muy digna forma. Más que eso: los violines ofrecieron un empaste y una belleza sonora como a pocas formaciones españolas le haya escuchado yo nunca. Y solistas hay unos cuantos muy destacables: clarinete, trompeta y arpa me gustaron especialmente. Posiblemente haya sido Wilson quien hizo que diesen lo mejor de sí, porque los músicos le aplaudieron al final radiantes de felicidad.
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