Y es que, a sus veinticuatro años de edad pero rebosante de talento, el de Buenos Aires estaba empeñado en luchar contra una visión superficial de este repertorio –me refiero a Mozart fundamentalmente, pero también a este Haydn y a este Boccherini–, ofreciendo interpretaciones severas y sin concesiones, parcas en chispa, en sensualidad y en coquetería. Directas a la esencia de la expresión, pero que por ello mismo en exceso unidireccionales. Los movimientos extremos de estos dos conciertos, para concretar, resultan en exceso serios: hoy día seguramente los abordaría con más riqueza de concepto, reconociendo que la hondura espiritual no está en absoluto reñida con la capacidad para reír con la música, para desplegar chispa y picardía, incluso para caer en alguna frivolidad bien entendida.
En contrapartida, los respectivos movimientos lentos son un prodigio, muy particularmente en el caso de Boccherini, un Adagio non troppo impregnado de hondura, de carácter reflexivo y de no poca desolación. Marcado por el pathos, ciertamente, pero sin la menor tentación de romantizar en exceso la página: la contención prima en todo momento tanto en lo que a la batuta como en lo que a la solista se refiere.
La English Chamber está formidable, resultando muy atractiva la fusión entre el carácter camerístico de la formación británica y el músculo sonoro tan caro a Barenboim; este último, en cualquier caso, frasea procurando no caer en la pesadez ni en veleidades más o menos románticas, sino teniendo muy en cuenta aspectos como la agilidad y la severidad puramente neoclásicas.
Una última reflexión: Barenboim tenía veintuatro años y la Du Pré tan solo veintidós cuando se realizó este registro. Qué enorme talento, maravillosamente madurado desde entonces hasta la actualidad en el caso de él, injustísimamente truncado el de ella. ¡Cuánto se perdió con su enfermedad!
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