El concierto, cuya filmación corresponde al pasado 10 de abril y se puede ver en la Digital Concert Hall, se abría con la obertura de Egmont. No se trata de una recreación de la mayor altura posible, porque para ello necesitaría un poco más de garra y nervio –al clímax le falta elctricidad–, como también sobrarían algún portamento en los violines y excesos en los timbales, pero el anciano maestro oriental sorprende muy gratamente en su búsqueda del idioma beethoveniano de la gran tradición, arrancando con una introducción grave, ominosa, para luego desplegar esa sonoridad densa y profunda que habitualmente asociamos con el compositor, una gran nobleza en el fraseo y una admirable unión entre hondura reflexiva y sentido trágico. La orquesta, por descontado, resulta la ideal.
Fantasía coral para terminar. Aquí sí encontramos, porque la obra lo permite, al Ozawa de toda la vida. Para lo bueno y para lo no tan bueno: fraseo curvilíneo, sensualidad muy desarrollada, colorido luminoso y variado, mucha elegancia... Pero también falta de densidad, de tensión interna, de brío y de fogosidad, de garra dramática y de sentido de los contrastes. El solista es Peter Serkin, en plena sintonía con el podio: frasea con enorme cantabilidad y se muestra muy atento a la belleza sonora, pero resulta bastante plano tanto en el sonido como en la expresión, y en lo que a tensiones se refiere el discurso queda desarticulado. En definifiva, una interpretación en el extremo opuesto a la que la misma orquesta ofreció en febrero de 1995 junto a Daniel Barenboim, filmada y editada en CD en su momento por el sello EMI.
Ah, se me olvidaba: ¡sensacional el Rundfunkchor Berlin! En cuanto a Ozawa, a quien se nombra miembro honorario de la Filarmónica de Berlín tras 174 conciertos juntos (no dejen de ver el vídeo de propina, que es gratis y alberga sorpresita), sería formidable volverle a ver pronto en acción. Le deseamos lo mejor.
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