viernes, 8 de enero de 2016

Romeo y Julieta en el Maestranza: ¡magnífica coreografía!

Acudí al Maestranza ayer jueves para presenciar –primera de las cuatro funciones previstas– el Romeo y Julieta de Prokofiev a cargo del Aalto Ballett Essen. Mi interés primordial era escuchar en directo, con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el foso, la que es posiblemente una de las más grandes partituras sinfónicas del siglo XX, y desde luego una de mis obras favoritas de toda la historia de la música. Desdichadamente no me gustaron los resultados artísticos en el plano sonoro, pero sí lo hicieron en el visual:  lo que aquí se verá hasta el próximo domingo es una exquisita, hermosísima y muy emotiva coreografía de la genial creación del compositor ruso.

La fuerza de la propuesta de Ben Van Cauwenbergh radica en que, tratándose de danza clásica y no contemporánea, y desde luego haciendo gala de todos los recursos propios de la gran tradición del ballet, no hay ni una sola concesión al preciosismo ni a la exhibición vistuosística: todo está al servicio de la narración de la historia. Narración no solo argumental, sino también –y sobre todo– psicológica. Nunca he encontrado a los personajes del drama de Shakespeare tan extraordinariamente bien definidos desde el punto de vista coreográfico, tan ricos en matices expreivos, tan sinceros y tan hondos en la amplia gama de expresiones que demandan, desde la jovialidad gamberra de Romeo y sus amigos hasta la adultez sobrevenida de manera imprevista para una Julieta todavía casi infantil en el primer acto, pasando por la chulería de Teobaldo, la intransigencia de Capuleto padre y el dolor interno y las terribles contradicciones de la madre de la protagonista, que aquí adquiere un peso mucho mayor que en la mayoría de las producciones. Por no hablar de Fray Lorenzo, tantas veces representado como un anciano venerable y tratado –también por Prokofiev– con un punto de ironía: aquí es un joven atractivo que con unas hermosísimas y muy significaticas coreografías contribuye de manera decisiva a hacernos llegar las tensiones psicológicas del conflicto. Las escenas digamos "de relleno" están muy bien planteadas –espectacular la aparición de un acróbata en el segundo acto– y las de luchas de bandos callejeros se encuentran resueltas a la perfección, en absoluto encorsetadas pero sin caer en el mero descriptivismo, sino haciendo danza-danza. Lo único de lamentar desde el punto de vista coreográfico fueron los cortes inflingidos a la partitura, aunque reconozco que contribuyeron a agilizar el desarrollo de la acción.

Desde el punto de vista plástico, esta producción me ha gustado bastante. Las escenografías son escasas o sencillamente inexistentes: muchísimo mejor así que llenar el escenario de cartón-piedra que solo distrae de la esencia del drama. Magnífico el diseño de luces a cargo de Kees Tjebes. En cuanto a los bailarines, mi impresión global es que los chicos del Aalto Ballett son muy buenos, sin llegar quizá a deslumbrar. Quien menos me entusiasmó fue el Romeo de Breno Bittencourt, al que encontré un tanto soso. Sí que me gustó la Julieta de Yanelis Rodríguez, de puntas agilísimas y expresividad delicada. Se aplaudió mucho, y con razón, al Tibaldo de Moisés León Noriega, y tampoco lo hicieron nada mal Davit Jeyranyan y Wataru Shimizu como Benvolio y Mercucio respectivamente. Excelente el Padre Lorenzo de Denis Untilla y notable la nodriza –otro personaje con una relevancia muy destacada en esta producción– de Yusleimy Herrera León.

Si lo que se vio fue excelente, lo que se escuchó no resultó muy estimulante que digamos. La Sinfónica de Sevilla, despistada y sin ganas, tuvo una de las peores noches que le recuerdo: nada que ver con la actuación del otro día con Axelrod. Mi sensación es que se ensayó bastante poco (perdonen que me ponga sindical: ¿se pagó el suficiente número de horas a los músicos?). Claro que no le voy a quitar responsabilidad al joven maestro Johannes Witt –hoy viernes y el domingo le sustituye Yannis PousPourikas–, quien no solo no acertó en ningún momento con el estilo de Prokofiev, sino que realizó una labor flácida y deslavazada, sin vida, ayuna de sentido teatral. Soy consciente de que hablamos de una labor que tiene que estar al servicio de los cantantes: no se puede poner a los artistas a bailar mientran se escuchan locuras como las de un Muti o un Abbado en esta obra (el primero con Filadelfia antes que con Chicago, el segundo con la London Symphony, pero no con la Filarmónica de Berlín, dicho sea de paso). Pero sí se pueden pedir tensión interna, riqueza en el color y sentido narrativo. Y depuración técnica, exactitud y todas esas cosas que faltaron anoche. Aun así, no todo fue mediocre: Witt ofreció una escena del balcón de lirismo muy sensual, mientras que reservó lo mejor de sí para todo el final de la obra, consiguiendo una muerte de Julieta de muy elevada intensidad. Como este momento de elevada inspiración coindició con lo mejor de la partitura y con una coreografía especialmente emotiva, salimos del teatro hondamente emocionados.

Muy en resumen: pese a las insuficiencias del foso, no se lo pierdan si tienen la oportunidad. Merece mucho la pena.


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