domingo, 6 de diciembre de 2015

Macbeth en Valencia: grandísimo Plácido

Escuché el pasado  jueves la grabación pirata del debut de Plácido Domingo como Macbeth en febrero de este mismo año en la Staatsoper de Berlín. Hizo allí cosas grandes, pero no fue una de las mejores noches recientes del artista madrileño (tampoco me pareció el mejor Verdi de Daniel Barenboim, dicho sea de paso). A tenor de su última enfermedad y sus recientes cancelaciones, acudí al Palau de Les Arts pensando que me iba a encontrar ante la decadencia de mi admiradísimo cantante.

 
Pues no: contra todo pronóstico, anoche estuvo pletórico. Por descontado, la voz no posee la solidez en el grave y la pasta densa que requiere este rol, y la edad se deja notar en un fiato con problemas, pero estos últimos se evidenciaron menos que en ocasiones anteriores. De hecho, Plácido ha estado mejor de voz que en la referida función de Berlín. Y más rico en matices, más intenso, más variado en la psicología y más comunicativo. Y de eso de "cantar de mezzoforte para arriba", nada de nada: su recreación estuvo llena de inflexiones expresivas. En el aria, aunque no tan maravilloso como en su recital madrileño del pasado verano –tuvo que hacer un visible esfuerzo–, destapó el tarro de las esencias verdianas que solo unos pocos escogidos poseen, mientras que en el "Mal per me" –ya saben, el arrepentimiento de Macbeth que corresponde a la versión original de la partitura– estuvo sencillamente genial. Por cierto: en lugar de incrustar el "Mal per me" en el final revisado, que es lo que se suele hacer, toda la conclusión de la obra correspondió a la edición de 1847, por lo que la batalla no fue una fuga y no hubo coro triunfal en homenaje a Malcolm, sino que se acabó justo con la muerte del protagonista.

Ekaterina Semenchuck, mezzo muy lírica de emisión claramente eslava, no posee una voz tan robusta e impresionante como la de su colega Lyudmila Monastyrska –en el vídeo del Covent Garden y en Berlín: impresionantes las notas picadas en el brindis–, pero es artista refinada, matiza más y se muestra más sensible. En su tremenda escena del primer acto estuvo muy bien; en las geniales "La luce langue· y en "Una macchia", es decir, en el Verdi-Verdi, estuvo sensacional. Por supuesto, nada de Lady Macbeth bruja: aquí fue una señora ambiciosa y cruel, pero humana en todos los sentidos.

Alexánder Vinogradov –factoría Barenboim– hizo un Banquo de mucho nivel, beneficiándose en su aria de un fiato considerable. Giorgio Berrugui lució voz de gran belleza y línea muy italiana en un Macduff que quedó mucho menos desdibujado de lo que el personaje acostumbra. Entre el resto del elenco destacó una formidable Federica Alfano como la dama de Lady Macbeth.

Empuñaba la batuta el para mí por completo desconocido Henrik Nánási. Dirección a la Muti: extrovertida, electrizante mucho antes que atmosférica, de tímbrica más bien incisiva, enorme claridad y sabor muy, pero que muy verdiano, Eso sí, se pasó un poco con las dinámicas, más bien planas y con tendencia al decibelio gratuito, pero tampoco le vamos a regatear aciertos expresivos de gran calibre, como la sorna con que hizo sonar a las maderas en la escena del brindis. Absolutamente extraordinarios la Orquesta de la Comunidad Valenciana y el Coro de la Comunidad Valenciana, este último mucho mejor que el de la Staatsoper de Berlín en el mismo título. En "Patria oppressa", dirigido con lentitud y sensibilidad, estuvo sublime. Felicitaciones a sus integrantes y a su director, Francesc Perales.

La escena venía de la Ópera de Roma y el Festival de Salzburgo, donde tuvo la dirección musical de Riccardo Muti. Visualmente resultó muy atractiva, por momentos fascinante, gracias a la iluminación soberbia de Joachim Barth, pero los figurines de Anna Maria Heinreich parecían sacados de La venganza de Don Mendo y la dirección escénica de nada menos que Peter Stein, aquí repuesta por Carlo Bellamio, fue bochornosa: me alegra mucho que la acción transcurriera en la Edad Media, que las brujas fueran brujas y que se fuera respetuoso con el libreto en no pocos detalles, pero a estas alturas no se puede ofrecer en un teatro de ópera más o menos serio algo tan parecido a una función escolar de fin de curso. No es ya que los cantantes fueran a su aire y que el coro se moviese como los de aquellos vídeos inefables de los años sesenta y setenta, es que por momentos se rozaba el más absoluto de los ridículos. Lo de las brujas era para partirse de risa, y las coreografías de las mismas era para llevar a un juzgado de guardia a su responsable, Chus Moreno. Escenografía sobria y funcional, sin más.

Resumiendo: escena mediocre, altísimo nivel musical. Y confirmación de que Plácido Domingo tiene un pacto con el Diablo. Para sus fans, que seguimos siendo cientos, fue una noche memorable.

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