Teodor
Currentzis es un músico tan lleno de talento como
comprometido y arriesgado, pero también de una personalidad que necesita
autoafirmarse mediante el distanciamiento de otras propuestas y
el énfasis de las ideas propias; lo hace con frecuencia cayendo en la distorsión y en el
amaneramiento, sin que realmente quede muy claro qué es lo que tiene que
decir aparte de que es diferente a los demás. Por ende, los resultados serán
casi siempre muy discutibles, con frecuencia reveladores y en otras ocasiones
irritantes, pero la valoración global del resultado dependerá tanto de la
inspiración del artista en cuestión como de la naturaleza de la obra que tiene
en los atriles: obviamente no es lo mismo dirigir Purcell
o Rameau
que Mozart o Shostakovich.
También dependerá de la disposición que el oyente tenga en ese momento a aceptar
los descubrimientos o caprichos, según se prefiera, del señor Currentzis.
Sinceramente, no sé si esta Consagración de la Primavera me ha
gustado. Yo diría que no, o al menos no del todo, pero también es cierto que hay
demasiadas cosas nuevas e interesantes en ella como para pensar que he perdido
el tiempo escuchándola. Es esta, frente a todas las declaraciones sobre la
importancia del folclore y tal que el maestro griego ha realizado sobre su
óptica interpretativa, una lectura ante todo esquizofrénica, en la que los
pasajes introvertidos suenan particularmente lentos y sensuales hasta el punto
de llegar a lo excesivamente difuminado y rozar el disparate estilístico –la
introducción es puro impresionismo–, y los extrovertidos se aceleran y explotan
con una brutalidad que tiene mucho más que ver con la acumulación de decibelios
y el regodeo en la percusión que con la verdadera tensión interna bien
planificada desde el arranque de cada una de las dos mitades hasta los clímax
finales.
Su orquesta MusiAeterna responde bien a sus demandas, pero a la postre la arquitectura se resiente de manera considerable y el
resultado es un conjunto de pasajes yuxtapuestos en los que la única lógica
viene dada por la voluntad exhibicionista de extremar los contrastes sonoros y
expresivos, sin que la claridad, por su parte, sea la mejor de las
posibles. Entre todo ello, hay enormes hallazgos en las texturas y en el diseño
polifónico –sobre todo en la primera mitad de la segunda parte– y momentos
arrebatadores en los que uno no puede dejar de seguir la música con su cuerpo. De hecho, la catarsis pretendida por Stravinsky –cuya manera de
dirigir la obra era muy diferente a la de Currentzis– queda por completo conseguida.
La toma sonora ofrece una amplia gama dinámica y gran relieve, pero no parece
todo lo limpia que debiera para estar a la altura de un sello como Sony
Classical. Claro que donde los japoneses han estado más desacertados es en la
duración: solo se incluye esta obra, y el disco es de serie cara. Mucho morro se
llama a eso. La psicodélica portada, eso sí, no podía ser más idónea para el
contenido.
Ah, a ver si pronto actualizo mi discografía comparada de Le
Sacre, que ya tengo anotaciones de un buen número de interpretaciones
más.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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