lunes, 14 de diciembre de 2015

La Consagración de la Primavera por Currentzis: esquizofrenia

Teodor Currentzis es un músico tan lleno de talento como comprometido y arriesgado, pero también de una personalidad que necesita autoafirmarse mediante el distanciamiento de otras propuestas y el énfasis de las ideas propias; lo hace con frecuencia cayendo en la distorsión y en el amaneramiento, sin que realmente quede muy claro qué es lo que tiene que decir aparte de que es diferente a los demás. Por ende, los resultados serán casi siempre muy discutibles, con frecuencia reveladores y en otras ocasiones irritantes, pero la valoración global del resultado dependerá tanto de la inspiración del artista en cuestión como de la naturaleza de la obra que tiene en los atriles: obviamente no es lo mismo dirigir  Purcell o Rameau que Mozart o Shostakovich. También dependerá de la disposición que el oyente tenga en ese momento a aceptar los descubrimientos o caprichos, según se prefiera, del señor Currentzis.


Sinceramente, no sé si esta Consagración de la Primavera me ha gustado. Yo diría que no, o al menos no del todo, pero también es cierto que hay demasiadas cosas nuevas e interesantes en ella como para pensar que he perdido el tiempo escuchándola. Es esta, frente a todas las declaraciones sobre la importancia del folclore y tal que el maestro griego ha realizado sobre su óptica interpretativa, una lectura ante todo esquizofrénica, en la que los pasajes introvertidos suenan particularmente lentos y sensuales hasta el punto de llegar a lo excesivamente difuminado y rozar el disparate estilístico –la introducción es puro impresionismo–, y los extrovertidos se aceleran y explotan con una brutalidad que tiene mucho más que ver con la acumulación de decibelios y el regodeo en la percusión que con la verdadera tensión interna bien planificada desde el arranque de cada una de las dos mitades hasta los clímax finales.

Su orquesta MusiAeterna responde bien a sus demandas, pero a la postre la arquitectura se resiente de manera considerable y el resultado es un conjunto de pasajes yuxtapuestos en los que la única lógica viene dada por la voluntad exhibicionista de extremar los contrastes sonoros y expresivos, sin que la claridad, por su parte, sea la mejor de las posibles. Entre todo ello, hay enormes hallazgos en las texturas y en el diseño polifónico –sobre todo en la primera mitad de la segunda parte– y momentos arrebatadores en los que uno no puede dejar de seguir la música con su cuerpo. De hecho, la catarsis pretendida por Stravinsky –cuya manera de dirigir la obra era muy diferente a la de Currentzis– queda por completo conseguida.

La toma sonora ofrece una amplia gama dinámica y gran relieve, pero no parece todo lo limpia que debiera para estar a la altura de un sello como Sony Classical. Claro que donde los japoneses han estado más desacertados es en la duración: solo se incluye esta obra, y el disco es de serie cara. Mucho morro se llama a eso. La psicodélica portada, eso sí, no podía ser más idónea para el contenido.

Ah, a ver si pronto actualizo mi discografía comparada de Le Sacre, que ya tengo anotaciones de un buen número de interpretaciones más.

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