Como curiosidad, el pianista norteamericano tenía otra interpretación filmada junto a la misma orquesta, también en la Digital Concert Hall, correspondiente al 31 de diciembre de 2005. Dirigía Rattle en esa ocasión, y lo hacía, además de con una articulación moderadamente influida por el historicismo, con una dosis de chispa y desparpajo muy superior a la de Haitink, pero sin su sentido del pathos en el segundo movimiento y globalmente algo trivial; influido por la batuta, Ax se mostró entonces más risueño y comunicativo, pero también más cuadriculado y ajeno a los matices en los pasajes rápidos.
Volvamos al concierto 2014: Cuarta sinfonía de Anton Bruckner para la segunda parte. Como era de esperar, una interpretación objetiva y poco personal, pero portentosa por su arquitectura, de una claridad y una fuerza interna pasmosas, al tiempo que atentísima al detalle –absoluto control de las dinámicas, perfecto equilibrio de planos–, y de un idioma netamente bruckneriano. Eso sí, en lo expresivo va de menos a más, flojeando el primer movimiento por su relativa falta de calidez y vuelo poético. Tampoco el segundo es particularmente emotivo, pero sus clímax están construidos de manera formidable y alcanzan una tensión imponente. Sobrio y viril el Scherzo, aunque su trío resulta sorprendentemente suave –que no blando- y ensoñado. Portentoso el Finale, construido con una grandeza ajena a la retórica y una fuerza controlada a la que resulta imposible resistirse. La enorme calidad de una orquesta adecuada a más no poder termina haciendo que, pese a las relativas desigualdades de la batuta, los resultados alcancen el sobresaliente.
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