Bychkov acompaña sin mucho estilo mozartiano y escaso aliento poético, pero al menos le pone ganas al asunto y cuenta con unas maderas de ensueño. Claro que si se quiere saber hasta qué punto pueden llegar éstas en sus intervenciones en el segundo movimiento, así como hasta dónde lo hace una dirección realmente comprometida, hay que escuchar lo que Daniel Barenboim consigue con la misma orquesta en su grabación para Teldec. O la no menos sublime de Bernstein con la Filarmónica de Viena en DVD. Volviendo al concierto berlinés, Pressler ofrece de propina el Nocturno nº 20 de Chopin: no muy doliente pero de gran belleza.
Sinfonía nº 11 de Shostakovich en la segunda parte. Ya saben, El año 1905. Con una orquesta como la Filarmónica de Berlín ya se tiene la mitad del camino andado a la hora de interpretar una partitura que exige ante todo virtuosismo, un sonido tan robusto como compacto y brillantez bien entendida. Ahora bien, Bychkov solo resuelve una parte de los otros problemas que plantea: consigue que las tensiones no decaigan –algo bien difícil, la página es larga y reiterativa–, evita caer en lo quejumbroso y sabe no pasarse de rosca en los momentos más decibélicos, pero no termina de generar el ambiente opresivo, angustioso que la obra demanda –la escena de la matanza resulta más espectacular que terrorífica–, mientras que en el tercer movimiento se echan de menos hondura trágica y grandeza humanística.
Mis grabaciones favoritas siguen siendo las dos de Rostropovich, sobre todo la primera de ellas (con la Nacional de Washington, 1992). Esta de Bychkov está muy bien, pero sólo eso.
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