domingo, 16 de agosto de 2015

Anthéron en Aix

Todos los veranos hago algún viaje al extranjero, siempre buscando arte en cantidad y, a ser posible, música. Este año ha tocado Provenza en compañía de un amigo que es enorme, grandísimo experto en pintura gótica, y que había planificado todo al milímetro para aprovechar el tiempo al máximo: creo que nunca en mi vida he visto tal cantidad de obras de arte en tan poco tiempo. Ha sido una paliza física y psicológica monumental, pero ha merecido la pena: el arte romano, el románico y el gótico de esa tierra son extraordinarios.

Para música en principio no había lugar, entre otras cosas porque los festivales de Aix-en-Provence y Orange (¡enorme, apabullante el teatro romano en el que la Caballé ofreciese aquella Norma de referencia!) ya habían terminado. Sí que estaba desarrollándose el festival pianístico de La Roque d’Anthéron, pero no quedaban entradas para el día que fuimos allí para ver la abadía cisterciense de Silvacane. Sin embargo, el martes 4 de agosto tuvimos la oportunidad de asistir a uno de los numerosos espectáculos satélite del referido festival, concretamente el que tuvo lugar en el patio del Museo Granet –interesantísima colección de arte, dicho sea de paso– de la propia Aix-en-Provence.


El pianista era un completo desconocido para mí, Éric Vidonne, profesor del Conservatorio de París. En la primera parte abordó Beethoven: sonatas nº 10 y 25 que me parecieron interpretadas de manera mecánica, ajenas al estilo y dentro de un clasicismo mal entendido, esto es, superficial y con tendencia a lo pimpante. Me pareció bastante más centrado en las Variaciones sobre un tema de Paisiello y en el Rondo a capriccio en Sol mayor del mismo autor, pero no pudo evitar que mi amigo y yo nos aburriéramos de manera considerable. Tampoco el público –media de edad extremadamente avanzada– parecía entusiasmado.

Liszt para la segunda parte: primero esa pequeña genialidad que es La lúgubre góndola II y luego la inmensa Sonata en Si menor. Obviamente Vidonne se las vio y se las deseo con las inmensas dificultades técnicas de esta última, y tampoco supo dotar de continuidad a la misma, pero aquí sí que mostró estilo, concentración y fuerza expresiva. Los resultados fueron dignos, y eso no es poco en obras como las semejantes. No hubo propina: lo contrario hubiera sido pecaminoso tras el estremecedor final de la partitura lisztiana.

Por lo demás, me gustaría en el futuro asistir a los festivales de Aix y Orange, pero con los precios que allí se gastan (me dicen que Aix-en-Provence es una de las más caras ciudades de Francia, y por lo que he visto me lo creo) lo encuentro difícil a corto o medio plazo. Quizá cuando salgamos de la crisis… Y ahora, permítanme que vuelva a las entradas programadas de antemano.

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