Palidece, en cualquier caso, al lado de la Rapsodia Española que viene a continuación. Pocas veces, o nunca, se ha tocado esta partitura con semejante perfección y ha sido recogida con semejante naturalidad y transparencia, sin necesidad de meter los micrófonos encima de cada instrumento –la perspectiva global es admirable– y logrando una enorme espectacularidad sin darle excesivo relieve a la percusión. Todo ello, además, con una limpieza impresionante y un brillo en el agudo insuperable. Desde el punto de vista interpretativo, Barenboim ofrece enorme concentración en el Preludio –impresionante el regulador con que se abre–, se desenvuelve con tanta elegancia como sentido del misterio en los dos siguientes números y triunfa por completo en una Feria llena de garra, de chispa y de sentido español, pero trazada con pinceles finos y cantando sus melodías con naturalidad y efusividad admirables. Falta, quizá, un último punto de sensualidad y de creatividad, pero el referido virtuosismo de los “chicagoers” compensa semejantes limitaciones.
Defrauda de manera considerable la Pavana para una infanta difunta: aunque está fabulosamente tocada y hacia el final se consigan algunos momentos de intensidad, se trata de una interpretación bastante aséptica y rutinaria, muy parca en poesía. Mejor estaba la de la Orquesta de París, más paladeada e idiomática, aunque tampoco resultara especialmente memorable.
La Alborada del gracioso conoce una recreación versión muy personal, de contrastes dinámicos extremos y un carácter muy escarpado, no resultando tan oscura como otras que ha hecho Barenboim posteriormente (registro con la Filarmónica de Viena, interpretaciones en directo con la WEDO), pero sí más frenética y nerviosa. A mí me resulta muy atractiva, tanto por su carácter arriesgado como por la espectacularidad de la realización –realzada por la susodicha toma sonora–, pero entiendo que muchos la pueden encontrar en exceso ajena al universo raveliano.
En el Bolero los resultados artísticos son muy diferentes a los de su registro en París, pues valiéndose de unos tempi mucho menos lentos (15’50’ frente a los 17’30 de antes), el maestro traza una lectura más animada y decidida, planificada ahora con la perfección que antes no se lograba del todo y tocada todavía con mayor virtuosismo. Ahora bien, se echa de menos el estilo sensual y curvilíneo que entonces aportaba la formación parisina. Incluso, dentro de su muy alto nivel, la interpretación resulta un punto fría y mecánica: a veces, la perfección en sí misma no es buena cosa.
Resumiendo mucho, un disco imprescindible por la Rapsodia, quizá –pronto presentaré una discografía comparada– una de las mejores de la historia del disco, con permiso de Celibidache. Por si a alguien le interesa, ahí va la lista de mis versiones favoritas:
- Daphnis et Chloé: Munch/Orquesta de París y Abbado/Sinfónica de Boston para la Suite nº 2, Chailly/Concertgebouw para el ballet completo.
- Alborada del gracioso: Celibidache/Stuttgart y Celibidache/Filarmónica de Múnich, y un pelín por debajo de las citadas, ésta de Barenboim Chicago.
- Pavana para una infanta difunta: Martinon/Orquesta de París y Previn/Royal Philharmonic.
- Alborada del gracioso: Celibidache/Filarmónica de Múnich (solo en DVD).
- Bolero: Martinon/Orquesta de París y Celibidache/Múnich (tanto en CD como en DVD). Y quizá también Boulez/Filarmónica de Berlín.
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