¿Cuáles son sus virtudes? En primer lugar, la elevada inspiración melódica de dos de sus temas principales, el que podemos llamar “de la aventura”, relacionable asimismo tanto con Watson –por descontado, el narrador de la historia– como con el Londres victoriano, y el que identifica a los malos de la función, en este casos una secta egipcia que se dedica a vengar la profanación de las tumbas de unas princesas; el tema de amor es más flojito.
En segundo lugar, el soberbio uso del leitmotiv: de los citados temas y de alguno adicional –los macabros cánticos del Rame Tep– salen una serie de células melódicas que Broughton trenza con magistral dominio de la polifonía para desarrollar un tejido fluido y orgánico de perfecta coherencia sinfónica y magistral integración con la pantalla.
En este sentido, y este es el tercer punto fuerte de la obra, resulta asombrosa la manera en la que la música describe con minuciosidad todos y cada uno de los acontecimientos de la acción. Cierto es que esta técnica ya es una vieja conocida y que algunos compositores habían hecho verdaderos prodigios con ella –John Williams en las películas de Indiana Jones, en las que la propia cinta de Barry Levinson se inspira abiertamente–, pero lo cierto es que Broughton alcanza un grado de refinamiento, elegancia, creatividad e inspiración muy considerables.
Pero a mí lo que más me ha impresionado es la orquestación, de un virtuosismo y una imaginación formidables sin que haga falta recurrir al sintetizador –instrumento que ya a mediados de los ochenta empezaba a convertirse en efímero rey de las bandas sonoras–, y con aportaciones solo muy puntuales de la voz humana. Sinfonismo clásico cien por cien, pues, y superando a cualquier rival de la época, conla excepción quizá de John Williams y Jerry Goldsmith –más tradicional el primero, mucho más imaginativo el segundo–, como también de un James Horner por entonces en el mejor momento de su carrera.
En el lado negativo se encuentra la música sinfónico-coral para las terroríficas ceremonias del Rame Tep, aunque más por su excesiva obviedad que por su deuda con el “O Fortuna” de los Carmina Burana de Orff, ostinato incluido. No es el único préstamo, porque hay citas literales al clarinete que acompaña a Violetta Valery mientras escribe la carta a Alfredo –segundo acto de Traviata– y al arranque de la Cuarta de Mahler –chiste musical añadido a la broma final tras los créditos de cierre–, además de una perfecta asimilación de las lecciones orquestadoras de Bartók, Stravinsky, Lutoslawski, Ligeti y , muy especialmente, Richard Strauss. Pero no se alarmen: las costuras no se notan y el resultado es de una coherencia irreprochable.
La interpretación es espléndida: el compositor dirige maravillosamente y la Sinfonia of London (no confundir con la orquesta homónima que funcionó hasta los años sesenta) da buena cuenta del gran nivel de las formaciones británicas. La toma sonora es francamente buena: limpia, sin apenas distorsión, equilibrada y espaciosa. Muy apetecibles los bonus tracks de la edición de Intrada, cuya única pega es el precio.
Si no pueden hacerse con el doble CD, les sugiero que inviertan tiempo en escuchar esta suite que han colgado –veremos cuánto tardan en quitarla– en YouTube: disfrutarán de una partitura que, aparte de funcionar de maravilla dentro de la película, es una música sinfónica más que notable en sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario