domingo, 26 de abril de 2015

Poulenc con instrumentos originales

Pues no, no es ninguna broma: el Concierto para dos pianos (1932), la Suite francesa (1935) y el Concierto campestre (1928) con instrumentos originales. Cosas de Jos Van Immerseel y sus chicos de Anima Eterna, que al parecer están más históricamente informados que el propio Francis Poulenc, quien en 1962 grabó una espléndida interpretación de la primera de las obras citadas –junto a Jacques Février y bajo la batuta de Georges Prêtre– con instrumentos modernos y sin necesidad alguna de moderar el vibrato.

Van Immerseel Poulenc

En fin, dejando a un lado las cuestiones organológicas –los pianos Erard de finales del XIX y principios del XX aquí utilizados suenan en exceso ligeros– y la sonoridad más ingrávida de la cuenta, lo que nos encontramos es una interpretación muy conseguida en su aroma francés, pero discontinua en las tensiones y carente de la fuerza expresiva, desde la chispa y el descaro gamberro hasta el lirismo inquietante, de la que se debería hacer gala tanto por parte de la dirección como de la de los dos solistas, Clarie Chevalier y el propio Van Immerseel. Interpretación muy descafeinada si la comparamos con la citada de Prêtre, no digamos con la de Ozawa y las hermanas Labèque (Philips, 1989).

La Suite française es una deliciosa selección de danzas de Claude Gervaise (París, 1525 - 1583) que Poulenc transcribe para una formación de cámara con madera, metal, percusión y clave. Aquí el habitualmente soso director, además de capturar esa sensualidad algo leve tan particularmente francesa, sorprende con una recreación animada, incisiva y jocosa cuando debe, bien paladeada en los movimientos líricos y dicha con tanto desparpajo como comunicatividad. Me gusta esta interpretación más que la de Dutoit con la Nacional de Francia (Decca, 1995), pero Prêtre y la Orquesta de París (EMI, 1968) llegaron más lejos aún.

Queda el delicioso Concierto campestre. Aquí los instrumentos originales y las prácticas digamos arcaizantes sí que resultan de interés, porque aportan un espíritu particularmente dieciochesco a la partitura, bien recreado por una clavecinista ágil y coqueta, Katerina Chroboková, que se mueve muy bien en el pequeño sonido de una copia de un clave francés del XVIII. El equilibrio entre orquesta y solista resulta adecuado sin tener que recurrir a la amplificación.

El problema vuelve a ser Van Immerseel: a este señor no solo se le escapa la mala leche de la página, sino que se muestra incapaz de inyectar tensión rítmica, energía y variedad expresiva a los pentagramas, dando como resultado una interpretación muy irregular y discontinua en la que se alternan momentos de comicidad bien conseguida –tratamiento de las maderas en los primeros minutos del Allegro molto tras la grave introducción– con otros muy flácidos y desganados que avanzan a trompicones. El resultado es muy mediocre. Preferibles Pascal Rogé con Charles Dutoit (Decca, 1994), bastante mejor aún Aimée van de Wiele con Georges Prêtre (EMI, 1962), y muy por encima de todos ellos unos descomunales Trevor Pinnock y Seiji Ozawa (DG, 1991).

En suma, un disco bastante fallido en el que se salva la interpretación de la Suite française. Sobresaliente para los ingenieros de sonido.


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