El programa es irregular pero de interés, brillando el hermoso y emotivo Stabat Mater, RV 621. Se incluyen asimismo los motetes Clara stellae scintillate, RV 625, Filiae maestae Jerusalem, RV 638 y Longe mala, umbrae, terrores, RV 629, este último todo un descubrimiento. Completan el disco el “Domine Deus” del Gloria RV 589, el Salve Regina RV 618 y, como pieza puramente instrumental, el Concierto para cuerdas RV 120. No está mal.
Jaroussky luce sus mejores cualidades. La voz es de una calidad tímbrica extraordinaria y suena con una homogeneidad asombrosa, si bien es cierto que aquí no tiene que moverse mucho en el grave; el centro ofrece enorme suavidad y el agudo refulge con un brillo dorado cautivador. Asombran la capacidad del artista para regular el sonido –magníficos efectos de eco propios de este repertorio–, y muy especialmente su técnica para moderar o intensificar el vibrato, consiguiendo de este modo admirables efectos expresivos. En las agilidades, curiosamente, es donde menos llega a impresionar. En cualquier caso, el contratenor francés conoce muy bien este universo al que ahora ha vuelto discográficamente y es capaz de ofrecer, con musicalidad exquisita, esa particular sensualidad espiritual (o al revés en este caso: espiritualidad sensual) que demanda Vivaldi, incluyendo esas especialísimas languideces que con otros artistas derivan en la blandura o el amaneramiento.
Tentaciones estas últimas que también afectan a la escritura instrumental vivaldiana, tantas veces maltratada tanto por instrumentos originales como por instrumentos modernos, que la cursilería y el rebuscamiento no conocen fronteras. Por fortuna nada de eso ocurre aquí: el Ensemble Artaserse funciona bien dentro de su relativa sobriedad y dialoga de manera muy apropiada, aunque sin especial inspiración, con la voz de su fundador y, supongo, director tanto artístico como musical. Buen disco.
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