lunes, 30 de marzo de 2015

Barroco alemán para el Sábado de Pasión

La Semana Santa de Sevilla y Jerez son para mí la cita (¿cultural, religiosa, lúdica, emotiva?) más importante del año, y como quiera que suelo pasar el Domingo de Ramos –completo o en parte– en la ciudad de la Giralda, adelanté mi estancia al Sábado de Pasión para asistir a los dos conciertos que clausuraban el Festival de Música Antigua en su trigésimo segunda edición; el primero a la una del mediodía en la Sala Joaquín Turina y el segundo a las ocho y media en el Teatro de la Maestranza, en ambos casos con el barroco alemán como protagonista. Los dos me gustaron, pero ninguno de ellos me dejó honda huella. Por motivos distintos.

Lina Tur Bonet

Lo confieso: las sonatas a trío para violín, viola da gamba y continuo alemanas del último tercio del siglo XVII me interesan bastante menos que, pongamos por caso, la música de cámara de Brahms o los cuartetos de Bartók. Me agrada, me entretiene y por momentos me engancha, pero cuando termina me deja cierto vacío en mi interior. Claro que hay que matizar, porque me parecieron más sugestivas las tres sonatas de Buxtehude –una de ellas solo para gamba y continuo– que la de Krieger, la de Becker y la de Erlebach.

Las interpretaciones del conjunto Hispalensis Armonioso me parecieron irreprochables. Lina Tur Bonet –nunca la había escuchado– y Rami Alqhai demostraron pleno dominio técnico del violín barroco y la viola da gamba respectivamente – sonidos robustos, nada ratoneros– , también un perfecto estilo barroco con todos sus diferentes recursos, pero además evidenciaron un fino olfato a la hora de hacer que lo alemán sonase precisamente eso, alemán, con toda su densidad y severidad, sin que ello supusiese rigidez, pesadez o falta de la gracia, la elegancia y la brillantez que también anida en estas músicas. El muy veterano Juan Carlos Rivera a la tiorba y el bastante más joven Alejandro Casal al clave y al órgano hicieron excelente música de cámara al mantenerse en una sobria discreción en el continuo sin que ello supusiese, antes al contrario, escasez de imaginación o de matices. Público escaso –en buena medida amigo de los intérpretes, sospecho– y muy entregado para un concierto de incuestionable alto nivel, pero en exceso didáctico sobre un periodo y un género muy concretos: podía haber ganado en lo expresivo con un repertorio más variado.

En el concierto de por la noche no hay reparos que poner en lo que a la música se refiere: la Pasión según San Juan de J. S. Bach, menos profunda y humanística pero más inmediata y quizá más atrevida que su compañera –Rattle dice que el coro inicial le recuerda a Stravinsky– es una obra maestra absoluta. Si tampoco salí entusiasmado fue por la interpretación.

Cada día que pasa Philippe Herreweghe me parece más sobrevalorado. No voy a insistir en ello, últimamente ya he escrito sobre el tema. Solo diré que su visión de la BWV 245 –versión de 1724– me sigue pareciendo muy hermosa en lo sonoro, particularmente bella por la asombrosa calidad del coro del Collegium Vocale de Gante; que se encuentra fraseada con fina sensibilidad, amplitud cantable y perfecto equilibrio entre ligereza y densidad –y no solo por la moderación numérica de las fuerzas congregadas–; que desprende un cálido recogimiento espiritual no exento de una sensualidad muy atractiva; pero también que las aristas están en exceso pulidas, que la brillantez y la teatralidad (¿pensaría el belga en el mojigato público de Leipzig que tantos problemas diera al Cantor?) brillan por su ausencia, que las tensiones internas se encuentran algo relajadas, que los claroscuros son escasos… Algunos melómanos siguen enjuiciando las interpretaciones de este repertorio en función del número de integrantes, de si los instrumentos son o no originales o del presunto rigor histórico, pero a mí me parece que lo que Herreweghe hace con esta obra está mucho más cerca de Simon Rattle que del más radicalmente historicista pero también mucho más áspero, dramático y contrastado John Butt, por citar versiones que he escuchado hace poco. Por eso mismo, y aun gustándome mucho su dirección, no me acaba de emocionar.

La cuestión es menos subjetiva en lo que a los solistas vocales de la interpretación sevillana se refiere: yo estaba en la fila tres del patio de butacas y a los encargados de las arias, ciertamente no situados en la embocadura del escenario sino detrás de la orquesta, se les oía regular. Ya se sabe, voces todo lo históricamente informadas que se quiera y lo suficientemente flexibles como para integrarse en el coro cuando les correspondía, pero de escasa proyección en una sala grande, además de tímbricamente anodinas y un tanto planas en lo expresivo. A destacar, en cualquier caso, la fina sensibilidad del contratenor Damien Guillon por encima de la soprano Grace Davidson, el tenor Zachary Wilder –sustitución a última hora– y el ya casi mítico bajo Peter Kooy, un señor que a mí nunca me ha entusiasmado y que ya anda vocalmente tocado. Sólido el Jesús de Tobias Berndt –otra sustitución– y, éste sí, magnífico el Evangelista de Thomas Hobbs, aunque la comparación con lo que hace Mark Padmore en esta parte resulta inevitable.

Dos pegas organizativas. Primera: ¿por qué no se colocan sobretítulos en una obra en la que el texto es tan fundamental? Segunda: ¿por qué la máquina de recogida de entradas en el Maestranza no funciona para este concierto? Al introducir la tarjeta me apareció aquello de “no tiene entradas pendientes que recoger”, así que tuve que ponerme en la cola cuando el espectáculo estaba a punto de comenzar. Me pasó a mí, le pasó a mi acompañante y le pasó a los dos matrimonios que venían detrás de nosotros. En la taquilla nos contestaron que era así porque el evento pertenecía al Femás y no a la programación del Maestranza, pero lo cierto es que tanto unas entradas como las otras se compran a través de GeneralTickets. Tome nota la organización.

Ah, apenas tosedores esta vez en el Maestranza. Me decía un amigo que estaban todos a esa hora en el Miserere de Eslava en la Catedral. ¿Sería verdad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Curiosa la comparación de su visión del Herreweghe maduro con la que hace en la red Pedro González Mira. Una muestra más de lo subjetivo que es el mundo de la crítica. Yo estuve en el concierto de Herreweghe ayer en Madrid y disfruté mucho aunque no salí entusiasmado. Quizá, le pueda interesar el libro que ha escrito Gardiner sobre Bach, volcándose sobre todo en su música vocal. En particular, le dedica un estudio muy profundo a la Pasión según San Juan. Según tengo entendido lo va a publicar en castellano El Acantilado.
LV

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