Indignación, porque la velada resultó musicalmente –al menos en los dos primeros actos– poco soportable para un servidor, que tiene este título de Puccini como una de sus cinco o seis óperas favoritas. Tristeza, porque una de las dos responsables del fiasco fue una artista a la que, desde que la escuché en este mismo teatro ofreciendo una conmovedora Violetta, he admirado muchísimo en su calidad de cantante-actriz, o más bien actriz-cantante: Ángeles Blancas Gulín, debutando el rol de soprano por antonomasia. Pero a Floria Tosca no vale con actuarla bien –la madrileña ofreció en este sentido momentos electrizantes–, sino que también hay que cantarla. Y cantarla con un instrumento adecuado. A estas alturas, imposible: la edad pasa factura, y cantar papeles como Salomé –la hizo en Mérida este verano–, también.
Muy por debajo de ella –Marco Vratogna es Ramey a su lado, háganse una idea– estuvo Alberto Mastromarino. La megafonía anunciaba antes de levantarse el telón “una ligera afección de garganta, a pesar de lo cual actuará esta noche”. Pues habrá que pensar eso, que el problema era una enfermedad, porque si no habría que decir que el barítono italiano no tiene ni voz ni técnica adecuadas para el personaje. Ni sensibilidad, pero eso nada tiene que ver con los virus. Alguien dirá que no debería escribir de forma tan tajante, que ya bastante tiene este hombre con salir ahí arriba enfermo y lidiar con un papel como Scarpia. Es posible, pero también resulta muy duro pagar 65 euros para tener que revolverme en mi asiento cada vez que este señor abre la boca.
El tenor era Jorge de León, al que yo ya había escuchado como Cavaradossi en Valencia. A lo entonces escrito me remito. En Jerez comenzó regular: ya se sabe lo que pasa con “Recondita armonia”, que hay cantarla sin calentar la voz y casi nunca sale bien en directo. En el segundo acto sus “Vittoria” no fueron tan impresionantes como los de Les Arts. En el tercero, como en la ciudad del Turia, estuvo vocalmente soberbio, prodigioso, aunque siempre en su línea más brillante y de cara a la galería que matizada en las dinámicas. Que tuviera que cantar todo él tumbado en en suelo, literalmente, añade admiración por su hazaña.
Francamente bien el Angelotti de Alberto Feria, irreprochable el sacristán de Enric Martínez-Castignani, correcto el Spoletta de José Canales y muy atendible el pastorcillo –en esta producción, prisionera judía– de Leonor Bonilla.
Mediocre la Escolanía los Trovadores, y muy molesta la intervención del Coro del Villamarta, pero no porque sus miembros cantaran especialmente mal, que no lo hicieron, sino por una decisión expresiva que no sé si se debía a la batuta del foso o más bien al nuevo director de la agrupación, Joan Cabero: el “Te Deum” debe sonar al mismo tiempo grandioso, solemne y opresivo, pero aquí se decidió recortar las notas y hacerlas “escupir” con una agresividad a la que no le encuentro sentido. Como además el coro estaba ubicado no en el foro sino en la galería derecha de los antiguos palcos, sonó con mucho más volumen del que le corresponde, con resultados deplorables.
Frente a la discreta Filarmónica de Málaga se encontraba Carlos Aragón, antiguo repetidor del teatro. Esperarán ustedes que cargue ahora contra él. Pues no: dirigió de manera francamente satisfactoria, mucho mejor que, por ejemplo, ese Omer Wellber que hoy es ya solo un oscuro recuerdo en Les Arts. La del músico gaditano fue una interpretación con mucha vida, rica en colorido, dotada de garra y de sentido dramático, fluida y sensible, además de muy sólida en cuestiones técnicas como el equilibrio planos sonoros, que fue de menos a más y consiguió –”Vissi d'arte”, final del segundo acto, la mayor parte del tercero– momentos de mucha calidad.
Cierto es que hubo momentos en los que la batuta se precipitó y se produjo barullo; se echó de menos un mayor trabajo con la gama dinámica, cosa que se podía haber conseguido con más horas de ensayo; también es verdad que hubiera sido necesaria mayor concentración a la hora de paladear melodías con ese preciosismo pucciniano tan difícil de conseguir. Sin embargo, pese a todos los reparos expuestos , la lectura de Aragón estuvo por encima de la “rutina de foso” que tanto hemos sufrido en este teatro con maestros que aburren a las ovejas. Creo, en definitiva, que podríamos encontrarnos ante un gran director de ópera que aún necesita tiempo y práctica para perfilar sus posibilidades. Estoy deseando escucharle en otro título, y con una orquesta con la que no haya que estar tan pendiente de hacerla sonar bien y, por ende, con la que se pueda centrar en ofrecer matices expresivos.
La producción ya ha rodado por muchos sitios: es la que hizo Giancarlo del Monaco para Tenerife. A este señor le he visto cosas magníficas y cosas mediocres. Esta Tosca, que parte de la idea de ubicar la acción en la invasión nazi de Italia pero a la postre se muestra bastante sensata, se sitúa en un digno término medio. El primer acto, aunque llame la atención la fogosidad sexual de la protagonista –cosa más de la Blancas que de la regie, sospecho– no llama la atención en ningún sentido: todo es correcto y convencional en grado sumo, y siempre lastrado por las limitaciones presupuestarias que impiden cualquier atisbo de espectacularidad.
El segundo, en tonos grises –escenografía de Daniele Bianco, vestuario de Jesús Ruiz– que remiten voluntariamente al mundo cinematográfico, tiene como principal problema la definición de Scarpia: aquí es un alto cargo nazi rudo y monolítico, cuando en realidad debería ser elegante y refinado en el peor de los sentidos. La dirección de actores dista de convencer, desaprovechando todas las posibilidades de interactuación física entre la diva y el retorcido barón. Eso sí, muy adecuado y muy morboso en momento en el que Tosca se pone la gorra nazi y deja casi por completo al descubierto su seno derecho –imposible no acordarse de Portero de noche– antes de apuñalar (repetidamente: otro acierto) a su torturador.
El tercer acto transcurre en un espacio azulejado muy sucio –recuerda a los urinarios de la película Saw– donde Cavaradossi, en paños mejores y terriblemente ensangrentado, es dejado caer de mala manera; el dolor físico y psicológico de este personaje nunca se había visto tan bien reflejado, ya que la mayoría de los registas se decantan por aquí por el melodrama más que por la sordidez. La ejecución se realiza de un solo tiro y Floria termina volándose la cabeza. En esta última media hora, como digo, Jorge de León –mucho mejor dirigido y menos divo que en la producción de Valencia– estuvo espléndido en lo vocal, y como Scarpia estaba ya fuera, se consiguieron momentos de gran calibre, pero insisto en que yo salí frustrado: con una soprano flojísima en lo vocal y un barítono peor que eso, era imposible disfrutar de la maravillosa música pucciniana.
PD. La fotografía no corresponde a Jerez. Con la Blancas es mucho más morboso.
PS. En un primer momento confundí los nombres de Castignani y Mastromarino. El error ya está corregido. Mil perdones.
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