sábado, 14 de febrero de 2015

La ROSS con Andrés Salado: clasicismo del bueno

Sinfonía clásica de Prokofiev, Concierto para trompeta de Joseph Haydn, Sinfonía nº 94 “La sorpresa” del mismo autor y obertura de La Gazza ladra, de Rossini. Este precioso programa lo tenía que haber dirigido Maurizio Benini, que anda encargándose de Norma en el mismo Teatro de la Maestranza, pero el veterano maestro alegó cansancio y fue sustituido por Andrés Salado (Madrid, 1983), titular de la Joven Orquesta de Extremadura y para mí un absoluto desconocido. Perdí el interés. Pero hete aquí que un amigo me ofreció una entrada de abono que le sobraba para la noche de ayer viernes –repetición del concierto del jueves– y me animé a acudir, a ver si los resultados compensaba el gasto en gasolina y autopista. Hice bien: ¡menudo talento el de este chico! Al menos, para el citado repertorio.

Andres Salado

Hacía muchos años, posiblemente desde el recordado Così de Klaus Weise, que no se escuchaba a la Sinfónica de Sevilla un clasicismo tan bueno. Y no me refiero a la cuestión técnica –la ROSS sigue teniendo obvias limitaciones en este campo que exige una limpieza de ejecución extrema–, sino a la interpretación, que es una cosa directamente relacionada con la anterior pero en el fondo muy distinta.

Salado tiene claro que abordar con propiedad este repertorio –y el que le rinde homenaje, caso de la página de Prokofiev– no consiste en ser lo más ligero y grácil que se pueda; que transparencia no significa volatilidad, que equilibrio no implica ausencia de expresión, que elegancia no implica ausencia de contrastes y que coquetería no lleva al amaneramiento. Vamos, que el joven maestro madrileño se mueve contracorriente de todos esos maestros que, con instrumentos originales o sin ellos, se dedican a frasear a saltitos, a borrar todo rastro de expresión (¡pathos significa romanticismo, qué horror!) y a convertir a los pobres Haydn y Mozart en cajitas de música o en hilo musical de ascensor.

En cualquier caso, hay que matizar. Lo menos bueno de la velada fue la Sinfonía clásica, aun así bastante notable en los dos primeros movimientos: nada de echarse a correr, ni de acentuar los contrastes, ni de epatar con la percusión ni de buscar la ligereza mal entendida, como hacen tantos otros directores (intenté explicarlo en mi discografía comparada). Andrés Salado construyó el Allegro inicial con amplitud y mucho equilibrio tanto sonoro como expresivo, para en el Larghetto buscar la cantabilidad y ese lirismo melancólico que, por debajo de la picardía, supieron hacernos ver –salvando las distancias– un Giulini o un Celibidache. La Gavotta fue correctísima, pero en el Finale el maestro sucumbió a la tentación de la velocidad (sí, ya sé que es Molto vivace) y pasó de largo ante la mezcla de dinamismo, luminosidad, humor delicioso y soterrada mala leche que anida en los pentagramas. La orquesta, muy reducida para la ocasión, evidenció en esta página sus limitaciones más que en resto del programa: se hubieran bienvenido, por parte de los músicos pero también de la batuta, una dosis mayor de virtuosismo y de depuración sonora. Y no me refiero solo a la cuerda.

El Concierto para trompeta de Haydn estuvo muy bien dirigido: noble, cálido y con ese sentido del humor algo socarrón que emparenta esta obra con la de Prokofiev. De nuevo aquí la orquesta se quedó algo corta, aunque encontré a las dos trompetas más ajustadas que en la página anterior. Precisamente de los atriles de la propia ROSS salía el solista para la ocasión, José Forte, que a despecho de alguna nota falsa sin importancia y de cierta incomodidad en los pasajes más virtuosísticos del primer movimiento, hizo gala de una muy apreciable musicalidad, sintonizó a la perfección con la batuta y empastó bien con el resto de sus compañeros.

Si la primera parte del programa fue globalmente muy buena, la segunda resultó espléndida. La Sinfonía nº 94 del autor de Las estaciones me pareció modélica: sonó con músculo, con densidad bien entendida, con empuje y con brío, con contrastes tanto sonoros como expresivos, también con el adecuado sentido del humor rústico propio del autor, pero sin que nada de eso supusiera renunciar a la elegancia, a la fluidez, a la trasparencia, al equilibrio de planos sonoros ni a la agilidad aquí indispensables. Me recordó este Haydn –casi se me escapa una lágrima, oigan– al que en otros tiempos hacía Colin Davis o Sir Georg Solti y hoy anda poco menos que anatemizado por los talibanes de las cuerdas de tripa. Una verdadera delicia.

No menos admirable la interpretación de la obertura rossiniana. Qué alegría escuchar un Rossini planteado así, robusto y atrevido antes que delicioso y pimpante, pero sin perder la chispa, la picardía y la luminosidad mediterránea. Todo ello, además, obteniendo un muy digno rendimiento de la orquesta –aquí ya bastante crecidita en plantilla–, haciendo que la música fluyera con enorme lógica y sin entregarse al numerito de circo en los crescendos.

Una cosa más, a nivel personal. Llegué a Sevilla, por motivos que no hacen al caso, bastante molesto y abatido, pero salí del Maestranza con unas tremendas ganas de vivir. Es lo que tienen estas músicas maravillosas de Haydn y Rossini: si les la interpreta a plena satisfacción, son la mejor medicina para el espíritu.

1 comentario:

AGUSTIN dijo...

El programa era excelente:
La clásica de Prokofiev, obra inspirada a más no poder, el concierto para trompeta y una sinfonía de Londres del maestro del clasicismo Haydn y una obertura de las de Rossini, que son una maravilla (recomiendo su escucha).
De entrada, atreverse con un repertorio conocido ya es un mérito, porque se presta a las comparaciones que a muchos no les gustan, pues son odiosas.
Seguro que mereció la pena por la belleza de las obras.
Saludos.

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