miércoles, 2 de julio de 2014

Barenboim celebra junto a Rattle sus 50 años con la Filarmónica de Berlín

Le gusta a Sir Simon Rattle el experimento de tocar sin solución de continuidad dos obras diferentes. Que yo sepa, con la Filarmónica de Berlín lo ha hecho al menos con dos parejas: Atmósferas de Ligeti seguida del preludio de Lohengrin y la Sexta Sinfonía de Sibelius prolongada por la Séptima del mismo autor. Pues bien, en el concierto del pasado 18 de junio ha probado a unir La pregunta sin respuesta con la Metamorfosis de Richard Strauss. Funcionó de maravilla: la página de Ives se interpretó con la Philharmonie casi completamente a oscuras, con la trompeta ubicada al fondo de la sala, las flautas en el lateral izquierdo y la cuerda en el rincón derecho arriba del todo; inmediatamente, el conjunto de veintitrés instrumentos de cuerda situado en el escenario desarrolló la página del autor de El caballero de la rosa haciéndola sonar como respuesta a la inquietante pregunta planteada por el compositor norteamericano.

¿Y la interpretación? Perfecta la de Ives, por descontado. En cuanto al acongojante testamento de Strauss, Rattle comenzó ofreciendo una recreación sobria, desolada, en absoluto sentimental, encajando así a la perfección con la obra que la precede, y progresivamente fue subiendo la temperatura hasta alcanzar clímax no especialmente visionarios pero sí muy intensos, siempre dentro de una visión objetiva y despojada de todo artificio. Quizá le faltara, por su parte, un punto de magia sonora, pero ese ingrediente lo puso la soberbia cuerda de la Berliner Philharmoniker, que en este repertorio se siente más ella misma que en ningún otro.

Barenboim 50 años Berlin Rattle

Claro que el plato fuerte de la velada –por eso estarán ustedes leyendo estas líneas– era la celebración de los cincuenta años (¡ahí es nada!) de colaboración entre Daniel Barenboim y la Filarmónica de Berlín. En los atriles, la misma obra que el de Buenos Aires y Ratte interpretaron en Atenas hace diez años en la cita anual del 1 de mayo: el Concierto para piano nº 1 de Brahms. Fue aquella una sesión memorable, porque a la sabiduría que Barenboim había acumulado en esta obra junto a señores como  Barbirolli, Kubelik, Mehta y Celibidache (incluso Böhm, me apunta Ángel Carrascosa) se unía la sorprendente inspiración de un Rattle escarpadísimo, hiperdramático y visceral.

No he podido volver a escuchar aquella interpretación, que tengo comentada en este blog, pero lo cierto es que ésta a cargo de los mismos intérpretes me ha decepcionado en comparación con el recuerdo que guardo de aquella, sobre todo en lo que a Sir Simon se refiere: por descontado que el enfoque del primer movimiento continua siendo escarpado, y que en el segundo sigue resultando antes amargo que contemplativo, pero no encuentro la garra de hace ahora una década, y sí cierta complacencia en la increíble belleza sonora de la orquesta. Vamos, algo parecido a lo que ocurre en su integral de sinfonías brahmsianas también comentada por aquí. En cualquier caso, lo que hacen los maestros berlineses no es precisamente para desdeñarlo: ¡qué manera tienen las maderas de dialogar con el piano!

¿Y Barenboim? De dedos muy bien gracias, mal que le pese a algunos (a algunos críticos españoles, por más señas). En cuanto a lo interpretativo, vuelve a exhibir un sonido perfecto para el autor, a frasear con enorme riqueza de matices y a saber conjugar drama y lirismo en una recreación tan hermosa como sincera y comunicativa. Ahora bien, no se produce aquí el milagro del Primero de Tchaikovsky junto a Zubin Mehta, en el que le daba una vuelta de tuerca más a lo ya ofrecido en la interpretación del concierto del ruso en ocasiones anteriores. No: Barenboim ya ha dicho su última palabra en esta pieza, e incluso puede que lo haga ahora con un grado ligeramente menor de fuerza expresiva en los pasajes más dramáticos. Por eso mismo, preferible escucharle junto a batutas más inspiradas: la de Celibidache con la Filarmónica de Múnich y, por descontado, la que hizo con el mismo Rattle en Atenas. Estas dos más la de Gilels con Jochum (precisamente con la Filarmónica de Berlín), y quizá también la que Barenboim hizo en su juventud junto a Barbirolli, son mis grabaciones favoritas de la genial página brahmsiana.

Ah, la velada berlinesa, que se retransmitió no solo en la Digital Concert Hall sino también en numerosas salas de cine, tuvo como epílogo una interpretación sublime del Nocturno op. 27 nº 2 de Chopin: Barenboim en la cumbre de su inspiración, paladeando las melodías con la más absoluta concentración, fraseando con los más ricos matices posibles, acumulando tensiones de la manera más natural hasta alcanzar un clímax ardiente y sabiendo ser creativo siempre al servicio del compositor (¡ay, Pogorelich!), no de su propio ego. Este último, en cualquier caso, se vio recompensado con larguísimos aplausos en solitario –orquesta y director ya fuera del escenario–, con todo el público de la Philharmonie en pie.


PD (21.VII, 2015). Vuelta a escuchar la Metamorfosis, ahora sí que encuentro el arranque un punto más sentimental de la cuenta, incluso plañidero.  ¡Cómo puede variar la percepción que uno tiene de la música! Por lo demás, me siguen pareciendo admirables la plasticidad del tratamiento de la cuerda, la manera de regular las dinámicas y cómo ascienden las tensiones hacia los clímax, aunque la interpretación sea, por descontado, más voluptuosa que expresionista.

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