lunes, 30 de junio de 2014

El último Schubert sinfónico de Giulini

He conseguido por fin un disco del que llevaba detrás desde hace años: Sinfonías nº 4 “Trágica” y nº 7 u 8 –según ustedes prefieran– “Incompleta” de Franz Schubert, en interpretaciones registradas por Carlo Maria Giulini y la orquesta Sinfónica de la Radio Bávara para el sello Sony en febrero de 1993 y abril de 1995 respectivamente. Es decir, el último Schubert sinfónico grabado por el maestro italiano, y precisamente de páginas de las que en 1978 había realizado sendas portentosas recreaciones para Deutsche Grammophon frente a la Sinfónica de Chicago. La comparación resulta inevitable.

Schubert sinfonias Giulini Sony

El enfoque de la Sinfonía nº 4 sigue siendo el mismo de su grabación anterior, es decir, tener muy presente el subtítulo de la pieza, que ha de sonar precisamente eso, trágica ante todo, pero sabiendo alcanzar ese carácter a través de un envoltorio formal de enorme belleza y perfecto equilibrio. La tragedia no debe afectar este espíritu clásico, apolíneo si se quiere, aunque tampoco debe haber lugar para la trivialidad, la delectación sonora o el preciosismo.

Ahora bien, la evolución del maestro a lo largo de estos años se nota con claridad, tanto en los tempi, siempre más lentos con la excepción del Menuetto –ligeramente más veloz–, como en un concepto menos riguroso, menos dramático, con más espacio para el lirismo humanista típicamente giuliniano. Así las cosas, el desarrollo de los movimientos resulta un tanto irregular, defraudando el Adagio Molto de la introducción, ahora más rápido y bastante menos concentrado, para pasar a un Allegro Vivace que resulta considerablemente más lento que el anterior y no posee tanta garra; incluso en lo sonoro resulta más masivo de la cuenta, y eso que la Sinfónica de Chicago era aún más poderosa que la orquesta muniquesa. Hasta aquí, la interpretación anterior era preferible.

En el segundo movimiento de la Trágica, por el contrario, salimos ganando: ahora sí aparecen, combinados con el amargor aquí imprescindible, esa emotividad, esa luz cálida y esa sensualidad que en 1978 se echaban algo en falta, si bien hay quien puede preferir los acentos incisivos y rebeldes de la interpretación registrada para DG. El Menuetto ha ganado algo en encanto, y quizá también resulta preferible en esta grabación de Sony. El Allegro final resulta ahora más flexible, más atento a la atmósfera y a la cantabilidad, pero en esta ocasión preferimos la interpretación de Chicago por el carácter apremiante, nervioso en el buen sentido y lleno de tragedia que entonces se conseguía (¡milagrosamente!) sin la más mínima pérdida del equilibrio formal y de la belleza sonora.

En cuanto a la Incompleta, la interpretación de Chicago conseguía un portentoso equilibrio entre lo apolíneo y lo trágico, esto es, entre la belleza sonora, el lirismo cantable y la efusividad humanista por un lado, y la garra dramática y la hondura reflexiva por otro. En esta nueva interpretación ese equilibrio se rompe ligeramente en favor de los aspectos más líricos de la obra. Esto no significa que el maestro baje la guardia; el amargor que desprende su interpretación sigue siendo evidente y los clímax alcanzan, mediante una muy sutil gradación de tensiones, una fuerza impresionante.

Pero sí es cierto que aquí hay una dosis mayor de misterio, de sensualidad, digamos que de “ternura schubertiana”, haciendo el maestro de Barletta cantar a la orquesta bávara con ese legato que solo él sabe conseguir. En este sentido, esta es la típica recreación (Giulini estaba a punto de cumplir setenta y nueve) “de anciano director”: trascendida y altamente desmaterializada, dicha desde más allá del bien y del mal, aportando una mirada sobre el ser humano que recopila todas las experiencias de una vida y las sintetiza convirtiendo el acto interpretativo en una reflexión filosófica a través de la belleza.

La orquesta está espléndida, siempre trabajada con claridad pero con ese empaste central típico de Giulini; los solistas, musicales a más no poder. En cuanto a la toma de sonido de las interpretaciones muniquesas, fue realizada en sendos conciertos ofrecidos en la Herkules-Saal con resultados francamente satisfactorios, pero la realizada aún en tiempos analógicos por los ingenieros de DG en 1978 eran aún superiores.

¿Conclusión? Las interpretaciones con la Sinfónica de Chicago son absolutamente imprescindibles para cualquier melómano, mientras que las de este disco registrado en Múnich son “solo” para admiradores de Giulini... que somos miles. Lo acaba de reeditar Sony Classical en una caja de veintidós compactos. Dicho queda.

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