viernes, 17 de enero de 2014

Mal rato en las taquillas del Maestranza

Este fin de semana he venido a mi tierra con motivo de la actuación de Barenboim y la WEDO este domingo. Aprovechando el largo viaje –seis horas desde mi localidad actual de residencia en la frontera de Jaén con Albacete–, paré en Sevilla para asistir a un programa de abono de la Sinfónica atraído por la presencia de la violinista Leticia Moreno, que tan excelente impresión me había causado hace años en Madrid, y por el retorno al podio de György Rath, uno de los primerísimos maestros que se pusieron al frente de la formación en aquella época de estudiante en la que no me perdía ni uno de sus conciertos. Las cosas se torcieron: entré en la ciudad a las ocho, pero el tráfico estaba imposible y tardé casi media hora en llegar a las inmediaciones del Maestranza. Aparqué en el subterráneo más cercano y literalmente corrí hacia la taquilla.

Las 20:32 eran cuando, físicamente agotado, me asomé a la ventanilla pidiendo una entrada. La taquillera me respondió que no, que el concierto ya había empezado. "¿Pero la música está ya sonando?", pregunté. "Sí, hace ya varios minutos", contestó la taquillera mientras se levantaba de su asiento en un claro ademán de "estamos cerrando el chiringuito". Como no me fiaba (¿varios minutos, si en el Maestranza suele haber un pequeño margen para los que llegan con el tiempo justo?) me fui a la entrada principal. Efectivamente, el portero me aseguró que el concierto NO había comenzado, pero que él –obviamente– no podía dejarme pasar. Volví como una bala a la taquilla: las persianas estaban ya bajadas. ¿Imaginan mi sensación de rabia e impotencia? Después de horas de conducción, de la tensión cruzando Sevilla, de la carrera hacia el teatro... me quedo sin entrada porque la taquillera me largó una trola.

Como soy de los que piensan que las cosas solo mejoran si se llama la atención, me fui a pedir la hoja de reclamaciones. Soy consciente de que tal vez la taquillera estaba cumpliendo su horario en plan funcionarial, pero entiendo que en cualquier espectáculo suele haber un margen de venta para permitir que los espectadores se incorporen a última hora, ¡sobre todo si la función no ha comenzado aún! Debo añadir que, a la vista de las circunstancia, la señora Directora de Relaciones Externas de la orquesta me ofreció quedarme en el concierto; yo decliné rotundamente la invitación, por diferentes razones.

Después de una hora y cuarto perdida en Sevilla, reanudé la carretera a Jerez (terrorífica la lluvia, por cierto) pensando en la obertura de Las Hébridas que abría el programa –una de mis obras favoritas del repertorio– y sin ninguna gana de volver a saber nada de la ROSS.


Moraleja: si a ustedes les pasa lo mismo que a mí, no crean a la taquillera y exíjanle que les vendan una entrada. ¡Que no les den con la persiana en las narices!

4 comentarios:

FERITO dijo...

LLEVAS RAZÓN

Agustín dijo...

Una pregunta ¿el sueldo de la taquillera se paga con dinero público o es un organismo privado?

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Maestranza y ROSS se financian fundamentalmente con dinero público, aunque hay importantes aportaciones privadas.

Pablo dijo...

A mí lo que me mosquearía de la situación que describes no es tanto lo de no entrar sino la tomadura de pelo de la de la taquilla al decirte que el concierto había empezado "hace varios minutos".

Si el horario de trabajo de la taquillera terminaba a las 20:30 y llegaste dos minutos tarde, no habría más que hablar. Podemos pensar que la mujer fue buena, mala malísima o lo que queramos, pero había terminado ya su trabajo y no hay que darle más vueltas. Lo que ya no es aceptable es el engaño, y más aún cuando es tan innecesario.

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