Para empezar, el controvertido Peter Sellars logra sortear el problema de todas las semi-óperas de Purcell –esto es, cómo demonios darle sentido dramático a esta música fuera de su contexto– tomando como hilo conductor textos extraídos de la novela La niña blanca y los pájaros sin pie de la escritora nicaragüense Rosario Aguilar –muy hermosos, pese a estar traducidos a la lengua de Shakespeare– y añadiendo una enorme cantidad de música adicional del propio Purcell cuya letra encaje en el nuevo discurso teatral. Así, además de la hora larga de la música pensada para ser interpolada dentro de la obra teatral de John Dryden, escuchamos una larga lista de páginas de danza, música incidental, anthems, arias y canciones (incluidas O solitude, Sweeter than roses y Music for a while) a cual más absolutamente sobrecogedora, formando un discurso teatral que nada tiene que ver con la obra del citado Dryden pero que se sostiene por sí mismo. Es verdad que teatralmente fue más largo de la cuenta, que debiesen haber recortado algo, pero es que uno se derrite escuchando esta música y no quiere que acabe nunca…
Escénicamente el trabajo es muy de Sellars, incluido ese juego de mímica que ya hemos visto en otras ocasiones. Aun con algunos detalles poco convincentes, funciona francamente bien en el diálogo con la música y se obtiene un partido teatral extraordinario de unos cantantes que si canoramente sufrieron altibajos, supieron comportarse como actores profesionales. Atractiva también la manera de combinar los pentagramas con numerosos pasajes hablados a cargo de la actriz puertorriqueña Maritxell Carrero –irreprochable– y con las coreografías de Christopher Williams, aunque estas podían haber estado más conseguidas. Los cuadros del artista plástico Gronk, cuya participación –al contrario que la de Lawrence-King– ha sido muy cacareada, me parecieron algo desiguales, más interesantes los abstractos que los figurativos, pero funcionaron con corrección sustituyendo con sus subidas y bajadas a una escenografía propiamente dicha; ganaron bastante con la sutil iluminación a cargo de James F. Ingalls.
¿Discurso feminista y antibelicista el del director norteamericano? Desde luego. ¿Antiespañol? Obviamente no: si Sellars hubiera querido que así fuera, hubiera vestido a los soldados a la manera del siglo XVI y no a la de la segunda mitad del XX. ¿Antirreligioso? Más bien lo contrario, aunque se critique el uso de la violencia en nombre de lo que una nación que domina por la fuerza a otras considera “religión verdadera”. Lo que sí está claro es que es un discurso lleno de interrogantes que no habla tanto del choque entre civilizaciones como del fracaso del ser humano a nivel colectivo y también a nivel individual a la hora de relacionarse con los otros, hasta concluir con tristeza –últimos versos de The Indian Queen musicados por Purcell, pues la partitura quedó incompleta– que “there's nothing, no, nothing to be trusted here below”.
La interpretación musical resultó fascinante, tanto por la ya referida dirección del continuo a cargo de Lawrence-King como por la presencia en el foso de un Teodor Currentzis (entrevista) creativo a más no poder y dispuesto a romper moldes con unos tempi maravillosamente lentos desarrollados con una concentración a prueba de bombas, tremendas pausas pensadas en función de la dramaturgia y una exquisita sensibilidad a la hora de poner en sonidos la intensísima melancolía que desprenden los pentagramas. Por su fuera poco, hubo –en obvia connivencia con Sellars– más de una provocación, como los fragmentos de “música electrónica” elaborada con instrumentos originales (!) o el momento en el que los cantantes se arrancaron en plan medievalizante (!!). Absolutamente sublimes, prodigiosas e incomparables las intervenciones del Coro de la Ópera de Perm, muy particularmente en los anthems. Adiestrados de modo asombroso por su director Vitaly Polonsky, sus miembros respondieron con insólita perfección a los imposibles reguladores exigidos por Currentzis (¡de ciencia-ficción los pianísimos!) y cantaron con una intensidad expresiva acongojante al tiempo que se las ingeniaban para superar las tremendas exigencias escénicas de un Sellars que no dudó a la hora de hacerles cantar uno de los números tumbados en el suelo.
Los solistas, ya lo dije antes, cumplieron más que convencieron: solventes Julia Bullock y Nadine Koutcher, muy bien Christophe Dumaux (estupendo en Music for a while), discretos Markus Brutscher, Noah Stewart y Luthando Qave, y desagradable por su molestísimo timbre el contratenor Vince Yi. Todos ellos, en cualquier caso, cantaron muy en estilo y con un gusto exquisito, fruto sin duda de un minucioso trabajo junto a Currentzis. Con voces de más fustes el espectáculo hubiera sido prácticamente redondo, pero aun así el éxito, como dije arriba, fue apoteósico. ¡Cómo se nota en las representaciones de fin de semana que hay una gran cantidad de público que viene de fuera sabiendo qué es lo que se va a encontrar por delante! Sellars, que salió a recibir los aplausos, parecía radiante.
Esa función del día 15 fue filmada, y al parecer también lo será la de mañana martes 19 para su próxima edición en DVD. Mi impresión es que cuando salga le van a llover premios y se va a convertir en un hito, demostrando internacionalmente que la etapa Mortier, que ya por entonces estará cerrada, está aportando a Madrid muchas más cosas buenas de las que están dispuestos a reconocer una serie de señores que dicen amar la ópera (peor aún: que se consideran verdaderos guardianes de las esencias de la lírica), pero a los que en realidad les interesa muy poco el arte en general, el teatro… ¡e incluso la música en la que no hay voces!
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