Se inaugura hoy la temporada de Les Arts con Rigoletto. No voy a ir, por una razón básica: el poco dinero que tengo en este año de ajustes (ajustes para todos, claro) no lo puedo dedicar a una función con artistas que no despiertan mi interés, entre ellos Juan Jesús Rodríguez. Claro que hay gustos para todo. Fíjense en lo que le leo hoy a Arturo Reverter en El cultural (texto completo) sobre el jorobado del teatro valenciano:
“La voz es magnífica, probablemente una de las mejores de su cuerda, y no sólo en nuestro país, en donde no han abundado instrumentos de este tipo. Posee excelente encarnadura baritonal, igualdad de registros, con graves sólidos y bien apoyados, centro anchuroso y bruñido y agudos rotundos y generosos. El color es oscuro y la emisión vibrante y fornida. Es indudable que su Rigoletto, que ya ha cantado en algún teatro importante, está en periodo evolutivo, aunque ha merecido ya excelentes críticas. Un mayor control de intensidades, una mejora de la emisión a media voz, una matización más refinada contribuirán a redondear su visión del dolorido padre de Gilda”.
Qué quieren que les diga, no me sorprende lo más mínimo que el crítico que más ha ninguneado durante lustros a Plácido Domingo, un artista que adoro incluso con sus actuales limitaciones vocales, ponga por las nubes a un cantante que, aun con un instrumento de mucha calidad, en mí despierta el más profundo aburrimiento cuando canta Verdi. Que sí, vale, que sus amiguetes luego pueden irse a cenar con él a decirle lo increíblemente maravilloso que ha sido, pero un servidor no se gastará el dinero en escuchar al barítono onubense. Para mí voz e interpretación, aun estando directamente vinculadas, son dos cosas muy distintas que hay que saber diferenciar. O será que soy un ignorante.
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