sábado, 24 de noviembre de 2012

Böhm y la Sinfónica de Londres en Salzburgo

PS. Cuando publiqué esta entrada coloqué los enlaces a algunas de estas grabaciones que alguien había subido a YouTube. Por desgracia (no hay alternativa, los discos oficiales están descatalogados) estos vídeos han sido retirados por aquello del copyright, así que los he eliminado. Lo siento.

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Esta caja de tres compactos y medio (cuatro en realidad: el último dura veinticinco minutos) editada por el desaparecido sello Andante bajo el título "London Symphony Orchestra. Salzburg Festival (1973-1977)” se encuentra actualmente en proceso de descatalogación. Yo me compré mi ejemplar a buen precio en Diverdi; aún se localizan algunos al menos en la web de Amazon.co.uk. Me permito recomendarles a ustedes que se consigan un ejemplar, porque contiene enormes interpretaciones protagonizadas todas ellas por un gran director de orquesta que por aquellas fechas estaba conociendo un enorme cambio a mejor del que dan buena cuenta estos discos. Me refiero a Karl Böhm, quien por cierto nunca había trabajado con la formación británica. Precisamente en las notas del magníficamente presentado producto se nos cuenta cómo de la desconfianza mutua pasaron pronto a la adoración, y de hecho pocos años más tarde el de Gratz volaría a Londres para registrar, por cierto con increíbles resultados, las tres últimas sinfonías de Tchaikovsky.


El primer concierto aquí recogido corresponde a su encuentro el 5 de agosto de 1973. Grande la Sinfonía nº 35 “Haffner” de Mozart, en una interpretación rotunda, amplia, tensa y marmórea, pero siempre equilibrada y ajena a la pesadez, admirable en el trazo global y en la atención a la polifonía. Su concentración permite paladear el segundo movimiento con hondo lirismo, para a continuación ofrecer un minueto muy sobrio y rotundo. Trepidante el cuarto, como debe ser.  Eso sí, se echa de menos la sonoridad de la Filarmónica de Viena, con la que el propio Böhm filmó al año siguiente un verdadero milagro (DG).

El Concierto nº 7 para violín y orquesta erróneamente atribuido a Mozart es una obra mediocre. Böhm, sin embargo, la defiende con mucha propiedad, aunque aquí quien se lleva la parte del león es el enorme Henryk Szeryng, increíblemente fogoso pero sin perder la compostura clásica.

En cuanto a la Segunda Sinfonía de Brahms, quizá sea la mejor de las varias recreaciones que le he escuchado al maestro, por alcanzar el punto justo entre extroversión e introversión, con mucha garra y cierto carácter escarpado -tremendo los clímax del segundo movimiento-, pero también con enorme cantabilidad y hondura reflexiva en el fraseo. Incluso esa elegancia un punto distante de la que solía hacer gala el de Gratz se ve aquí sustituida -mejor: complementada- .por una buena dosis de inmediatez y fuerza comunicativa. La sonoridad es puramente brahmsiana, redonda, oscura y empastada, de gran atención a las voces intermedias, logrando el maestro que los violonchelos no suenen demasiado distintos de los de la Filarmónica de Viena. Alucinante.

Importante la velada Schumann del 10 de agosto de 1975, aunque más la segunda parte que la primera. El Concierto para piano conoce una recreación noble, amplia y majestuosa, sobria y concentrada pero también muy comunicativa; asimismo maravillosamente paladeada en los movimientos extremos por solista y batuta, respirada con serenidad, lejos del brío juvenil, pero sin perder el aliento dramático. El problema es que el primer tema del segundo movimiento resulta no ya rápido sino frívolo y pimpante, aunque a continuación la batuta hace cantar a los violonchelos de manera maravillosa, con una dulzura que no oculta el trasfondo doliente de la página. Ese enorme pianista que fue Emil Gilels construye por su parte una versión al mismo tiempo majestuosa y dramática, de un lirismo tan sobrio como concentrado, profundo y sincero, menos hermoso o humanista que el de un Arrau, menos delicado, quizá más filosófico, y desde luego más rotundo y un punto rebelde. Por eso mismo sorprende, como en el director, su manera de abordar el Andantino grazioso. Lástima.

Enorme y sin reparo alguno la Cuarta sinfonía del mismo autor, una verdadera lección de personalidad y de técnica de batuta por parte de un Böhm que ofrece un fraseo amplio, majestuoso y muy bello, pero siempre severo y de tensión interna muy contenida. Todo está desmenuzado con tempi lentos pero de tensión firme. Maravilla la plasticidad del manejo de la masa orquestal, muy sutilmente matizada, flexible sin que se pierda la arquitectura. Concretando más, resultan poderosos y de aliento trágico los movimientos extremos sin perder la sobriedad propia de Böhm, enérgico el tercero y maravillosamente paladeado el segundo; espléndida la transición al cuarto.

El tercer y último concierto corresponde al 10 de agosto de 1977. En la Sinfonía nº 28 de Mozart el maestro parece combatir el carácter galante de la partitura con su habitual sobriedad, lo que resta un poco de chispa y encanto, pero a cambio ofrece una dosis de profundidad, concentración y emotividad admirables en el segundo movimiento. A destacar, dentro de un tercer movimiento muy marmóreo, la cantabilidad del trío.

Siempre enorme recreador de Richard Strauss, el de Gratz ofrece una de las grandes lecturas en disco de Muerte y transfiguración. Independientemente del irreprochable idioma de que hace gala y de la inmejorable planificación propia del maestro, esta lectura sorprende porque en lugar de encontrarnos con el carácter otoñal y el elevado misticismo que esperaríamos en el último Böhm, se nos ofrece una lectura eminentemente “carnal”, muy tensa y escarpada, dicha sin precipitación pero con una gran dosis de rebeldía y fuerza dramática, incluso en una transfiguración que suena mucho antes terrenal que espiritual. Falta quizá la magia sonora de un Celibidache, inmenso en sus dos grabaciones (DG 1982 y Altus 1986, más una conmovedora filmación con nuestra RTVE).

Para terminar, una Séptima sinfonía de Beethoven que es asombrosa demostración de cómo esta obra tan dionisíaca se puede interpretar desde un punto de vista "clásico" sin perder un ápice de fuerza, expresividad y tensión dramática. Es por ello una lectura amplia, llena de grandeza -en absoluto pesada-, que se encuentra trazada con una arquitectura excepcional en su claridad y en su acumulación de las tensiones aun optando por el más absoluto control y, desde luego, rechazando las fórmulas más o menos románticas. Sin ser tan genial -ni tan discutible- como su filmación en Japón al frente de la Filarmónica de Viena en 1980, es probablemente una de las grandes lecturas de la historia de la fonografía. No se la pierdan.

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