lunes, 25 de junio de 2012

Melifluo Tristán de Mehta en Les Arts

Sin rodeos: el Tristán e Isolda del pasado sábado 23 ofrecido en versión semi-escenificada en el Auditorio del Palau de Les Arts es, junto con el Oro del Rin en la misma Valencia de hace unos años (enlace), lo que menos me gusta de cuanto he escuchado a Zubin Mehta en cualquier repertorio. Por descontado que el maestro indio demostró una técnica sensacional a la hora de destilar belleza sonora, ofrecer pianísimos increíbles y tuttis redondos, equilibrar planos, difuminar texturas sin perder claridad, frasear con la mayor sensualidad imaginable y, en definitiva, modelar a la espléndida Orquesta de la Comunidad Valenciana de manera embriagadora, pero todo ello estuvo al concepto de la obra indisimuladamente melifluo, inevitablemente superficial y puntualmente narcisista, incluso irritante: el pasaje inmediatamente posterior a la ingestión del filtro fue de una cursilería impresentable en un maestro de semejante categoría. La orquesta se dejó contagiar y ofreció algunos solos en exceso empalagosos.

Ni que decir tiene que, en su absoluta entrega al preciosismo sonoro, Mehta se olvidó de construir el drama (¡que esto es una ópera, maestro, no una sinfonía!), las tensiones fueron muy irregulares y la continuidad dramática se vino abajo. Que hubiera momentos muy buenos -el final de los dos primeros actos, las alucinaciones de Tristán- no salvan su flácida, deslavazada y aburrida labor. No hay excusas.

Entre las voces me gustaron muchísimo la Brangania de Ekaterina Gubanova y el Marke de Liang Li, este último al nivel de un Pape (olvidémonos de Salminen: eso es otra dimensión). Espléndido asimismo Karl-Michael Ebner en el ingrato papel de Melot. Solvente aunque muy gastado Eike Wilm Schulte -no necesita presentación para los muy wagnerianos- como Kurwenal. De Jay Hunter Morris lo mejor que se puede decir es que se le oyó muy bien, cosa que por cierto no ocurrió en la Scala -estuve allí presente- con Ian Storey en la fabulosa producción de Barenboim y Chéreau (enlace); por lo demás, voz fea, abundancia de sonidos abiertos o estrangulados y -eso también hay que decirlo- un importante empeño por resultar expresivo.

En cuanto a Jennifer Wilson, su prematuramente desgastado instrumento no maravilla ahora de la misma manera que cuando se la escuchó en el Anillo de Mehta. Su línea de canto, por descontado, sigue siendo muy hermosa e irreprochablemente wagneriana. El personaje, ni olerlo: Isolda no es solo amorosa, sino también vengativa. Su liebestod fue tan sensual como superficial. O sea, en la misma línea de Mehta.

Los movimientos escénicos diseñados por Allex Aguilera, bien apoyados por la sabia y hermosa iluminación de Antonio Castro, enriquecieron considerablemente la versión de concierto inicialmente prevista, y lo hubieran hecho de manera más satisfactoria aún si tenor y barítono no hubieran estado casi todo el tiempo leyendo la partitura. En cuanto a la acústica, pillé mi entrada en fila once y escuché perfectamente. Por desgracia ya sabemos cómo son las cosas con Calatrava: lean la crónica de Maac, por favor, y obtengan una impresión diferente a la mía.

Al final se la velada se aplaudió mucho -obviamente no comparto semejante entusiasmo-, aunque también hay que decir que la desbandada del personal en el segundo intermedio fue considerable. En fin, el próximo jueves hay otra función, por si a alguien le interesa.

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